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Año 10 • No. 394 • Abril 19 de 2010 Xalapa • Veracruz • México Publicación Semanal

Un país no es una trasnacional: Marta Blanco

Debemos tomarnos en serio a nosotros mismos, no tanto futbol, no tanto asado, no tanto pasarla bien; primero cumplamos con el deber

Los niños se han convencido de que lo que sacan de Internet es conocimiento, pero en realidad es una copia

La televisión que se autofinancia genera estupidez sociológica

Juan Carlos Plata

En el sitio de clasificados chilegratis.cl se puede leer el siguiente anuncio: “Marta Blanco: Taller literario: escritura, corrección de textos y creación. Informaciones: 2284561”. Una de las más renombradas escritoras de Chile se anuncia en Internet.

Nacida en Viña del Mar en 1938, autora de las novelas La generación de las hojas, Maradentro, La emperrada y Memoria de ballenas, ex directora del Canal de Televisión de la Universidad de Chile, panelista del programa de televisión El termómetro de Chilevisión a inicios de la década pasada y columnista del periódico El periodista desde 2003, Marta Blanco es una feroz crítica del sistema educativo chileno (y en general, del latinoamericano).

Aquí la conversación que sostuvo con UniVerso.

En su columna “Última palabra” usted escribió: “La fuerza de un país potente puede destruir las fuerzas de todo otro país libre y pequeño”. Eso le ha pasado a los países latinoamericanos desde siempre; primero con la Conquista española y después con la dependencia de Estados Unidos, ¿hay que combatir esa condición o simplemente sobrellevarla?
No es una cuestión de sobrellevar ni de combatir, es cuestión de tomar conciencia de nuestra propia autonomía; es un acto ontológico que nos ha fallado.

Las razones de la Conquista –porque no fue un descubrimiento, los españoles llegaron a invadir territorios que estaban ocupados por pueblos que vivían ahí desde hacía mucho tiempo– pertenecen a la ontología del ser humano, se ha hecho en todas partes. Europa se formó así. Traigamos un poco de la historia del mundo hacia nosotros y no nos sintamos tan acomplejados.

A nosotros nos hace falta una cosa que no está muy de moda en estos días: saber que un país no es una transnacional, que un país es su gente; incluso me atrevo a decir que un país es el alma de su gente. Sin eso, el país no existe más, es sólo un territorio.

América Latina debe conservar algunas cosas que le son propias, y no estoy hablando de las tradiciones o las comidas, ésas bien o mal se conservan, lo que se diluye es la sensación de potencia que uno tiene respecto de sí mismo.

Toda persona que tiene que aceptar la ley del otro se subyuga y es un “esclavito”, y digo esclavito porque no lo es tanto pero no deja de ser bastante. Nosotros no tenemos fuerza pero la tenemos, escondida pero la tenemos.

En el caso de Chile, yo veo que desaparecen las editoriales, los trabajos directos, las artes y los oficios; por otra parte, ya ni siquiera ayudamos a fabricar un Volkswagen, ya no fabricamos automóviles, sólo vivimos de extraer minerales y de los peces que nos dio la naturaleza. Y los peces ya se están acabando, la plata y el salitre se acabaron. Ahora bastaría con que los chinos –que son los grandes compradores de cobre– descubrieran un material tan eficiente como el cobre pero más barato y Chile quedaría en la Edad de Piedra nuevamente.

Me llama la atención porque tenemos cosas buenas pero no nos celebramos a nosotros mismos. No le echo la responsabilidad a las grandes potencias, nosotros somos los que debemos ponernos firmes.

Por ejemplo, hay países ricos y países menos ricos; nosotros pertenecemos a los segundos. Argentina es un gran país que se ha destruido a sí mismo, se ha comido los intestinos, tiene una pampa verde, regada en forma natural, que da tres cosechas al año, sus animales son enormes, fastuosos, entonces exportan mucha carne. Ese país se ha consumido no necesariamente en crecer, se ha destruido. Es un gran país y tiene que volver a serlo, pero tiene que tomarse en serio, ése debería ser el lema nacional.

Yo, en Chile, diría: Señores, tomémonos en serio: no tanto futbol, no tanto asado, no tanto pasarla bien, pasémosla bien además, pero primero cumplamos con el deber. ¿Por qué no se puede hablar del deber?

Debemos creernos el cuento no de que somos superiores ni nada de eso, sino de que somos personas inteligentes, justas, equitativas, que buscan una reconciliación con el conocimiento. Hay que tomarse en serio para poder aprender, para poder ejercer, para poder vivir una vida mejor.

Uno de los temas recurrentes en sus artículos es el sistema educativo chileno –cuya realidad, al parecer, podría equipararse con la de cualquier otro país latinoamericano–. ¿Cómo encuentra usted ese asunto en particular?
Tenemos un gran problema educacional en Chile, los muchachos están llegando armados a las escuelas públicas, han matado a algunos alumnos, han herido a profesores, pasan cosas terribles. Además de eso, es evidente que están desequilibrados porque se ha elevado el número de suicidios.

Ahora en Chile se dice que los alumnos la tienen que pasar bien en las escuelas, yo encuentro que pasarla bien es muy subjetivo, porque hay gente que la pasa muy bien estudiando y hay gente que sólo quiere pasarla bien en una especie de paganía erótica o una borrachera sin límite. Nuestros alumnos están tomando de una manera indignante y es hasta ahora que el Estado se preocupa de ello.

Hay quien cree que los avances educativos se tienen que dar a través de la tecnología. ¿Usted qué piensa al respecto?
Estoy completamente opuesta a la idea de darle, así nada más, una computadora a un niño. El niño juega a descubrir cosas, descubre todo lo erótico que hay en la televisión, descubre los videojuegos que le embotan el cerebro, porque el cerebro queda plano de ver tanta televisión.

Los políticos posan para las fotos cuando están entregando computadoras en las escuelas, pero en lo que nadie piensa es en si la madre de un alumno de esa escuela tiene o no una estufa de gas –todavía en muchas zonas de la periferia de Santiago se cocina con leña–, hay una cosa muy primitiva en nuestra pobreza. Los hijos de esas familias no están preparados para usar computadoras, y no estoy diciendo que no se les den aparatos a los niños, digo que se les prepare no sólo técnicamente, sino moral y éticamente para recibir tanta información.

Y en todo eso, ¿cuál es el papel de la política?
Tenemos un déficit de seriedad en materia de educación, la política es un menester que no es serio, porque está llena de compromisos; para conseguir los votos se endeudan unos con otros.

Tenemos que darle autonomía a la salud y la educación para que no entren en los compromisos políticos; porque cambiar seriamente la educación de un país toma 20 años, los gobiernos chilenos –con la constitución nueva y de pacotilla que acaban de hacer– duran cuatro años y no son reelegibles. Entonces los presidentes hacen puras cosas inmediatas, son como la comida chatarra, hacen tareas chatarra: rápido y que se vea que yo lo hice.

¿Y existen soluciones para estos problemas?
Si a mí me propusieran ser Ministro de Educación, cosa que no va a pasar nunca, diría: inmediatamente vamos a hablar con el dueño de un sitio de Internet que se llama El rincón del vago (donde los estudiantes buscan y encuentran tareas hechas, que luego imprimen y entregan) y le diría que no me puede hacer ese daño, porque lo que aprenden los niños es que si uno es un vago simpático se puede triunfar en la vida.

Los niños se han convencido de que lo que sacan de Internet es conocimiento, pero en realidad es una copia. Hay una deformación de la lógica.

Un niño tiene que escribir a mano porque si no, no puede aprender el valor de la rapidez con que funciona el pensamiento. Yo aprendí a escribir a mano, nos pasábamos semanas enteras aburridísimas haciendo palotes hacia un lado y hacia el otro y después letra por letra. Tenemos que pensar que escribir al hombre le costó mil o dos mil años, leer sin mover los labios costó mil 500 años.

Se supone que nuestros chicos saben leer pero cuando les dices que lean algo lo hacen casi tartamudeando. Y cuando terminan, les preguntas qué quiere decir eso que acaban de leer y no tienen idea. Saben contar las sílabas pero no saben entender el proceso del pensamiento, ¿cómo no va a ser delicado?

En vez de estar pensando en internetizar a todo el mundo y en convencer a todo mundo de que tiene que ser electrónico, lo que debemos hacer es hacerlos trabajar en el cuaderno y tener profesores bien pagados.

Estos problemas en la formación de los ciudadanos repercuten en el entorno social. ¿Qué tan graves son sus consecuencias?
La consecuencia de esta mala educación es que la sociedad completa no quiere hacer ningún esfuerzo y no quiere tomarse en serio nada. Los cambios deben darse en la democracia, no creo tanto en la revolución, mucho menos en el sueño de los perdidos.

¿Cómo vamos a impedir que la modernidad llegue? Ya llegó. Todos la aprovechan de la mejor manera que pueden, en Chile hay una pobreza de la clase media que es curiosa: es con auto, con predilección por las marcas caras, con vacaciones en Miami a crédito, con un sistema de salud débil que ofrece más de lo que puede dar y con una desfachatez frente a la cultura que es indignante. Me da rabia la desfachatez. Nadie lee, todo mundo lo sabe y a nadie le importa.

La Concertación (término con el que se denomina a la izquierda que llegó al poder luego de la caída del régimen militar de Augusto Pinochet) ganó la democracia, es verdad, lo reconozco, lo acepto y me sumo a ella, pero cuando las cosas comienzan a quedarse paralizadas me parece que es tiempo de cambiar.

Creo que este cambio (el 17 de enero de 2010, Sebastián Piñera fue electo, en segunda vuelta, el primer presidente de Chile de orientación centro-derecha desde 1958, derrotando al candidato de la Concertación de Partidos por la Democracia, Eduardo Frei Ruiz-Tagle) le viene muy bien a la Concertación, porque ha hecho muchas cosas, la mayoría de ellas bien hechas: manejó bien la economía, dejó al país sano, pero el país tiene también grandes pendientes.

Ahora que venga la derecha y comience a hacer gestión porque estamos débiles en ese aspecto: los colegios están mal administrados, hay una deuda histórica dramática con los profesores (que viene desde el gobierno de Pinochet) porque se les quitó un porcentaje de su sueldo, se les prometió que se les iba a devolver pero nunca se hizo; los salarios mínimos son muy bajos, pero tampoco podemos aumentarlos a la utopía porque entonces nos comemos la economía.

Además de nuestra naturaleza y de nuestros errores, hay también factores –como la influencia de la televisión– que nos hacen ser como somos, estar como estamos.
Nosotros tenemos una gran capacidad para odiar y eso me da mucho nervio. Somos rencorosos y vindicativos y yo tengo la convicción de que eso ocurre por ignorancia, por ingenuidad. Aglomerados en una sociedad que vive de los sueños y de lo mínimo, y se contenta con ello, pero sueña con lo máximo, apoyado por una pésima concepción de la cultura.

La televisión que se autofinancia genera estupidez, sería excelente que sólo se generara estupidez adentro de una cabeza, pero genera estupidez sociológica, convierte a los seres humanos en estúpidos y eso no lo puedo permitir.

En otro artículo usted critica a los políticos que creen que la cultura se reduce a las bellas artes. ¿Cuál es su idea de cultura?
Lo que hacemos, somos y habitamos. Habitamos nuestra cultura porque cualquier gesto es cultural, ¿cómo no lo va a ser? Un antropófago tiene una cultura de antropofagia, no puedo decir que no tiene cultura, no tiene mi cultura occidental cristiana, pero tiene su cultura.

En este entorno educativo, político y social, ¿por qué ser escritora?
Un escritor necesita escribir, siente la necesidad de escribir, es una necesidad vacía, es hambre, hay que comenzar a ver por qué se quiere escribir, qué se quiere escribir, cómo, cuándo, dónde; después vienen los temas.

Yo creo que el escritor tiene que buscar su propia palabra, y ése es el problema. El escritor que tiene algo que decir, es rebelde. Hay una rebelión en la literatura, frente al dolor, al amor, la muerte, la política, la injusticia. El contento no escribe. Un escritor decimonónico decía que los países chicos y las mujeres buenas no tienen historia.

Todos tenemos historia pero por supuesto que la mujer tiene más qué decir en materia de rebelión, pero no lo ha dicho con la palabra necesariamente, lo ha dicho con los actos; la ejecutiva, la abogada, la que dejó muchas cosas atrás para ser profesional, que ya no se casa a los 18 años sino a los 28 o a los 38, que quiere hacer una carrera, que quiere un yo. Y no creo que eso necesariamente sea narcisista, creo que eso es expansión.

¿Qué tanto participan los jóvenes chilenos en el ámbito literario?
No hay mucho interés, se lee muy poco, no se ha logrado despertar el hambre que tuvieron esos mismos grupos hace unos años. Se han hecho cosas que están mal, no se les ha dado importancia a los escritores, no los llaman a los colegios, no los llevan a recitales. Los periódicos han prescindido casi por completo de la literatura y yo soy muy crítica de eso.

Hace unos meses los presidentes de los países latinoamericanos se reunieron y dijeron que hay que hacer un organismo sin Estados Unidos…
Me parece una tontería.

… Por otro lado, hay diversas voces de intelectuales que sostienen que es tiempo de pensar de nuevo en una nueva unidad latinoamericana y recuperar nuestro nombre común de americanos que un país se ha querido adjudicar para él solo.

Creo que a estas alturas, pelear por el nombre de América es una pelea de chiquillos. Se ha dicho: somos todos americanos, vivimos en el mismo barrio, uno no puede agarrar a su país, ponerle un motor y salir para Australia, no se puede.