
Por alterar y contaminar los ecosistemas
naturales
El hombre, principal responsable de
enfermedades emergentes
La salud humana depende directamente de la
salud de los ecosistemas: científicos
En tres décadas, el SIDA ha matado
a casi 30 millones de personas en todo el mundo
Edith Escalón
Boca del Río, Ver. Tuberculosis,
dengue, malaria, polio, rabia, ébola…, el 75
por ciento de las enfermedades humanas se han originado en
animales; desde la peste negra que acabó hace cuatro
siglos con la tercera parte de Europa hasta el SIDA, que en
tres décadas ha matado a casi 30 millones de personas
en todo el mundo.
Aunque los animales pudieran parecer una amenaza para el ser
humano, científicos han revelado que el hombre es el
principal responsable de esas pandemias, muchas de las cuales
aún no tienen cura ni control. La más reciente,
el virus de la influenza A-H1H1, por la que han fallecido
desde marzo pasado cinco mil 700 personas en 195 países,
según la OMS.
Con un enfoque integral que va más allá de análisis
médicos o epidemiológicos, especialistas en
biología, química, ecología y veterinaria
comprobaron que entre más dañadas, contaminadas
o transformadas estén las áreas naturales y
recursos tan vitales como el agua, más probabilidades
existen de nuevas enfermedades animales y, por tanto, humanas.
Alteraciones que incluyen efectos del cambio climático.
Para presentar ejemplos, del 4 al 6 de noviembre más
de 100 investigadores y estudiantes de México y Estados
Unidos se reunieron en Boca del Río, donde la Universidad
Veracruzana (UV) y la Universidad Nacional Autónoma
de México (UNAM) auspiciaron el Primer Congreso en
Ecología de Enfermedades y Medicina de la Conservación
KALAANKAB.
Su conclusión: la salud humana depende directamente
de la salud de los ecosistemas. Aunque evidente, esta premisa
sentó las bases para una iniciativa de protección
y conservación ambiental que además buscará
incidir en las políticas públicas a nivel local,
nacional e internacional.
Tony Golberg |
Equilibrio ecológico, la
coartada del mundo animal
Según Gerardo Suzan Aspiri, profesor del Departamento
de Ecología y Fauna Silvestre de la UNAM, son millones
los microorganismos capaces de producir enfermedades infecciosas,
pero en la mayoría de los casos estos parásitos
coevolucionan con la especie de la que viven hasta lograr
el equilibrio ecológico. “Salvo
excepciones, esos patógenos se mantienen en su
hospedero sin llevarlo a la extinción para asegurar
también su propia sobrevivencia. Muchos de los
parásitos que han provocado pandemias mundiales
eran prácticamente inofensivos para los animales
salvajes, pero no para el hombre; otros, se transformaron
al entrar en contacto con nuevas especies”.
Es el caso del hantavirus que transmiten los roedores,
enfermedad que en Europa y Asia causaba una leve infección
en los humanos y al llegar a América mutó
hasta provocar un síndrome pulmonar mortal. Para
el primatólogo de la UV, Domingo Canales, la razón
es simple, “cada especie crea a lo largo del tiempo
defensas naturales para sus propios patógenos”.
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Lo mismo sucede con enfermedades que van del hombre a los
animales. Marcela Araiza Ortiz, del Instituto de Ecología
de la UNAM, mostró cómo en selvas de Campeche
y Quintana Roo gatos y perros han contagiado a jaguares de
enfermedades mortales como parvovirus o panleucopenia, y otras
como el moquillo, la
leucemia viral y el virus de inmunodeficiencia felina.
“Antes era muy raro que hubiera contacto entre ellos,
pero ahora que el hombre ha atravesado la selva con caminos,
obras, comunidades, tierras ganaderas y cultivos, las zonas
donde habitan los animales silvestres son cada vez más
accesibles, más cercanas”.
Esta proximidad resulta más peligrosa para la fauna
silvestre que para el hombre, de acuerdo con Tony Goldberg,
experto en patobiología de la Universidad de Wisconsin
y miembro de su centro de Salud Global en Estados Unidos:
“La interacción ha sido mucho más perjudicial
para ellos, con todo y nuestros millones de muertos”.
Efectos de la invasión humana
En el ámbito jurídico, el derecho de preexistencia
reconoce entre otras cosas la posesión legal de un
territorio para sus habitantes originales, sus pueblos indígenas.
Por desgracia, éste no puede ser reclamado por las
especies de un ecosistema. Para muestra, una investigación
que realizó en África el primatólogo
norteamericano.
Cuando gran parte de sus bosques fueron
talados para sembrar maizales, a los monos cola roja que
habitan en el este de Uganda no les quedó otra
opción que dejar sus frutos silvestres para comer
maíz, pero la lógica de las comunidades
no era tan simple ni tan indulgente.
Para ahuyentarlos de sus cultivos, los pobladores de Bwindi
empezaron a embarrar en las mazorcas ya crecidas una mezcla
de cenizas y excretas del ganado al que alimentaban previamente
con chile y pimienta para lograr un “repelente natural”
de monos.
La combinación infecciosa contagió a los
primates con numerosos parásitos del ganado, “y
podría generar una nueva enfermedad que muy pronto
llegaría a las comunidades”. Para Goldberg,
el problema es que el hombre no comprende que en este
planeta “todos estamos interconectados, cualquier
alteración que provoquemos terminará por
volverse en nuestra contra”.
Así pasa con la fragmentación, que según
explica Jorge Morales, investigador de Neuroetología
en la UV, es la consecuencia directa de la deforestación,
tala de bosques, secado de humedales, apertura de carreteras,
construcción de presas, y conversión de
áreas naturales en cultivos o tierras agrícolas.
Ese deterioro va dejando “parches” de vegetación
natural, islas cada vez más pequeñas de
selvas o bosques que generan más competencia por
el alimento, y obligan a los animales a transformar sus
hábitos, su comportamiento o su desarrollo. |
Los monos cola roja, primates
africanos, son ahuyentados de sus hábitats por
los mismos pobladores |
Pueden llegar incluso a reducir el número de especies,
según Alvar González, del Instituto de Investigaciones
Biológicas de la UV, quien ha comprobado este efecto
en los murciélagos; así se pierden millones
de animales que, como en este caso, controlan naturalmente
plagas de insectos y dispersan las semillas para que broten
nuevos árboles.
Ana Cecilia Espinoza, Marisa
Mazari y Emilio Díaz, del Instituto de Ecología
de la UNAM |
Agua, arsenal de enfermedades potenciales
Además de la fragmentación, la contaminación
del agua es uno de los efectos humanos que directa e indirectamente
provoca enfermedades y afecta las condiciones de salud
de los ecosistemas, explicó Marisa Mazari, del
Instituto de Ecología de la UNAM.
“En México ni siquiera el agua potable es
apta para consumo humano”, dijo al presentar ejemplos
de estudios en cuencas del centro del país donde
han encontrado virus, bacterias y compuestos químicos
que incluso los sistemas de tratamiento –cuando
los hay– no pueden eliminar.
Emilio Díaz, integrante de su equipo científico,
encontró evidencias de que muchos microorganismos
resisten los sistemas de cloración del agua, “incluso
hace más nocivos a los químicos que provienen
de la industria farmacéutica, alimentaria, cosmética
y otros, como los plaguicidas”. |
Ana Cecilia Espinoza, del mismo grupo, reconoció
que no hay datos que precisen qué cantidad de virus
hay en el agua, pero aseguró que los estudios que han
hecho hasta ahora demuestran que la contaminación es
altamente peligrosa, de ahí que el equipo considere
a la mayoría de los ecosistemas acuáticos un
arsenal de patógenos para enfermedades animales y humanas.
Y lo es. Así lo confirmaron las investigaciones con
manatíes en Villahermosa presentadas por León
Olivera y Darwin Chávez, de la Universidad Juárez
Autónoma de Tabasco (UJAT), que han probado que la
contaminación aumenta la frecuencia de enfermedades
que se transmiten entre mamíferos marinos y el hombre.
Un ejemplo es la leptospira, una enfermedad capaz de provocar
daño renal y al sistema nervioso en manatíes
y en el hombre, que ha crecido en número de contagios
en la Laguna de las Ilusiones, en Villahermosa, donde los
investigadores trabajan con cerca de 24 animales.
“El cuerpo de agua está en medio de la ciudad
y aún hoy recibe descargas de aguas negras con cientos
de patógenos; además, los manatíes están
permanentemente en contacto con la gente y con animales domésticos
como perros y gatos, eso los hace vulnerables a contagiar
y contagiarse fácilmente”.
Liliana Cortés |
Biodiversidad, la defensa natural
Para Liliana Cortés Ortiz, de la Universidad de
Michigan, la diversidad genética es el escudo natural
que tienen los seres vivos para enfrentar riesgos ambientales;
en animales, el cambio climático por ejemplo, o
las transformaciones causadas por las actividades humanas.
Explicó que entre mayor sea la variación
en una especie más posibilidades hay de que ésta
pueda enfrentar con defensas propias una enfermedad nueva,
una plaga, un patógeno recién llegado o
la presión externa, de ahí la importancia
de los estudios genéticos. “Al
producir razas mejoradas (de perros o de ganado) o clonar
un genoma para dar más productividad a las milpas
de maíz, lo que hacemos es reducir su variabilidad,
debilitamos su defensa natural a tal grado que cualquier
tipo de enfermedad imprevista para la que esa especie
diseñada no tiene defensas puede erradicarla por
completo”. |
Así, desde una visión integral, éstos
y otros investigadores analizaron el contexto de las enfermedades
emergentes, riesgos potenciales, estudios pendientes, resultados
científicos, tendencias, todo con el afán de
argumentar a favor de la medicina de la conservación,
una alternativa para frenar el deterioro ambiental y disminuir
al mismo tiempo los riesgos a la salud pública.
Algunas
enfermedades emergentes
Cólera
SIDA
Virus del Nilo
Malaria
Ébola
Rabia
Tuberculosis
Toxoplasmosis
Hantavirus
Leptospira
Mal de chagas
Panleucopenia
Virus A-H1N1
Polio
Ántrax
Salmonella
Leishmaniasis
Parvovirus |
Estudiantes e investigadores
participaron en el congreso donde se
realizaron conferencias y sesiones de poster
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