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Recinto
de nuestra memoria
Uno
de los espacios culturales más bellos del país y el
más completo en lo referente a las civilizaciones originarias
del Golfo de México, el Museo de Antropología de Xalapa
(MAX), celebra los 15 años de su actual edificio, enriqueciendo
su acervo con nueve valiosas piezas de la cultura olmeca, la primera
donación significativa que recibe en sus tres lustros.
Desde
la semana pasada, estas piezas escultóricas de incalculable
valor serán huéspedes permanentes del MAX, y dan la
bienvenida al resto de las salas de exposición del museo.
El
grupo escultórico está constituido por dos figuras
antropomorfas (los llamados gemelos o mellizos) y dos jaguares en
basalto, cuatro piezas que al parecer representan una escena relacionada
con el culto a los dioses; además de dos máscaras
funerarias y tres hachas de jade blanco, serpentina verde y jade
oxidado, de incalculable valor histórico y patrimonial, que
por ser halladas en el lecho de un río se juzgan como ofrendas
a deidades marinas.
Una
escena escultórica
Lo
que podemos denominar como escena escultórica se constituye
de piezas datadas entre los años 1200 al 900 a.C. Son piezas
de gran tamaño talladas en basalto donde vemos a dos figuras
antropomorfas sedentes (sentados) que representan a unos gemelos
colocados ante dos figuras de jaguares también sentados,
sobre una plataforma en la cara sur de la Acrópolis del Azuzul,
en Loma del Zapote, Veracruz. Su estado de conservación es
magnífico, como pocas veces ocurre con este tipo de materiales
con tantos años de antigüedad. Cada gemelo empuña
una barra dando la impresión de tratar de incorporarse y
se dice que la escena quizá representa un mito muy antiguo
que data del preclásico inferior olmeca.
Rubén
Morante, director del MAX, nos hace saber que algunas piezas de
este grupo escultórico fueron encontradas por Ignacio Vasconcelos
Cruz, un trabajador de Leopoldo Alafita Hipólito, en cuyo
terreno fueron halladas estas piezas en 1987. El señor Vasconcelos
encontró a los gemelos y uno de los jaguares; mientras que
el segundo aguar, el más grande, lo encontró Ann Cyphers,
una arqueóloga del Instituto de Investigaciones Antropológicas
de la UNAM, quien ha ofrecido la
hipótesis de que la escena probablemente representa el proceso
de transformación de un rito chamánico.
La
importancia de las piezas se ubica en varios frentes, uno de ellos
radica en que son la muestra más temprana de las manifestaciones
estéticas de los olmecas, una cultura que representa, a juicio
de Rubén Morante, la cúspide del arte escultórico
prehispánico, en cierta manera los griegos del continente
americano.
"Además,
su repercusión histórica viene del hecho de que gracias
a este conjunto escultórico encontrado in situ, ya que no
estamos hablando de piezas aisladas, sino de una escena completa
que en la museografía hemos respetado totalmente, podemos
saber que los olmecas representaban escenas escultóricas,
seguramente relacionadas con el culto a sus deidades y posiblemente
con algunos mitos de origen. Estoy preparando un artículo
sobre la cosmogonía oculta en estas figuras pero todavía
no está listo; pero por mi parte no estoy del todo de acuerdo
con Ann Cyphers con su hipótesis del chamanismo en el caso
de los jaguares", nos dice el arqueólogo.
El
tercer factor que hace importantes a estas piezas, tanto a los personajes
del Azuzul como a las máscaras y hachas halladas en Hueyapan,
es su estado increíble de conservación: "parecen
hechas hace tres días, cuando en realidad fueron hechas hace
tres mil 200 años. No es fácil encontrar piezas olmecas
en tan excelente estado de preservación, de hecho muchas
que tenemos en las salas del Museo han sufrido serias mutilaciones".
¿Por
qué tardaron en llegar?
Algo que uno se pregunta es por qué teniendo tan grandes
cualidades estas piezas halladas en 1987, para el caso de los gemelos
y jaguares, y en 1997 en cuanto a las máscaras y hachas,
hasta ahora se integran al MAX.
Rubén
Morante nos explica que tuvo que pasar un delicado proceso, en el
que al principio se tuvo que vencer la reticencia por parte de los
habitantes para entregar estas obras, a pesar de que ellos no tenían
un lugar adecuado para resguardarlas, de modo que aquí el
mérito es del presidente del Patronato del MAX, don Agustín
Acosta Lagunes, quien convenció a la gente para que donara
las piezas.
Pero
ese fue el primer paso, luego se tuvieron que iniciar los trámites
de acuerdo a las estrictas leyes en la materia en el país,
lo que llevó a la celebración de un convenio entre
la UV y el Instituto Nacional de Antropología e Historia
(INAH) el año pasado, con lo que se consiguió una
concesión por parte de esta institución normativa
por tiempo indefinido, por lo que prácticamente las piezas
son parte de la colección del MAX.
En
medio de esto también se tuvo que vigilar estrechamente la
seguridad e integridad de las piezas. Si las piezas grandes podrían
ser vulnerables por el daño que se le puede ocasionar al
trasladarlas por sus grandes dimensiones y su peso, las máscaras
y las hachas, siendo más pequeñas, corrían
el riesgo de ser robadas al poseer un valor extraordinario por el
material mismo y por el estado de conservación que tienen,
de hecho, su valor en el mercado negro puede llegar a ser altísimo.
Todo el conjunto de la donación podría tener un valor
por encima de los cinco millones de dólares, en una estimación
conservadora... Toda esta historia es una muestra de cómo
el MAX ha adquirido un prestigio muy alto en el ámbito académico
nacional en los últimos años; ello ha dado confianza
a la gente de que las piezas que llegan al Museo no sólo
van a estar bien exhibidas, sino correctamente preservadas y custodiadas.
La consolidación de su imagen no sólo en el medio
académico sino también en el político y social,
ha servido para crear un marco adecuado para que estas donaciones
se den, lo que no había ocurrido en los últimos 15
años.
"La
ventaja que tiene el MAX frente a otras instituciones es que tiene
amplísimos espacios donde podemos exhibir muchas piezas más",
afirma Rubén Morante, quien no sin orgullo agrega: "no
solamente estamos justificados académicamente, sino también
en el campo de la restauración, la seguridad y la legalidad,
y no sólo eso, sino que también en el campo de la
difusión."
Breve
Historia del MAX
El 20 de noviembre de 1960 se inaugura el Museo de Antropología
de la Universidad Veracruzana, en un terreno donado por los
ejidatarios del Molino de San Roque en las afueras de Xalapa.
En el museo se integran las piezas resguardadas que en ese entonces
rebasaban las 10 mil. Con el tiempo, las instalaciones resultaron
insuficientes para colocar muchas de las extraordinarias obras
que habían llegado a Xalapa en las últimas tres
décadas.
El
nuevo Museo, el que conocemos ahora, ya construido de acuerdo
a la necesidades planteadas por la colección dedicada
a las culturas del Golfo de México, fue fundado en
1986 y en el 2001 cumple 15 años. El MAX se asienta
sobre un terreno de seis hectáreas, con amplios jardines.
El recinto tiene una superficie construida de 13 mil metros
cuadrados, dos terceras partes destinadas a salas de exhibición,
y el resto a servicios generales. Para los recubrimientos
del Museo se utilizó mármol y cantera de regiones
cercanas de Xalapa, mientras que la jardinería representa
una gran variedad de especies típicas del estado.
Su
colección consta de más de 29 mil piezas arqueológicas,
tres mil de las cuales se encuentran en exhibición
por ser las piezas más importantes y representativas
de las culturas del Golfo de México; las restantes
se guardan en un almacén especialmente diseñado
para garantizar su seguridad y conservación.
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