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Año 9 • No. 390 • Marzo 8 de 2010 Xalapa • Veracruz • México Publicación Semanal

Grupo de mujeres totonacas de la primera generación en el atrio de la iglesia, después de cumplir sus tareas religiosas
Grupo de mujeres totonacas de la primera generación en el atrio de la iglesia, después de cumplir sus tareas religiosas

Mujeres totonacas: entre la tradición y la rebeldía

Cuatro generaciones de indígenas de Zozocolco de Hidalgo hablan de sí mismas y de cómo se representan

Algunas conservan sus usos y costumbres, otras ejercen su libertad para decidir cómo vivir

Susana Castillo Lagos

Las mujeres totonacas se transforman y responden a los cambios de su entorno. Conservan o resignifican los usos y costumbres heredadas de sus madres, abuelas y bisabuelas. Esta vez dejan atrás el silencio y son ellas quienes dan la versión de su realidad, hablan de sí mismas y de cómo se representan.

Matrimonio, adulterio, divorcio, aborto, violencia intrafamiliar, goce sexual, enamoramiento, maternidad y bigamia, son algunos de los temas que dan forma al libro Las mujeres totonacas en Veracruz. Perspectiva generacional de su cuerpo, sexualidad y relaciones de género.

María Bethi Rodríguez Aragón, su autora, es académica de la Facultad de Antropología de la Universidad Veracruzana (UV), donde dirige –desde hace más de 18 años– la línea de investigación “Antropología y Género”.

Su trabajo está centrado en cuatro generaciones de mujeres de Zozocolco de Hidalgo, municipio ubicado al norte de Veracruz, en la sierra totonaca, donde realizó 77 entrevistas y acopió 23 historias de vida.

La primera generación está integrada por mujeres que hoy son bisabuelas y abuelas, en el rango de 90 y 63 años; la segunda, por abuelas y madres (62 a 40 años); la tercera, por madres e hijas (39 a 20 años); la cuarta, por hijas, nietas y bisnietas (19 a 13 años).

El contexto sociocultural de cada etapa corresponde a la Revolución Mexicana y sus consecuencias (1910-1939), la época de la expansión petrolera en la región (1940-1969), el auge local (1970-1989) y los efectos de la modernización y la migración (1990 a la fecha).

“Interactúan en una cultura que está en proceso de cambio, y esto se manifiesta en la diferencia generacional que hace que algunos elementos permanezcan, resistan o se modifiquen en lo referente a la sexualidad y género.”
La antropóloga compartió con Universo las declaraciones y fotografías que más adelante se reproducen.

Usos y costumbres
En la cosmovisión totonaca, el sol es considerado fuerza, calor y benefactor, y la luna es sinónimo de oscuridad, tristeza y desgracia. Ambos representan las dos partes del universo. El primero se vincula a los hombres; la segunda, a las mujeres, y esa unidad de opuestos posibilita la vida.

La maternidad es considerada algo sagrado e inherente a la mujer. Así, cuando ésta se une al varón es con la finalidad de reproducirse y nada más; aquella que experimenta placer es considerada mala y pecadora. “Las relaciones sexuales deben ser sólo con el marido, y sólo para tener hijos… para gozar sólo las putas”, declaró Natalia, de 32 años.
Aunado a estas creencias está la influencia de la ideología judeo-cristiana, que refuerza el rol tradicional de las totonacas: ser fieles servidoras del sexo masculino.

Doña Juana encaminada a cumplir sus labores domésticas
Doña Juana encaminada a cumplir sus labores domésticas

Micaela, de 79 años, hace alusión a ello: “En misa, el padre dice: Las mujeres tienen que darse a sus esposos, porque es pecado no hacerlo…. Hasta en el registro civil dicen: La mujer no debe negarse a dar servicio al hombre”.

También Cristina, de 50 años: “Lo peor que nos puede pasar a las mujeres es no tener marido… es un castigo de Dios”. Calendaria, de 39 años, lo valora así: “No tener marido e hijos aquí en este pueblo es feo, a nadie se lo deseo”.
“Cómo va a vivir sin casarse y tener hijos… Dios nos manda para formar familia, y ayudarnos en las penas y necesidades”, cuestiona Modesta, de 90 años.

Otra de las creencias es que la mujer no nació para ser soltera. Según Julia, de 18 años. “Aquí todas las mujeres siempre queremos tener pareja, creo que es lo mejor, cuando uno llega a su edad”. Idea compartida por Rogelia, de 70 años: “Cada varón y mujer nace con su destino, las mujeres para casarnos… eso no lo podemos cambiar”.

Para unirse en matrimonio, ella debe tener entre 14 y 16 años, y él, 17 ó 18. Antes de ello, se realiza un ritual de pedimento o concierto, como se le conoce en Zozocolco: la jovencita recibe regalos por parte de los familiares de su futuro marido, quien se pone a disposición de su suegro para ayudarle en sus labores.

Mujeres que hoy tienen entre 60 y 80 años revelaron que siendo niñas sus padres acordaron con quiénes se unirían, como Micaela, de la primera generación.

Ritual agresivo
La antropóloga relató que la fiesta por la boda puede durar hasta una semana y que parte de las actividades medulares de ésta es la comprobación de la virginidad de la mujer.

Para ello, en la puerta de la habitación donde los recién casados pasan su noche de bodas cuelgan una vasija de cerámica. Si a la mañana siguiente está intacta, la mujer era virgen. Si el hombre la rompe significa que no, la fiesta se acaba y él tiene derecho a dar por terminado el matrimonio o a decidir si persiste.

“Lo considero un ritual simbólicamente agresivo para la mujer, porque al no ser virgen comienza su viacrucis en el hogar”, expresó la investigadora.

Los hombres de Zozocolco aún aspiran a ser los primeros en iniciar la vida sexual de su esposa. La mayoría de las mujeres de la primera a la tercera generación comparten la idea de que el cuerpo de la mujer debe conservarse hasta el matrimonio.
En la segunda generación es también común el uso del traje típico
En la segunda generación es también común el uso del traje típico

Margarita, de 70 años, lo explicó así: “Yo sé que antes y ahora, una mujercita que no se cuida es mal vista; cuando se revuelcan con su hombre antes de casarse, otros la tienen marcada”.

En la cuarta generación hay un poco más de apertura al respecto. Reconocen que no es aceptado que una mujer pierda la virginidad, pero no están de acuerdo con la discriminación, tal y como lo expresa Angélica, de 16 años: “Una mujer no cambia, sigue siendo la misma.

A veces lo hace porque la manipulan. Y lo de ‘mujer virgen es mujer buena’ son creencias que tienen nuestros padres…”.

Aborto
Así como el no tener hijos o ser madres solteras va en detrimento de la integridad y reputación de las mujeres totonacas, el aborto es una práctica no aceptada y ante la cual la mayoría de las entrevistadas guardó silencio.
“La solicitud se formula a escondidas del marido y pasa a ser un secreto que guardan la partera y la mujer solicitante, por lo que la norma moral de ‘tener los hijos que Dios envíe’ se estaría resquebrajando y transgrediendo”, mencionó la antropóloga.

Empero, el aborto es un tema presente desde la primera generación, como da cuenta Estela, de 85 años: “Las mujeres desde siempre hemos tenido necesidad de abortar y generalmente, tal vez no lo deba decir, los hombres con sus golpes y muinas que nos mandan hacer, nos provocan en aborto. Yo aborté porque me caí en la lomita, en un día con mucha lluvia… pero también puedes ir a pedir remedios a la curandera para que ya no te de Dios hijos, ¡esto es secreto! Y también para que abortes… ahora no te puedo decir qué cosa te dan, eso pregunta a doña Juana, que sabe mucho de eso”.

Más allá de la tradición
La ruptura con los usos y costumbres de su comunidad se observa en todas las generaciones. Si bien el cambio en la indumentaria podría tomarse como ejemplo, hay expresiones que son más significativas. Ahora las indígenas totonacas también forman parte del ritual del volador, antaño exclusivo para los hombres.

Martina pertenece a la tercera generación
Martina pertenece a la tercera generación

“El ritual prohibía la participación de las mujeres: los varones no podían tener contacto con ellas antes de efectuar el vuelo, ellas no podían estar presentes en el momento en que se hunde el palo en la tierra.”

Desde hace varios años, las voladoras de Zozocolco transgreden esa tradición y no están dispuestas a abandonarla a pesar del rechazo, como el que enfrentó Carmen, de 30 años: “Cuando volé mi papá casi me golpea, dijo que estaba loca”.

Con 10 años menos, Luisa tiene una opinión similar: “Yo siempre tuve devoción por volar, aunque mi novio
no me dejara”.

La decisión de hacer las cosas de manera diferente a lo que la comunidad espera, y de ejercer su libertad para decidir cómo vivir, no depende de la edad.

Rogelia, de 70 años, contó que abandonó a su marido y que a pesar de haber tenido oportunidad de encontrar otra pareja, rechazó las propuestas: “No sé qué piensen los demás, pero en mi concepto, como desde hace tiempo estoy sola… me siento mejor. Tuve muchos pretendientes y yo no quise, no me nació. Si con el esposo que me casaron a la fuerza tenía gran terrenazo, casa, y yo dije: ‘No, lo dejo porque lo dejo’, lo dejé para siempre. Ahora menos, que ya vi cómo se sufre con un hombre. Ya no puedo. Sola soy feliz”.

Algo similar opina Carmen: “Le quiero demostrar al papá de mi hija que he podido sin su ayuda. Él negó que fuera su hija; al principio le rogué, lo llamé, y no hizo caso…”.

Las más jóvenes, como Angélica de 16 años, se rebelan contra lo acostumbrado: “Cuando me enamore va a ser del hombre que a mí me guste, no del que elijan mis padres… A mi abuelita y a mi mamá se lo escogieron… pero a mí no… Yo andaré con quien yo quiera…”.

Presencia indígena
El Conteo de Población y Vivienda más reciente, realizado por el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) en 2005, establece que en Veracruz viven tres millones 686 mil 835 mujeres.

El 63 por ciento de ese total lo hacen en zonas urbanas, y el 37 por ciento restante en zonas rurales, caracterizadas por ser de alta –y muy alta– marginación. Muestra de ello es que de los 125 municipios con menor índice de desarrollo humano ubicados en territorio nacional, 15 se encuentran en Veracruz; la mayoría de éstos pertenecen a zonas indígenas.

En Veracruz hay un millón 55 mil 550 habitantes que forman parte de algún grupo étnico: 522 mil 487 son hombres y 533 mil 63 son mujeres.

Mirada institucional
Según la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares 2006 (Endireh), siete de cada 10 mujeres experimentan actualmente algún tipo de violencia.

Aunque es común que este tipo de cifras sean utilizadas para referirse por igual a la problemática en zonas urbanas y rurales, la directora del Instituto Veracruzano de las Mujeres (IVM), Martha Mendoza Parissi, declaró que en las últimas es muy difícil levantar estadísticas al respecto.
María, de la tercera generación, ya no viste igual que su madre, abuela y bisabuela
María, de la tercera generación, ya no viste igual
que su madre, abuela y bisabuela

Sin embargo, y sin especificar porcentajes, el Diagnóstico sobre la situación de las mujeres con enfoque de género en la Sierra de Zongolica y Santa Martha del Estado de Veracruz, publicado por el Instituto, revela que las indígenas viven de manera más intensa las desigualdades e inequidades.

“En las zonas indígenas la violencia se vive de manera diferente. Desde nuestra concepción urbana, occidental, son violentadas sólo por el hecho de no tomar decisiones ni sobre su vida ni sobre su cuerpo. Ahí la violencia es pareja, en su mayoría no toman decisiones; eso sería, de entrada, una situación de violencia permanente.”

En contraste, agregó, sólo una minoría rechaza esa posición y busca tener voz y voto en su comunidad, reiterando que ello no es algo generalizado.

Otro factor que contribuye y –en opinión de Mendoza Parissi– es la base para que exista la violencia es la subordinación. Las prohibiciones más comunes a las que se enfrentan son no trabajar, no estudiar y no permitir que las revise el médico.

Con base en el diagnóstico antes citado, señaló que las principales demandas de las mujeres indígenas son: atención de la violencia, contar con los servicios de salud básicos, y asesoría para realizar proyectos productivos.

Una de las maneras en que el Estado busca apoyarlas es informándolas sobre sus derechos. Ejemplificó con la traducción de la Ley de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia a los cinco idiomas indígenas con mayor volumen de hablantes en Veracruz (entre ellos, Náhuatl, Totonaca y Huasteco).
Perla y Lucero
Perla y Lucero

Además, sensibilizan al personal del sector salud sobre lo importante que es respetar sus usos y costumbres, “sobre todo en lo que se refiere a la maternidad”.

Respecto de la importancia de la investigación realizada por María Bethi Rodríguez, dijo que al hacer visible la percepción de las mujeres sobre su cuerpo y su sexualidad, y revelar cuál es su participación en el entorno comunitario y familiar, “permite entender cómo están construidas las relaciones sociales de las mujeres, y trabajar respetando su cosmovisión”.

Empero, concluyó, ésta no debe estar por encima de los derechos de las mujeres.