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Año 10 • No. 456 • Octubre 3 de 2011 Xalapa • Veracruz • México Publicación Semanal

Como recuperación de la memoria histórica

Los jóvenes deben reflexionar
sobre México 68

Néstor Ponce, docente de la Universidad de Rennes II, en Francia, aborda el impacto de acontecimientos trágicos en la memoria de los pueblos latinoamericanos

Lo sucedido en México durante 1968 es un laboratorio de lo que ocurrió después en diferentes países de Latinoamérica, planteó el académico

David Sandoval

Alguien le comunica al presidente Gustavo Díaz Ordaz, al día siguiente de lo ocurrido en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco el 2 de octubre de 1968, que Jacobo Zabludowsky había presentado las noticias usando una corbata negra.

El presidente piensa que ese hecho es una muestra de solidaridad para con las víctimas, como si el duelo lo representara la corbata; se comunica con el periodista directamente y le pregunta por qué se ha puesto esa corbata Zabludowsky le contesta: “Pero señor, desde hace dos años llevo corbata negra para presentar las noticias”.

Esa actitud del gobierno relacionada con la prensa, la idea de la paranoia, del complot contra el Estado, es una marca contundente de los regímenes latinoamericanos a partir de la década siguiente, explicó Néstor Ponce, académico de Literatura y Civilización Españolas de América en la Universidad de Rennes II, en Francia.

Néstor Ponce coordina el Laboratorio Interdisciplinario de Investigaciones sobre las Américas, desde donde surgió la idea de retomar los sucesos ocurridos en México no sólo como referencia de los gobiernos, sino como recuperación de la memoria por parte de la ciudadanía, en particular desde los jóvenes.

¿Por qué enfocarse a los hechos ocurridos en nuestro país durante 1968?
Nos parecía que 1968 en México era una fecha suficientemente significativa para poder abordar este tema traumático en la medida que no se produce en México esa idea del duelo; no hay un saldo histórico y todo el problema de la memoria interroga siempre el presente y sobre todo se proyecta hacia el porvenir; es decir, en definitiva: ¿de qué nos sirve el pasado?, ¿cómo hablamos, cómo lo pensamos y cómo lo analizamos?, ¿cómo vamos a invertir ese capital de investigación de cara al futuro?

La idea era comparar el Museo de la Memoria que existe en Buenos Aires y el Memorial del 68 que está en la Plaza de las Tres Culturas de la Ciudad de México, era interesante buscar una contextualización histórica y profundizar sobre las características de los movimientos y las respuestas que dio el Estado, la masacre en particular y la repercusión que tuvo en el plano estético.

Las diferentes representaciones estéticas que siguieron al 68 tomaron este hecho y cómo lo reprodujeron y cómo lo visualizaron, así como también la importancia que puede tener este capital imaginativo, esta construcción imaginaria de cara a una construcción del propio futuro que nos concierne como ciudadanos.

¿Cómo define esta idea de México como un laboratorio de Latinoamérica?
Me refiero a pensar el 68 en México como un laboratorio de lo que ocurrió en los años posteriores en otros países de América Latina; es decir, cuál es el tratamiento del Estado detrás de las víctimas, qué se hace con los cadáveres y, sobre todo, esta idea que está relacionada con la memoria, la idea del duelo: mientras no hay cuerpo, no puede haber un duelo completo, entonces queda esa sensación de injusticia.

Entonces, ¿su trabajo está relacionado con recuperar la memoria colectiva?
Bueno, el proceso que me llevó a esto, la idea original, como todo académico, como todo investigador, es un trabajo que veníamos haciendo con el grupo de investigaciones que dirijo alrededor de la memoria; es decir, incluso es más completo: memoria e identidad-territorio.

En esta investigación nos planteábamos problemas acerca del impacto que tienen acontecimientos trágicos en la memoria de los pueblos latinoamericanos que no han tenido la posibilidad de ser saldados desde el punto de vista de la justicia, desde el punto de vista del reconocimiento de las víctimas, desde el punto de vista, incluso, de la representación que le sigue a esos acontecimientos.

Surgió otro aspecto casi autobiográfico, que tiene que ver con mi carrera de escritor; yo me plantee en qué medida podría reunir el interés académico y científico de la memoria del 68 con el proyecto del Circo Volador y cómo generar una propuesta creativa que nos pueda hacer volver sobre estos elementos.

Luego, un organismo francés propuso un financiamiento: el Colegio Franco Mexicano de Estudios en Ciencias Sociales; el proyecto global consistía en hacer un taller literario en el Circo Volador, con jóvenes de barrios desfavorecidos y confrontarlos con el problema de la memoria.

El proyecto involucra también a los jóvenes, ¿por qué?
La participación juvenil me parece un elemento central, qué espacio y qué lugar le damos a los jóvenes en nuestras sociedades. Todos fuimos jóvenes en algún momento de nuestra vida y es cierto que de una manera consecuente, repetitiva a lo largo de la historia, se producen estos conflictos generacionales y alcanzan matices distintos en función de un contexto histórico que es global.

A mí me gusta utilizar una cita que dice: “Todos los jóvenes de los países desarrollados son parte de la subcultura juvenil internacional, producto a su vez de una tecnología igualmente internacional”. Es una cita que viene de los años setenta y me parece interesante trasplantarla un poco a la época actual y darle un perfil nuevo, sobre todo en el calificativo de países desarrollados; es decir, cómo los países que no formamos parte del primer mundo podemos reflexionar acerca de estos conflictos y qué relación podemos tener con los jóvenes.

La juventud propone modelos culturales que están en gestación, no están terminados, por supuesto, pero se oponen en cierto modo a una imagen oficial de la cultura y una de las características de los movimientos es una temática reivindicativa, que se orquesta alrededor de tres términos: identidad, justicia y paz. Ante esto, obviamente, el posicionamiento que tienen los jóvenes ante la realidad, ante las instituciones y ante el Estado.

En su opinión, ¿cómo se manifiesta la postura de los jóvenes?
Bueno, se manifiesta diría que a partir de fenómenos de protesta que son precisos, particulares, y se reproducen en el mundo entero. No es una casualidad, cuando yo empecé a trabajar con esto fue mucho antes de los conflictos en el mundo árabe y es curioso que esta idea se reproduce; generación tras generación hay problemáticas que no son iguales pero que ofrecen ciertos puntos de convergencia para hacernos pensar a nosotros en nuestra realidad y sobre todo en el futuro, sobre qué modelo de sociedad queremos tener.

Por otro lado, una de las manifestaciones típicas de la contestación es la ocupación del espacio público. Ocupar espacios que generalmente corresponden a los espacios del poder; entonces, ¿cómo se le discute al poder? A partir de esa ocupación.

¿Podemos compararlo con lo que ocurre actualmente?
Pensemos en esto, en 1968 Estados Unidos está embarcado en la guerra de Vietnam y hay un cuestionamiento muy fuerte del modo de vida americano, esto se manifiesta a partir de diferentes movimientos de resistencia que van desde el movimiento hippie hasta el movimiento feminista, además, es un fenómeno mundial.

Uno de los más conocidos es el 68 en Francia, pero es un fenómeno en el que se cuentan una cantidad de ciudades que muestran la fuerza de lo que sería un cuestionamiento, se podría decir, entre comillas, que está en el aire esa sensibilidad que toca a las diferentes poblaciones juveniles en el mundo entero y les hace manifestarse.

Pero hay una diferencia con lo que pasa actualmente; nosotros tenemos Internet, tenemos Facebook, tenemos Twitter y en seguida podemos comprender cómo están actuando en otros lugares e interactuar a partir de ahí.

En esa época la comunicación no era la misma, pero lo que es interesante es observar que son fenómenos simultáneos y al mismo tiempo tienen características cercanas.

Un término común es la espontaneidad. Cuando aparecen estos grandes movimientos que tienen un impacto tremendo en la historia es porque existe un fermento, un gran fermento que permite que explote una situación de terrible tensión. Ello genera, a su vez, una participación espontánea.

¿Qué elementos definen entonces lo sucedido en esa época?
Me llama mucho la atención cómo reaccionan los intelectuales de México en 1968, una de las primeras cosas que aparecen muy rápido en las crónicas, la poesía y otras formas de representación estética es comparar la caída de Tlatelolco en 1523, que marca el fin del Imperio Azteca, y el 68 con la masacre.

Cuando vi fotografías que me impactaron, pienso en que es ver el lugar de la memoria, cómo queda el lugar después de la masacre; semejante a la película Rojo amanecer. Pero, ¿qué queda después del sufrimiento, después de la masacre? Quedan sólo los objetos: una billetera, zapatos, relojes; los objetos y la sangre de los cadáveres.

El movimiento queda destruido y sólo tiene semanas de vida; la reivindicación no ha sido obtenida, se libera a los líderes, pero sobre todo esta idea del duelo no cumplido, es decir, que los responsables de la masacre nunca fueron juzgados ni castigados.

Lo que me interesa en este contexto es cómo el movimiento puede proponer formas de reflexión estética que son renovadoras, lo interesante para el investigador es tomar el 68 como un núcleo y, a partir de ahí, interrogarlo, observar qué pasó anteriormente en los cuestionamientos estéticos y las diferentes formas expresivas que abarcan teatro, música, literatura, gráfica y pintura, cómo puede incidir el 68 y qué pasará posteriormente.

Concibiéndolo como laboratorio, es posible pensar cómo enfrentarlo con las nuevas formas expresivas.

¿Ha visitado el lugar, la Plaza de las Tres Culturas?
A partir de la idea de Walter Benjamin, el crítico alemán, sobre la idea del paseante, cómo recorrer el lugar de la memoria. Recorro el lugar y comencé por el pasado, caminé por las ruinas [prehispánicas], visité la iglesia y luego visité la plaza. Confronto aquí las esculturas. Luego de un recorrido por los lugares, entro al Memorial, que no conocía pero tenía elementos, sabía cómo era y estaba articulado.

Al terminar mi visita me detuve en la puerta y observé a la gente, es decir, mi visita es doble: miro el lugar de la memoria pero al mismo tiempo miro la reacción que tiene la gente ante el lugar; quiero saber qué hacen las personas al término de su visita; 80 por ciento, un alto porcentaje de jóvenes, van a recorrer toda la plaza, no se van directamente sino que vuelven a ese lugar, hay como una especie de necesidad de redimir, de recrear, desde el punto de vista del imaginario individual, un imaginario colectivo.

Nuestro eje temático consiste en articular la memoria del 68 con el destino de los jóvenes; cómo estos jóvenes de barrios desfavorecidos pueden visualizar el fenómeno de “el 68”.

Finalmente, la idea es presentar a los jóvenes de los sectores desfavorecidos proyectos de reivindicación identitaria que tengan una aplicación concreta, que tiendan hacia la profesionalización; es decir, una investigación aplicada con un objetivo común, que es reflexionar sobre una cultura común.