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Año 10 • No. 461 • Noviembre 7 de 2011 Xalapa • Veracruz • México Publicación Semanal

Comentó en entrevista Ricardo Piglia

La adaptación en la crisis, clave de la sobrevivencia en AL

Resalta el autor de Nombre Falso la capacidad de los jóvenes de hacer arte en medio de la adversidad

Adriana Vivanco

Androgué, provincia de Buenos Aires, Argentina, es el lugar de origen de Ricardo Piglia (1941), escritor, crítico y ensayista quien publica su primer libro de relatos –La invasión– en 1967, haciéndose acreedor al Premio Literario Casa de las Américas. En 1975 publica Nombre Falso, obra que ha sido traducida en varios idiomas, pero es hasta 1980 que Piglia logra presentar quizá su obra más representativa, Respiración artificial, novela que le colocó de manera definitiva en el escenario de la nueva literatura latinoamericana y, desde luego, argentina.

Otros de sus trabajos importantes son Ciudad ausente, novela de la cual se desarrolló una ópera, y Plata quemada, con la que en 1997 ganó el Premio Planeta por decisión unánime de los integrantes del jurado, entre quienes destacaron Tomás Eloy Martínez y Mario Benedetti.

En esta ocasión, en entrevista con UniVerso, Ricardo Piglia comenta anécdotas de su infancia y juventud que lo acercaron a la literatura, así como su perspectiva referente a las nuevas vocaciones artísticas.

¿Cómo vive Ricardo Piglia la crisis del peronismo?
Realmente no sé si se pueda hablar de una crisis propiamente del peronismo, ya que se ha encontrado en constante cambio y se reinventa, pero hablando de antaño creo que yo tenía 14 años más o menos al momento en que se produce el golpe militar que destituye a Perón en 1955.

Mi padre que era peronista, aunque no era un político en el sentido pleno, tenía que ver con el modo en que el peronismo entendía la política de una manera abierta. Sufre, como muchos otros peronistas en esa época, una cierta persecución y eso hace que nos movamos del lugar en que vivíamos.

Recuerdo antes de que se produzca ese hecho –que es un ejemplo de lo que era la realidad política de ese entonces porque hay toda una historia de cómo el peronismo encarceló a sus opositores, pero no está tan clara la historia de cómo los peronistas a su vez fueron encarcelados y perseguidos– el modo en que se desenvolvían los conflictos políticos. Yo he contado ya varias veces el momento en que muere Eva Perón, estábamos en la casa de mi abuela, las mujeres y los niños jugando a la lotería de cartones, con algunos amigos, tíos, primos.

La radio –que en aquel entonces era fija– estaba en el otro costado de la casa, de repente en medio del juego llegó un primo y le dijo a su madre: “se murió esa puta”. En ese momento, otro primo se levanta, le da una patada y se armó todo un conflicto, reflejando de manera micro –en el ámbito familiar– la gran división que existía a nivel nacional en todos los sectores.

Más allá del conflicto político, ¿en el aspecto personal cómo repercutió este cambio de vida?

En un sentido incierto y muy poco claro en su momento, visto retrospectivamente; esa crisis política fue vivida por mí como un destierro, porque nosotros digamos que nos escapamos de un lugar, mi padre salió de la cárcel y entonces inmediatamente empezó a tener problemas de trabajo, y tuvimos que irnos a otro lado. Recuerdo que la casa estaba ya lista para la mudanza, yo me puse a escribir un diario, y es ahí donde localizo en esa escena el comienzo.

La literatura venía a restituir lo que yo estaba dejando, perdía a mis amigos del colegio, la noviecita que tenía en ese entonces y el hecho de mudarme a una ciudad que estaba a cientos de kilómetros, yo registré todo eso como si fuera un destierro épico, y ése, fue el comienzo.

En su obra Plata quemada deja muy clara la importancia que La Plata tuvo en su juventud, ¿en el aspecto literario cómo influye esa transición del ámbito rural a la urbe?

Luego de la crisis inicial fuimos a La Plata, que fue para mí un cambio importante ya que era un lugar cultural a diferencia de Androgué, donde tuve acceso a grupos literarios e hice un poco lo que hacen todos los escritores de América Latina: empecé a escribir mis relatos y junto con un conjunto de amigos sacábamos una revista literaria; como todos buenos jóvenes de la época nos oponíamos a la literatura que ya estaba establecida. Para mí fue un momento en que la vida personal y la vida política se cruzaron.

Definir la literatura o cualquier otra disciplina artística como una forma de vida es algo que no necesariamente es fácil, en ocasiones las familias de corte principalmente conservador se oponen. En el momento en que se inicia como escritor, ¿cómo se percibía socialmente la labor literaria?

Entre los años sesenta y setenta la literatura tenía un lugar muy central en esa época, ser escritor era una aspiración que tenía una sociedad con un efecto determinado; siempre ha habido resistencias familiares, pero en comparación con los jóvenes de ahora la diferencia en circunstancias la podría explicar de la siguiente manera:

En algún momento yo trabajé con un grupo de escritores de una revista de historietas, ellos hacían las historietas; jóvenes que en otra época hubieran querido tal vez ser escritores o pintores y hoy con toda naturalidad quieren ser guionistas de historietas, y luego uno puede avanzar otro paso más y conocer a quien quiere ser director de cine, me parece que es eso lo que les gusta más, aunque la literatura también tiene un lugar. Es cierto que hay un cambio de cómo uno se realiza como artista; por ejemplo, la fotografía que en un momento era algo absolutamente privado –los fotógrafos tenían sus estudios–, ahora de pronto con el nuevo acceso a la fotografía más generalizado, surgieron fotógrafos por todos lados y la gente ya no entiende a la fotografía como una tradición.

Quiero decir, cambió el espacio en el cual se definen las vocaciones artísticas y creativas, quizás ahora con las nuevas tecnologías los chicos más creativos no necesariamente quieren ser escritores o pintores o una sola cosa, tratan de programar software o quieren explorar qué se puede hacer con la tecnología y tal vez en otra época hubieran sido grandes escritores.

También el horizonte de realización de los jóvenes hoy es más amplio, esto no quiere decir que no hay mucho talento en los jóvenes escritores de ahora, lo vemos en Argentina, México, America Latina y en el mundo entero, porque los géneros que cambian su lugar central no desaparecen, lo vivimos con ese golpe que sufrió el teatro con el cine y el cine con la televisión, no impidió que siguieran existiendo.

Por un lado siempre ha habido una tensión entre una actividad artística y el sector social, siempre ha habido ahí un conflicto porque es difícil ganarse la vida, porque se juegan muchas cosas, porque dependen mucho de un reconocimiento que es difícil despegar; una carrera de alguien que estudia una cosa profesional está más o menos pautada, sabe de qué manera se va a realizar, un artista no tiene esa misma perspectiva de la vida, puede pasar épocas de mucha oscuridad.

El tema de la crisis, ya sea social, económica o política, ha sido una constante en la historia de América Latina. Bajo esta perspectiva, ¿qué impacto tiene esta situación en el quehacer literario?
Los jóvenes que se dedican a ser escritores conocen esa situación, a veces la realidad política o la realidad de la violencia social repercute también sobre su propia experiencia, y no me refiero a temas de novelas o de sus obras, me refiero a su propia experiencia personal; me parece que ésas son las situaciones.

Hoy en la Argentina por lo menos lo que veo, luego de la gran crisis de 2001, que fue una crisis terminal, hoy la podemos comprender por lo que está pasando en el mundo, pero fue algo realmente brutal, los bancos se quedaron con todos los ahorros de las personas, todo mundo se quedó sin trabajo, no parecía haber ninguna perspectiva y el arte encontró la manera de seguir persistiendo porque una cosa que en América Latina hemos aprendido es que tenemos que hacer las cosas con los medios que tenemos.

Me pareció fabuloso como en medio de la carencia los jóvenes iniciaron pequeñas editoriales con lo que encontraban, empezaron a publicar en mimeógrafo o en ediciones en Internet y se convirtieron en escritores a partir de eso, sin aspirar a publicar en las editoriales que estaban todas quebradas. Entonces, me parece que ese sistema de adaptación a lo poco que hay es una clave de la cultura de América Latina; en ese sentido, una lección de los jóvenes de hoy es que se las arreglan con los recursos que encuentran y son muy creativos y tienen también a disposición más cosas de las que teníamos nosotros, por ejemplo la web y el acceso a otras tecnologías maravillosas.