Hoy, el machismo es más
diluido,
mucho más sutil
Entrevista con Marta Lamas
Edgar Onofre
Hacia 1849, durante la breve Segunda República
Francesa, la Constitución a la sazón vigente
no reconocía a las mujeres su derecho a votar
ni a postularse a cargos de representación. No
obstante, la política y feminista Jeanne Deroin
presentó su candidatura para ocupar un escaño
en la Asamblea Legislativa.
El célebre anarquista Pierre Joseph Proudhon
objetó la propuesta aludiendo que pensar en una
mujer asambleísta resultaba tan ridículo
como pensar en un hombre nodriza. Deroin le respondió
así: “Que diga el compañero Proudhon
con qué órgano del cuerpo se legisla y
vamos a ver si las mujeres podemos legislar o no”.
Más de 100 años después, el poeta
y ensayista mexicano Octavio Paz alegaría que
el verdadero gran cambio del siglo XX no fue otro sino
el nuevo papel que las mujeres jugaban en la sociedad,
aun por encima del gran desarrollo tecnológico
registrado durante el siglo pasado. |
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Para el caso mexicano, la antropóloga y escritora
Marta Lamas ha sido pionera de la propuesta feminista y, sin
duda, una de sus más notables activistas. Férrea
defensora de la equidad, también es una comentarista
de una lucidez y precisión teórica formidables.
Ha impulsado numerosas iniciativas públicas para la
promoción y defensa de la equidad, dirige la revista
Debate feminista y es colaboradora del semanario Proceso.
Fue invitada a Xalapa por el Centro de Estudios de la Cultura
y la Comunicación (CECC) de la Universidad Veracruzana
(UV) para continuar con el debate sobre todo aquello de lo
personal que también es político (lema del feminismo)
y la igualdad y la diferencia entre hombres y mujeres.
La famosa declaración de Octavio Paz acerca
de que la gran transformación del siglo XX había
sido el nuevo papel de las mujeres en las sociedades no concuerda
con lo que aseguran los tecnólogos: que la gran transformación
ha sido la escalada tecnológica. ¿Qué
opina al respecto?
Creo que los tecnólogos han retomado esa idea y la
han tecnificado con todo este tema de la perspectiva de género
que no va realmente al fondo y a la raíz de los problemas
que tenemos pero que resulta un discurso cómodo. Como
si meter mujeres en las políticas públicas fuera
a resolver el enfoque de las políticas públicas.
A los tecnócratas habría que decirles que todavía
no se ha hecho un planteamiento serio sobre la diferencia
sexual, sobre las consecuencias de la diferencia sexual, que
el caballito de batalla de género nada más les
sirve para hacerse guajes y que todo el tema de la articulación
de lo privado con lo público y de la conciliación
trabajo-familia sigue siendo uno de los problemas que no se
están abordando, que no se están discutiendo
y que son parte de lo que provoca el tema de la desigualdad
entre los sexos.
Esta frontera entre lo público y lo privado
recuerda a lo que decía el sociólogo polaco
Zygmunt Bauman: que el gran reto de la política era
hacer de las preocupaciones privadas problemas públicos.
¿Está de acuerdo con la apreciación?
Las feministas en los años setenta lanzamos el lema
de “lo personal es político”. Bauman se
inspiró en eso, como también Giddens y muchos
de los politólogos que se han dado cuenta de la importancia
de la intimidad, de las relaciones personales, de lo privado
y cómo eso requiere soluciones políticas en
lo público.
“Lo personal es político” fue una frase
que no tiene autora. Surgió en Estados Unidos durante
el movimiento feminista de los años setenta y rápidamente
se generalizó a todos los movimientos. “Lo personal
es político” es una idea, digamos, de esta segunda
ola del feminismo, de los años setenta, que suscriben
casi todas las feministas y la han retomado intelectuales
y politólogos.
En una de sus novelas, el escritor francés
Michel Houellebecq narra una escena donde un par de chicas
discuten sobre la interpretación de usar minifalda
y asegura que se trata de los últimos reductos del
feminismo. ¿Qué le dicen posturas como la de
Houellebecq?
Como todo movimiento social, el movimiento feminista tiene
muchas expresiones y tiene muchas tendencias. Y también
tiene aberraciones. Ha habido tendencias, posiciones o corrientes
que se han aferrado a cuestiones muy sectarias, muy identitarias
o muy mujeristas. En vez de entenderse como una expresión
más de un movimiento muy amplio, se piensa que eso
es el movimiento feminista y, por tanto, ha habido una reacción
o un rechazo contra esas posturas concretas.
En Francia, además, estuvo el grupo que se llamó
“Psicoanálisis y política” y que
llevó a toda una postura muy mujerista, muy sectaria,
que llevó a muchos intelectuales a deslindarse de ese
feminismo que era el que tenía la cara más pública,
digamos.
Houellebecq es un novelista que retrata una sociedad europea
de principios del nuevo milenio, con una expresión
del capitalismo tardío y, en ese sentido, sí
está reconociendo una realidad: que para muchas personas
el feminismo tal y como se conoció en los setenta y
los ochenta está feneciendo y dando pie a una postura
mucho más abierta, mucho más reconocedora de
la diversidad, menos sectaria, menos identitaria y que, por
lo tanto, tendrá que tener otro nombre: lucha contra
la desigualdad o contra la discriminación o a favor
de la diversidad, no sé.
A mí (Houellebecq) me parece un escritor interesante
y no me parece nada aberrante lo que escribió. Está
tomándole el pulso a lo que muchas gentes ven como
feminismo, aunque una mirada más desde la ciencia política,
la antropología o la sociología, habría
que reconocer que hay muchos feminismos y no solamente ése,
que ha sido el más conocido.
En afán de precisar, “mujerismo”
no es lo mismo que el escritor Enrique Serna definió
como “hembrismo”…
No, son dos cosas distintas. El “hembrismo” sería
paralelo al machismo. Son esas actitudes espontáneas
de: “Yo soy una chingona y yo puedo”, “Soy
muy echada pa’ delante” y “Yo le corto los
huevos a estos cabrones”: eso es el “hembrismo”.
El mujerismo es una expresión del feminismo que lo
único que ve es lo que le pasa a las mujeres y que
por lo único que se preocupa es por las mujeres, que
es como la expresión de política identitaria,
y cree que por ser mujeres éstas
van a tener conciencia feminista en automático y todas
van a ser hermanitas y se van a querer mucho.
Creo que no: hay mujeres conservadoras que no son feministas,
que no se van a sentir hermanadas en ninguna de las partes
del feminismo y no puedes construir una opción política
a partir de una identidad como
el ser mujer.
Construir una opción política podría
relacionarse con crear un partido político. ¿Esto,
en algún momento, será una realidad?
Ya fue una realidad con el partido México Posible y,
luego, con el partido Alternativa. Patricia Mercado, una feminista,
planteó la necesidad de construir un partido con un
perfil muy claramente feminista y así le fue: se la
comieron, se la transaron y acabaron quitándola de
su propio partido.
En las elecciones de 2006 logró un millón 200
mil o un millón 300 mil votos al traer una propuesta
feminista acompañada de una larga trayectoria en el
movimiento feminista. Pero cuando llegó a la real politik
se dio cuenta de que las cosas eran mucho más complicadas,
que quienes ella pensaban que eran sus aliados no habían
sido sus aliados y, al final, se quedó sin el partido.
Y el partido, en estas elecciones intermedias, ya perdió
el registro, porque la gente votó por Patricia por
lo que ella significaba y no por los nefastos que se quedaron
con el aparato.
Creo que las feministas que siguieron a Patricia y que pensaban
que era muy importante tener un partido se han dado cuenta
que es demasiado costo político todo el proceso de
construcción de un partido y que es muy difícil
sostenerlo. Y tal vez es mucho mejor tener, en los tres partidos
ya existentes, una tendencia, una corriente, una influencia
y hacer alianzas puntuales.
No hace mucho usted declaró que lo que
hoy hace a alguien ser feminista no es lo mismo que lo hizo
ser en los setenta. ¿Cuáles serían las
diferencias sustanciales?
Yo creo que las expresiones del machismo y de la opresión
y de la discriminación eran mucho más abiertas
en los setenta. Entonces era mucho más fácil
que las mujeres de repente se dieran cuenta de la injusticia
de ese tipo de cosas. Hoy es mucho más complicado.
Sí, en 40 años se ha avanzado, es decir, las
chicas jóvenes de ahora tienen mamás feministas
o mamás que no les dicen: “Tú te quedas
a lavarle a tu hermano las cosas y él que se vaya de
parranda”. Hoy el machismo es más diluido, es
mucho más sutil: hay un discurso político que
tienen casi todos los partidos sobre la igualdad de derechos
de las mujeres.
En estos 40 años, uno de los triunfos del feminismo
ha sido transmitir que las mujeres tienen derechos y mediante
esa transmisión ya hay muchas mujeres, incluso de comunidades
indígenas o en el campo, que dicen: “No me pegas
porque yo tengo derecho a que no me pegues”, cosa que
hace 40 años no existía.
Pero hay otras formas que también sirven para mantener
a las mujeres sojuzgadas: una de ellas son las mistificaciones.
Mistificar la maternidad, mistificar el amor, mistificar una
serie de cosas que afectan no sólo a las mujeres, sino
también a los hombres, aunque en este caso estamos
hablando de mujeres.
Entonces, la diferencia es una diferencia de grados. Aunque
aún no hemos visto en México, como sí
en otras sociedades, a cientos de miles de mujeres pidiendo
cambios como en materia de aborto, por ejemplo. En Italia,
en Roma, 150 mil mujeres salieron a la calle. Y Roma es una
ciudad de dos millones de habitantes. Aquí tenemos
ciudades de dos millones de habitantes en donde no salen ni
20 mujeres a la calle.
En fin, todavía falta en México ese impulso
fuerte que hubo en los setenta y en los ochenta en los países
del primer mundo: que las mujeres salieran exigiendo cosas.
Aquí somos grupos chiquitos de feministas vinculados
al mundo intelectual, a la academia, a las universidades,
de repente a los grupos políticos, pero no ha habido
un movimiento de amas de casa o de mujeres comunes y corrientes
como sí lo ha habido en otras partes.
Por eso digo que la diferencia es de grados. Sí hay
todavía muchos obstáculos y muchas trabas, sobre
todo personales, introyectadas por las propias mujeres que
se han comprado un discurso sobre el amor, la maternidad,
la complementaridad, etc. y que no son capaces de salir a
exigir guarderías o exigir cierto tipo de derechos,
como el derecho al aborto.
Dos veces ha hecho mención a los hombres.
¿Cómo se ve, desde el feminismo, la virilidad?
Ya ve que ahora se hace burla…
No hay “el feminismo”. Hay “los feminismos”:
desde distintos feminismos se ve de distintas maneras, pero
sí hay todo un tema sobre la masculinidad.
Yo le preguntaba más bien desde el feminismo
que está vinculado con las áreas intelectuales,
académicas, etc.
Ahí también hay tendencias: Hay académicas
que tenemos tendencias absolutamente distintas. No se trata
solamente de un feminismo popular y uno académico,
sino que dentro del feminismo académico hay posicionamientos
ideológicos distintos.
Al feminismo al que yo pertenezco plantea que así como
es construida la femineidad también es construida la
masculinidad y que las personas no tienen esencia. No por
tener cromosomas XX o XY las personas van a sentir cierto
tipo de cosas, actuar de cierta manera o ser decentes o indecentes.
No importa la envoltura del cuerpo, lo que importa es lo que
uno tiene en la cabeza.
Hay otro tipo de feministas que piensan que es muy importante
la envoltura y que, por ejemplo, no permiten que los hombres
entren a los encuentros feministas. Hay hombres feministas
ideológicamente comprometidos y que han hecho más
por el feminismo, como Carlos Monsiváis, por ejemplo,
que muchísimas otras feministas.
Yo creo que la masculinidad es, como se ha estudiado muchísimo,
una cuestión construida que tiene un lado cultural
y un lado psíquico. Y que, como dijo Freud, no hay
ninguna característica que sea exclusiva de ninguno
de los sexos: hay hombres histéricos y mujeres con
rasgos psíquicos masculinos.
Me parece que el gran planteamiento de la diversidad es conocer
que hay muchas maneras de ser hombre y muchas maneras de ser
mujer y que la complejidad nos va a permitir romper estos
esquemas tan estereotipados.
Este asunto de la esencia puede estar relacionado
con la información genética y se contrapondría
a la discusión de las neurociencias sobre la predeterminación
de la bestia que nos habita. ¿Pueden conciliarse?
El debate de las neurociencias en Francia es muy interesante
por la gran tradición psicoanalítica que tiene.
A lo que ayudan las neurociencias es a entender cómo
las neuronas y el aparato cognoscitivo se tratan de una maquinaria
que ya está predispuesta a cierto tipo de funciones.
Los contenidos de esas funciones, el contenido del inconsciente,
el contenido de los sueños, eso no lo puede analizar
la neurociencia. Eso es campo del psicoanálisis o de
la magia y el chamanismo, pero no de las neurociencias.
Hay todo un esfuerzo en este momento para juntar mucha de
la información de las neurociencias, es decir, sí
hay reacciones que tienen que ver con la química. Una
depresión puede tener un origen químico y te
dan un antidepresivo y se te quita, pero hay depresiones que
no tienen un origen químico, que tienen un origen psíquico
y para eso la neurociencia no tiene una salida, mientras que
sí la tiene el psicoanálisis.
Entonces, lo que hay que buscar no son posiciones científicas
o filosóficas que digan: “Yo tengo la llave y
la razón y la explicación de todo lo que pasa”,
sino aquellas que sostengan: “Yo tengo una parte de
esa explicación”. Y vamos a ver cómo se
embonan las partes y cómo logramos entender la complejidad
del ser humano, comprenderla y, sobre todo, ayudarlo a que
deje de sufrir y a que empiece a vivir de otra manera. Creo
que las neurociencias y el psicoanálisis no son excluyentes
entre sí, sino más bien complementarias.
En los ochenta se popularizó en camisetas
una imagen en la que una huella de garra se transformaba en
huella de humano, luego en huella de zapato y, finalmente,
en huella de zapatilla. Su lema era, en inglés, “La
evolución de la autoridad”. ¿Qué
opina del argumento de que el asunto de los géneros
se trata de una disputa por la autoridad?
Sí hay una disputa por el poder y creo que en una de
las fases va a haber muchas mujeres que van a asumir ese poder
por encima de los hombres. Si has tenido la bota de un macho
encima de ti durante siglos, no me extraña que muchas
mujeres quieran ponerles la zapatilla encima a los hombres.
Pero no me parece que sea ése el objetivo final, sino
apenas como una etapa de transición, y habrá
hombres que muy gentilmente dirán: “Órale,
pónganme la zapatilla”. O que digan: “Me
corro de lugar, me cambio” y habrá otros que
den batalla para seguir poniendo la bota encima.
Ni una ni otra cuestión es el objetivo igualitario
que debería de permitir que los distintos tipos de
mujer y los distintos tipos de hombres podamos vivir en una
sociedad menos desigual y menos discriminatoria.
Se ha comentado que el feminismo se funda en
un malestar colectivo. El historiador Morris Berman dice que
cuando nos definimos a partir de una forma negativa estamos
condenados a no existir. ¿Podría haber problemas
en la ontología del feminismo, errores filosóficos?
Hay limitaciones más que errores. El feminismo que
surge en el siglo XIX con una reivindicación del sustrajismo,
de la necesidad de ser reconocidas como ciudadanas, poder
votar y poder participar, poder ir a las universidades. Fue
como decir: El mundo de lo público también es
el mundo de las mujeres. De ahí se toma el nombre de
feminismo porque eran las mujeres las que estaban excluidas:
no votaban, no podían estudiar, en fin, tenían
una serie de limitaciones.
El feminismo de los años setenta, la segunda ola, que
empieza como movimiento de liberación de la mujer,
tiene un contenido y un carácter eminentemente sexual,
reproductivo, de la relación amorosa. Tiene un cuestionamiento
en el mundo de lo privado porque se supone que ya lo público
está ganado. A ese movimiento, que se llamo “de
liberación de la mujer” al final se le volvió
a llamar feminismo.
Creo que el término feminismo es muy restrictivo y
que las nuevas generaciones de feministas encontrarán
un nombre que sea incluyente. Pero el postulado de que todas
las mujeres comparten una cierta condición tiene una
falla: que hay mujeres que les gusta esa condición
y que no están dispuestas ni quieren cambiarlo. Hay
mujeres conservadoras que quieren seguir en su papel de ama
de casa, mantenidas, y que no les interesa para nada liberarse
como las feministas.
Entonces sí se partió de una idea de mujer como
si todas las mujeres quisieran lo mismo y ahí hay una
falla que limita el análisis. Yo pienso que todos los
hombres y todas las mujeres tienen responsabilidades sociales
y no solamente con tu núcleo familiar. En ese sentido,
la mirada de estas mujeres conservadoras me parece que es
muy puesta en cuestión con un planteamiento feminista.
Ahora, no es que el feminismo se defina negativamente: se
define en términos de que hombres y mujeres somos iguales
como seres humanos y somos distintos como sexos. ¿Cómo
resolvemos esa igualdad de humanidad frente a la diferencia
sexual? Y lo que se ha hecho es traducir la diferencia por
desigualdad. Cuando la diferencia pueda sostenerse como diferencia
sin que implique desigualdad, uno de los objetivos principales
del feminismo se habrá alcanzado.
En su trayectoria como activista, ¿en
algún momento se ha llegado a sentir usted agobiada?
Es una pregunta muy personal. Claro que sí me he sentido
agobiada, ¿cómo no voy a sentirme agobiada frente
a las cosas que pasan en el país en el que vivo?
¿Y dónde encuentra reposo, aliento?
El reposo del guerrero está en las mujeres, el reposo
de las feministas son las amigas.
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