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Año 9 • No. 387 • Febrero 8 de 2010 Xalapa • Veracruz • México Publicación Semanal

“Hay esperanza, las cosas van a cambiar”: Patricia Mercado

El feminismo es la manera de construir un nuevo arreglo social y de convivencia, donde la diferencia y la diversidad no generen desigualdad, asegura la ex candidata a la presidencia de México y activista social

“La sociedad y los valores se renuevan y hay una respuesta muy agresiva por parte de los sectores más fundamentalistas en el mundo, pero no tienen futuro. Antes el autoritarismo era una regla: una sola moral, una sola ética, hoy en día la diversidad es un valor”

Fernanda Melchor

Durante la agitada contienda electoral de julio de 2006, cuando los tres partidos mayoritarios de México se disputaban la presidencia de la República, la economista y activista social Patricia Mercado Castro, candidata por el Partido Alternativa Socialdemócrata y Campesina, obtuvo u n millón 128 mil 850 sufragios, logro que ninguna otra mujer (ni siquiera la petista Cecilia Soto en 1994) había alcanzado en una elección presidencial en México.

Nacida en Ciudad Obregón, Sonora, Patricia Mercado comenzó su labor como activista mientras cursaba estudios universitarios en la UNAM, al entrar en contacto con el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). Durante los últimos 30 años ha fundado diversas asociaciones civiles encargadas de posicionar en la agenda pública temas como la equidad de género y la violencia intrafamiliar, así como causas de izquierda entre las que se puede citar la unión entre personas del mismo sexo, la despenalización del aborto y la legalización de la marihuana.

Fue fundadora de los partidos políticos Democracia Social, México Posible –cuya campaña durante las elecciones de 2003 acompañó las demandas de organizaciones civiles que denunciaban los asesinatos de mujeres en la frontera norte del país y que motivarían la creación de una Fiscalía Especializada para atender esos casos– y Alternativa Social Demócrata y Campesina, al que renunciaría en 2008 debido a “las trampa, la simulación, las alianzas inconfesables, la arbitrariedad y la agresión” de sus correligionarios, quienes perdieron el registro tras la salida de Mercado, quizá su más caro activo.

Dedicada actualmente a formar y capacitar candidatas femeninas a cargos de elección popular de distintos partidos políticos y miembros de organizaciones feministas no gubernamentales, Patricia Mercado fue invitada al “Taller de formación de líderes de opinión en equidad de género y no violencia contra la mujer”, organizada por Inmujeres y Conacyt en la USBI Veracruz-Boca del Río, del 27 al 29 de enero, y en ese marco, concedió una entrevista para UniVerso.

En Veracruz, al igual que otros estados de la República, se aprobó una reforma constitucional que pretende “proteger la vida desde su concepción”, pasando por encima de los derechos reproductivos. Cientos de mujeres se manifestaron y los medios de comunicación consignaron estas protestas como obra de “feministas”. ¿Las personas, incluso las que se supone estarían mejor informadas, tienen una visión estereotipada de lo que significa ser “feminista”?
El feminismo es una manera de identificar a la organización política de un movimiento que se llamó y se definió así, un movimiento político y social con un planteamiento de agenda pública en contra de la discriminación de las mujeres. Es una posición política, es un planteamiento teórico, conceptual, cultural, que plantea romper con el hecho de que la diferencia sexual imponga arreglos sociales y de convivencia en donde las mujeres no tienen acceso igualitario a las oportunidades como los varones.

A partir de una diferencia reproductiva –las mujeres somos las que nos embarazamos y parimos– se construye un mundo de desigualdades, de falta de opciones. El feminismo es la manera de construir un nuevo arreglo social y de convivencia, donde la diferencia y la diversidad no generen desigualdad.

Creo que el feminismo es muy amigo de todos estos movimientos sociales que reivindican la diferencia de los indígenas, homosexuales, jóvenes, viejos, discapacitados, y todos los excluidos de las posibilidades de desarrollo, de influir y participar en las decisiones de sus comunidades.

El feminismo es parte de todas las propuestas que están en contra de la discriminación, pero es cierto que existen muchos hombres y mujeres que han etiquetado al feminismo como una lucha contra los hombres, como una supremacía femenina. Y sí, hay sectores feministas que son excluyentes, que creen que hay que aniquilar a los varones, pero creo que el estereotipo de la feminista como opositora, como confrontadora es también parte de la violencia simbólica que ejercen los sectores que no quieren que haya cambios, y no todos son hombres: hay mujeres que viven y reproducen su propia discriminación, su exclusión y victimismo.

Creo que no es realmente importante que las personas se asuman o no como feministas, sino que finalmente estén subidas al carro y reivindiquen la lucha por una vida personal distinta; que apoyen las causas, los derechos de las mujeres.

Si las mujeres representan más de la mitad de la población de México, ¿es correcto que se les inserte en una categoría de minoría, como los indígenas, los discapacitados y las personas homosexuales?
Hablar de excluidos no es hablar necesariamente de minorías. La mayoría indígena en Bolivia fue excluida durante siglos y apenas ahora están gobernando el país.

Cuando hablamos de exclusión y discriminación no estamos hablando necesariamente de minorías porque además algunos son asuntos privados; por ejemplo, la homosexualidad, no sabemos ni cuántos son, pero creo que la diversidad, los sujetos, los integrantes de las comunidades de los países son muy diversas y tienen múltiples identidades.

Tú puedes ser mujer, lesbiana, indígena, campesina, discapacitada. Las personas vivimos una multiplicidad de formas de ser y de vivir, y esas formas de ser y vivir tienen que poder expresarse en una sociedad tolerante, respetuosa de esa diversidad y con un arreglo social donde todos podamos tener acceso a los derechos. Eso también es el feminismo, una propuesta de vida para construir una sociedad más armónica, más pacífica y que no esté impulsada por la violencia, la discriminación y la exclusión, sino por el respeto de los derechos de todos y todas.

En la construcción de ese mundo más justo para todos, ¿cuál sería el papel de las instituciones generadoras de conocimiento? En este taller se ha hablado de la necesidad de tomar en cuenta los resultados de investigaciones sociales para la creación de leyes más equitativas, pero en la realidad muchos legisladores no toman en cuenta a los expertos a la hora de tomar decisiones…
Uno de los mayores aciertos de este encuentro es la reunión de funcionarias públicas, activistas de movimientos feministas y académicas, porque creo que ésta tendría que ser la tríada: que hubiera una comunicación permanente para lograr transformaciones; es decir, las activistas no tienen por qué generar conocimiento, ése se genera en los centros de investigación, en las universidades, ése es su papel.

Las activistas deben de hacer uso de este conocimiento para poder definir maneras de abordar los problemas, saber qué tipo de política es la más exitosa para resolver el problema y generar el movimiento capaz de incidir e influir en las políticas públicas.

Los funcionarios públicos son los encargados de ejecutar, y los legisladores los encargados de cambiar leyes para facilitar la resolución de problemáticas y votar los presupuestos públicos. Todos ellos: activistas, funcionarios y legisladores deben de estar cerca de estos centros de conocimiento para que estas decisiones que tomen y esas leyes que dicten partan de la sabiduría, de la ciencia.

Desafortunadamente, en la realidad, éstos son tres mundos muy separados. Hoy más que nunca la frase de que “la nueva moneda es el conocimiento” es verdad. En esta era, donde el conocimiento está evolucionando todos los días, quien haga cosas sin conocimiento hará notoria su mediocridad y su ineficiencia muy rápido. Afortunadamente, tanto la sociedad civil como el Estado reconocen cada vez más que si no acuden al conocimiento las cosas saldrán mal.

Sin embargo, algunos legisladores y funcionarios prefieren acatar principios pre-científicos y cánones medievales a la hora de legislar…
Son patadas de ahogado; es el miedo y la desesperación de los viejos dogmas ante la renovación. La sociedad y los valores se renuevan y hay una respuesta muy agresiva por parte de los sectores más fundamentalistas en el mundo, pero no tienen futuro. La sociedad y el conocimiento están avanzando tanto que los valores cambian. Antes el autoritarismo era una regla: una sola moral, una sola ética. Hoy en día la diversidad es un valor y cada vez alcanzamos mayores niveles de pluralidad en nuestra sociedad, así que yo creo que estas voces no tienen futuro. Se están atorando y van a perder tiempo, nos van a hacer perder tiempo a todos, pero ésa es, desafortunadamente, parte de la clase política que tenemos.

Ante las voces que claman que las cosas no pueden mejorar, que el mundo es un lugar cada vez menos pacífico, ¿es usted siempre tan optimista, o algunas veces pierde la esperanza?
Soy una activista, tengo 52 años; desde los 18 años trabajo para transformar los problemas sociales y, en ese sentido, me gusta ser realista pero estoy convencida de que las cosas pueden cambiar.

Lo que yo viví a mis 18 años estoy segura que la gran mayoría de las jóvenes mujeres que hoy tienen 18 años no lo están viviendo. Sí ha habido transformaciones muy grandes en la vida de las mexicanas, así que por supuesto que no pierdo la esperanza; el día que pierda la esperanza y me vuelva pesimista mejor me quedo en mi casa.

Sí, tenemos muchos problemas y hay cosas de la maldad humana que no vamos a resolver, pero creo mucho en la posibilidad de que los ciudadanos se movilicen para que sus liderazgos vayan por mejor camino, como lo que pasó en Estados Unidos con Obama, por ejemplo, cómo no te van a dar esperanza esas cosas.

Claro que hay esperanza, claro que las cosas pueden cambiar. Cuesta mucho trabajo, eso sí. En estos 30 años de activismo creo que yo he cumplido con mi parte. Ahora estoy consolidando y compartiendo mis conocimientos y vienen muchas otras atrás de mí, con nuevas energías, haciendo lo que le toca a su generación, para solucionar los problemas de su generación, que no son los de la mía. Los de mi generación de alguna manera se han transformado, ahora vienen los problemas para una generación nacida en la libertad.

¿De qué manera fue discriminada la Patricia Mercado de 18 años? ¿Cuáles fueron sus batallas?
Simplemente para poder participar en organizaciones civiles a favor de la justicia mi única alternativa era irme de monja en aquel tiempo. Pedí irme de monja, de misionera, porque no existía esta gran organización social que hay hoy en la sociedad. Antes, en los setenta, había sólo dos caminos: o eras priísta o eras guerrillera.

Ambos, mundos masculinos…
Exactamente, mundos absolutamente masculinos, así que no. En mi época, una joven que no se casaba a los 18, 19 años era la quedada para siempre.

Tuve que irme de Ciudad Obregón a la Ciudad de México para poder vivir un poco mi vida porque allá la tensión era muy fuerte. El ejercicio de la sexualidad en mi época, por ejemplo, era algo totalmente impensable, verdaderamente castigado. Yo, a mis 18 ó 20 años tenía que salir con mi pareja acompañada de un chaperón, de un niño o un familiar; realidades que uno piensa propias de la Edad Media y no, apenas fue hace 30 años y yo lo viví.

Otros cambios han sido la posibilidad de insertarte en el mercado de trabajo como mujer, el reconocimiento del hostigamiento y la violencia contra las mujeres. Cuando el movimiento feminista, por ahí de 1975, empezó a hablar de que la violencia al interior de la casa era un asunto de Estado, los políticos de izquierda, de derecha y de centro consideraban que era un asunto privado. Era un valor que una mujer se dejara golpear en su casa porque era una gran mujer, que sufría y cargaba su cruz. Hoy nadie en su sano juicio diría que es un valor, sino que se trata de una víctima que hay que rescatar porque está mal.

Los valores han cambiado muchísimo; son realidades diferentes y por lo tanto generaciones distintas. Nosotros teníamos el autoritarismo encima, y hoy no es así: los jóvenes se comunican con el mundo, las fronteras están cayendo, la gente va y viene, y se vive otra realidad.

Antes, para comunicar a los demás nuestras ideas teníamos que hacer volantes de la manera más arcaica y casera, y hoy con un mensaje electrónico puedes llegar a millones de personas. Es otro mundo.

Para la feminista Marta Lamas fue justamente el perfil feminista de usted el que le valió el voto de más de cerca de un millón 200 mil de electores. ¿Repetiría usted la experiencia de impulsar una agenda de género desde un partido político?
La reforma política no debe cerrar la posibilidad de formación de partidos políticos. Debe haber partidos políticos municipales, estatales, federales; que el tema sea el dinero y no la pluralidad de ofertas políticas, porque las ofertas políticas que hoy necesita México son muy diversas; por ejemplo, si flexibilizas la posibilidad de formar partidos, podría crearse un partido indígena para posicionar en la agenda pública las necesidades de los pueblos indígenas en nuestro país, tener representación en el Congreso, tener voz y hacer los cabildeos necesarios para sacar adelante sus legislaciones.

En nuestra corriente política hay mucha gente joven que seguramente volverá a la carga con un partido, una propuesta y una plataforma como la que nosotros impulsamos con varios partidos.

Cuando nosotros empezamos, se nos decía que el nuestro era un partido para Holanda, y ya se vio que no. Es un partido para México, que hablaba de problemas que tenemos en México, muy actuales y que tienen que ver con dolores humanos que también la agenda pública tiene que atender; no existe sólo la pobreza; hay sufrimientos que atraviesan a todas las clases sociales y, por supuesto, creo que hay que seguir. Ese millón 200 mil personas que votaron por mí están de acuerdo y hay que continuar.

¿Pero usted volvería contender?
Actualmente soy activista de la organización Liderazgo, Gestión y Nueva Política, y dirijo el Instituto de Liderazgo Simone de Beauvoir. En los próximos años quiero dedicarme, como lo quise desde hace mucho tiempo, a la formación de mujeres líderes.


Actualmente hay 80 presidentas municipales en México, tendríamos que tener 700 para llegar a 30 por ciento del total. Necesitamos más fuerza, que las mujeres accedan al poder; obviamente no todas van a ser nuestra aliadas en estas causas, unas incluso van a ser enemigas, pero por justicia nos corresponde, y posiblemente si somos más mujeres en el poder habrá mayores posibilidades de hacer alianzas que si somos tan poquitas.

Voy a estar ahí y, sí, hay planes de reestructurar nuestro movimiento en todo el país.