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Año 10 • No. 396 • Mayo 4 de 2010 Xalapa • Veracruz • México Publicación Semanal


Diamela Eltit participó en febrero pasado en el encuentro literario “Algún día en cualquier parte. Bicentenario: letras de Chile y México”, organizado
por la Universidad Veracruzana

El opio de las mujeres es el amor:
Diamela Eltit

El cuerpo femenino sigue siendo un terreno que es escrito por los poderes de todos los estados: siempre ha estado en debate, bajo la mira

Esa perfección que el sistema actual busca, basada en lo externo, sólo es posible mediante el quirófano

Susana Castillo Lagos

“Hicimos lo que teníamos que hacer” es la respuesta de la escritora chilena Diamela Eltit al cuestionarle qué tan difícil fue para ella, y otros creadores artísticos, seguir produciendo y enfrentarse a la censura que imperó tras el golpe militar encabezado por Augusto Pinochet en 1973.

Sin adjudicar a su experiencia mayor importancia que a la del resto de los chilenos, se limita a recordar aquella época como difícil, tensa y angustiosa.

A la par, la autora de las novelas Lumpérica (1983), Por la patria (1986), El cuarto mundo (1988), Los vigilantes (1994) y Jamás el fuego nunca (2007), entre otras, celebra que las nuevas generaciones no tengan que enfrentarse a esos niveles de represión, sin olvidar que la violencia y la depredación son temas latentes no sólo en Chile, sino en América Latina.

No obstante, asegura que hay formas de sometimiento más preocupantes, especialmente dirigidas hacia las mujeres. Liberarse de ellas, considera, es la nueva independencia por conquistar.

Sus trabajos literarios se han distinguido por reflejar problemáticas sociales de diferentes etapas de su país. ¿Qué la motivó a ello?
Son textos que he escrito más que por una necesidad burocrática, por deseos que ciertos temas me han provocado. Toda época histórica o social necesita crítica porque el mundo no ha dejado de ser imperfecto en muchos aspectos.
Pienso que, en ese sentido, es necesario plantear –si alguien quiere hacerlo, no es obligatorio– algunas preguntas. Tal vez no se puedan resolver, menos desde la escritura, pero por lo menos dejarlas abiertas.

Desde la novela se puede construir lo que difícilmente se expresa de viva voz. En ese sentido, por supuesto, contiene signos sociales, pero lo ideal es que cada discurso, desde los discursos de barrio o sociales, digan lo que tengan que decir, incluida la novela.

¿Qué tan difícil fue apegarse a esto durante la dictadura chilena?
Era una situación que nos afectaba a millones de chilenos, yo no podría adjudicarme una atención mayor que la que tuvieron todos los ciudadanos y ciudadanas que no compartían los criterios militares. Fue una vida muy complicada, muy difícil, muy tensa, en cierto modo angustiosa, especialmente por la depredación que hacía el Estado sobre ciudadanos indefensos.

En ese sentido, grupos de artistas hicimos lo que podíamos y teníamos que hacer, y siempre pienso que por una parte quizá pudimos haber hecho más, no sé, parece que las condiciones no lo permitían.

Afortunadamente las nuevas generaciones no tendrán que vivir eso, pero también generaciones como la mía tenemos la responsabilidad de recordar que la violencia y la depredación están ahí, y si mañana el capital fuera tocado por los sujetos que buscan emancipaciones volvería a pasar exactamente lo mismo, en Chile o en cualquier otro país; está latente.

Es peligroso perseguir la legitimidad, la autonomía…
No, es una cuestión de opciones. Creo que cuando hay ciertas pasiones, literarias o sociales, ¡ojalá uno pudiera estar más cómoda con las instituciones!, eso sería lo ideal, pero no te quedas en la incomodidad y por supuesto que tiene riesgos de todo tipo. Si no te planteas de manera sumisa y subordinada tienes riesgos, pero una vez que te reconoces habitando zonas más riesgosas, lúcidamente soportas mejor el efecto de esos riesgos.

A mí me parece más estimulante el riesgo que el conformismo, pero puede ser un problema mío, no lo descarto, pudiera ser que sea mejor el conformismo que el riesgo.

Hoy día, en el marco de los bicentenarios de la Independencia de México y Chile, ¿es justo hablar de libertad y democracia como ideales alcanzados?
Pienso que la democracia es una aspiración, no es una realidad, creo que es siempre incompleta. Se funda sobre una idea de igualdad, y desde luego no podemos sino reconocer que habitamos sociedades extremadamente desiguales, no sólo en México o Chile sino en toda Latinoamérica.

Quizás hay sociedades más equilibradas pero básicamente habitamos mundos muy desiguales. Pienso que la libertad está ligada a la democracia y, por lo tanto, también es incompleta.

En un mundo donde los discursos distan mucho de las prácticas, ¿quiénes son los más afectados?
Hay grupos numerosísimos –y en algunos casos mayoritarios de la población– que están expuestos a severas limitaciones en sus derechos y libertades. Estoy pensando en términos de género y de la mujer, cuyo cuerpo siempre está en debate, porque le pertenece a la familia, a la religión, a los gobiernos y a la ley. El cuerpo del hombre no es interrogado en sus recorridos, sus hábitos y menos en su sexualidad. El cuerpo de la mujer sigue siendo un terreno que es escrito por los poderes de todos los estados, por la complicidad de muchos gobiernos.

Creo que todavía tenemos un camino quizá milenario por recorrer en esos puntos, sin contar las minorías indígenas o sexuales, aunque aquí hay cierta apertura. Son cuestiones que pueden tener también regresiones, no son territorios ganados de una vez y para siempre, sino que avanzan y retroceden, especialmente el tema de las mujeres y la sexualidad. Este bicentenario no es un motivo de celebración para las mujeres en particular.

¿Considera que ese malestar pueda generalizarse a toda América Latina?
Depende de cómo mires ese tema. Las mujeres de derecha tienden a ocultar, a despolitizar ese problema, porque ellas han integrado en sí las voces de la dominación masculina. Hay mujeres que sólo repiten esa dominación, entonces no es un movimiento heterogéneo. También porque el sistema es inteligente y ha producido la fragmentación a través del miedo. Si tú nombras la palabra feminismo, te pones en un lugar peligroso, incómodo. El término incomoda, pues. Entonces las mujeres, estratégicamente, han preferido no incomodar porque los lugares incómodos son violentos.

¿La literatura es el territorio idóneo para hablar del tema?
En términos literarios las mujeres tampoco son homogéneas, todo depende del lugar donde estés parada. Lo más importante es trabajar los signos. Tiende mucho la mujer a hacer una literatura referencial, es decir, a los amores, a los hijos; duplica su propio estatus de la vida real en la vida literaria, pero bueno, está bien, que las mujeres escriban es una ganancia.

¿Cómo salir de esos cánones literarios?
El punto es, creo yo, cómo deconstruir ciertos lugares que el sistema le asigna a la mujer, y en ese sentido siempre tomo a Marx y su frase “La religión es el opio de los pueblos”. Yo pienso que el amor es el opio de las mujeres, que es una gran trampa de sometimiento en definitiva. El amor como lo dictan los sistemas, como el sistema construyó el amor para las mujeres, creo que ahí es adonde hay que entrarle, a repensar ese sentimentalismo inoculado, que es paralizante.

Y además es reforzado por las industrias culturales, a pesar de la “modernidad” en la que vivimos…
Estamos en los siglos XVIII, XVII o XVI, en esos términos. Yo pienso que a la mujer se le pide mucho, con modelos que no calzan nunca con nada. Hoy en día tenemos una industria médica que se ha dejado caer sobre las mujeres de una manera impactante y que se está enriqueciendo en las áreas estéticas gracias a mujeres que están operándose de manera creciente.

Partamos de la base de que tienen todo el derecho a operarse si quieren, no estoy cuestionando esa libertad, estoy viendo al sistema aliado a la industria médica.

Esa perfección que el sistema busca sólo es posible desde el quirófano, no hay ninguna otra posibilidad. Y me parece muy peligroso, todavía no sabemos qué resultados va a tener, orgánicamente, sobre las mujeres. Tal como antes eran esos corsés que afectaban la salud, o como los problemas óseos que tenían las mujeres chinas con el modelo del pie pequeño. Vemos que el cuerpo de la mujer siempre ha estado bajo la mira, pidiéndole, entre comillas, lo imposible.

Entonces, ¿el amor es la causa?
Esto tiene que ver indirectamente con el amor: el ser aceptada o amada sólo es posible si sigues el modelo de perfección, y éste sólo es posible mediante el quirófano. El sistema tiene una serie de mecanismos finos, no es tan directo. Por otra parte, está ese modelo banal del príncipe azul perfecto. Y la mujer se encuentra con un hombre básicamente imperfecto, igual que ella, y por lo tanto esa ilusión fracasa rápidamente y sigue buscando ese amor que no llega y que en realidad no llegará nunca.

¿Cómo no sucumbir a ese opio?
El punto para mí es… tengo un plus que me ha dado mucha vida: la escritura. Más allá de novios o maridos, hay una constante que está en la literatura. He podido sobrevivir a lo que el sistema impone gracias a la literatura, pero las chicas –desafortunadamente las jóvenes están sufriendo el embate muy fuerte de la perfección, de la delgadez– están asoladas con modelos que en mi tiempo no existían, pero bueno, había otros, sólo que el de ahora es feroz porque se basa enteramente en lo externo, y eso es muy duro, porque somos artesanales y nos piden que seamos un resultado industrial.

¿Es la nueva independencia por conquistar?
Sí, les corresponde a las mujeres jóvenes tener una vida más autónoma de esos mandatos tan destructivos. En términos de la libertad cada cual tiene que hacer sus propios viajes y las sociedades tienen que organizarse. En definitiva, van a ser las propias mujeres –siempre han sido– las que consigan sus emancipaciones.