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Año 10 • No. 463 • Noviembre 22 de 2011 Xalapa • Veracruz • México Publicación Semanal

Confesó el escritor peruano Santiago Rocangliolo

Los escritores de los setenta somos hijos de un desastre

Si algo no le falta a México son escritores buenos, aseguró el novelista

Redacción Universo

Santiago Rocangliolo es un escritor peruano que se describe como un hombre de mediana edad. Ganador del Premio Alfaguara en 2006 por su novela Abril rojo, Rocangliolo se ha caracterizado por ser un joven escritor que gusta del humor.

Sus obras se caracterizan por desarrollarse en diferentes países y nunca se han encasillado en un género narrativo, pues ha escrito literatura infantil, novela, crónica, ensayo, teatro. Su novela más reciente Tan cerca de la vida está ambientada en Tokio y trata sobre los afectos, el sexo y la amistad.

De paso por Xalapa, el escritor platicó con Universo sobre el resurgimiento de la crónica, sus experiencias con guerrilleros, su opinión sobre escritores mexicanos de la frontera, su niñez que impregna los textos y sus proyectos literarios.

¿Cree que las generaciones recientes prestan mayor atención a la crónica?
Hay muchas cosas que se hacen distintas con cada generación. Creo que en la mía hay mucha más crónica que antes; estamos escribiendo sobre cosas reales. También hay muchos autores que este año empiezan a escribir sobre la generación de sus padres, como Guadalupe Nettel, Juan Gabriel Vásquez y Alejandro Zambra.

La crónica es un género que tiene mucha fuerza. Yo creo que la realidad es tan delirante, tan absurda y tan extraña que parece literatura, por eso la gente está leyendo más historias reales. La generación de los setenta se está dando a conocer por escribir lo que vive.

A mí me gusta contar historias y lo que me fascina es tratar de hacer libros que el lector no pueda soltar porque te hacen pensar, te hacen sentir. No me preocupan mucho los géneros, cada historia pide su género y yo voy decidiendo.
Hay algo en común en América Latina, todos somos hijos de un desastre, un montón de gente con sueños que se revelaron, mentiras o pesadillas. Ahora ya llegamos a la edad de que no somos tan jóvenes y empezamos a escribir y como resultado se están haciendo novelas muy buenas.

Para un escritor, ¿qué significa ser hijo de un desastre?
Yo creo que mi generación ha aprendido que va a hacer menos cosas de las que creían sus padres. Mis padres querían cambiar el mundo, pero mi generación se contenta con que el mundo no reviente. No está mal, pero hay gente que cree que esto y la pérdida de ilusiones son algo apático, no lo creo así; en cambio, significa que sabemos mejor como ser felices. Somos felices con menos y me parece que si una generación sabe ser más feliz que la anterior es porque ha mejorado. Eso es un progreso.

¿Ya no se construyen ideales como antes?
Francamente a los idealistas les tengo miedo. Escribí un libro sobre la guerra en Perú, entre el Estado y Sendero Luminoso y ellos sí eran idealistas. Así que si me va a matar alguien prefiero que sea un sicario que un idealista, porque con el sicario puedo negociar y con el idealista ya no hay nada más.

La generación de mis padres creyó que el mundo sería mucho mejor si hacían revoluciones como la cubana. 50 años después no parece gran cosa la Revolución Cubana. ¿Vale la pena matar un montón de gente, desplazarlo todo para que al final siga habiendo pobreza y poca libertad? De hecho los países no socialistas están reduciendo la pobreza más que Cuba.

Creo que se antepone el pragmatismo que no tiene por qué ser cínico, el pragmatismo es también ver a la gente con quien estás, conversar con ella, escucharla, negociar.

A propósito del libro que refiere al grupo Sendero Luminoso, ¿cuál fue su experiencia al relacionarse con los guerrilleros?
Es importante escuchar y preguntar cómo es la gente, por qué vive como vive, por qué hace las cosas que hace. Supongo que después de pasar tanto tiempo con terroristas y militares lo que me pasa es que todo el mundo me parece razonable.

Voy por la vida, me puedes decir una bestialidad y considero que eres una persona bien intencionada y que tus ideas tienen que ser tomadas en cuenta. Eso es muy bueno para un escritor porque yo cuento historias a veces reales y a veces no. Siempre es bueno escuchar a la gente, pero supongo que no es la mejor cualidad para un general del ejército.

También ha visto el poder de las mujeres, como la pareja sentimental del líder de Sendero Luminoso…
El poder de Sendero Luminoso, como el de Al Qaeda o grupos con ideales, ideologías o religiones muy fuertes, tienen que ver con la convicción. Tienen pocos medios materiales pero su poder se basa en que sus miembros estén dispuestos a todo, a matar y morir por el grupo. El poder en nuestras sociedades es distinto, no necesita que nadie le crea, compras a la gente, no te interesa su fidelidad, te interesa su tiempo y el poder del dinero es mucho mayor que el de cualquier convicción.

En México tenemos a Octavio Paz y a Carlos Fuentes que nos dicen qué es el mexicano, ¿en Perú tienen algún escritor que sirva de guía para saber lo que son?
Espero que alguien les diga a los peruanos qué es lo que son. Yo no tengo ninguna autoridad moral para decirles. Cada vez es más difícil, ¿qué es un peruano? ¿Yo soy peruano? Supongo que sí, lo soy legalmente. Sin embargo, mucho de lo que leo está en inglés, mi esposa es valenciana, mi vida está en Barcelona, mi infancia ocurrió en México. Cada vez hay más gente que vive esta situación, hay más inmigrantes, gente que nació en Estados Unidos, habla mexicano y es de padres mexicanos, pero tiene ciudadanía estadounidense.

Sobre lo que escribieron Paz, Fuentes o Mario Vargas Llosa estaba mejor delimitado, todos los países tenían límites, las migraciones no eran tantas, eras de izquierda o de derecha. Ahora la vida se ha vuelto muy complicada para organizarla como estaba antes.

Ha escrito sobre países distintos, como Japón, ¿le interesaría escribir sobre México y nuestra situación actual?
Hay mexicanos escribiendo muy bien de eso, yo no lo voy a hacer mejor que Elmer Mendoza, que Juan Antonio Parra, Fabrizio Mejía o Luis Humberto Crosthwaite. Si algo no le falta a México son escritores buenos y que escriben de temas que ocurren de México. Yo no voy a escribir nada de eso, los voy a leer.

Escribo donde encuentro una historia. Pero en México pasé mi infancia, si yo escribiera una historia mexicana sería más de los ochenta y no de la violencia actual. Yo crecí en México, fui “chilango” hasta los 10 años, luego me fui a Perú, después a Madrid por cinco años y ya llevo otros cinco en Barcelona.

¿Es para usted un ejercicio de la memoria recordar la infancia?
Sí, ahora por ejemplo recuerdo que vine en tren a Veracruz, cuando yo era muy chico. Recuerdo que hubo un huracán, veía las palmeras agitadas por el viento; recuerdo sabores, nombres, cosas. No fue un viaje normal, fue un viaje que siempre tiene un plus.

¿Alguno de estos recuerdos se ha filtrado a sus textos?
Sí, de hecho en un libro de cuentos, mi primer libro de cuentos que creo en México no existe; muchos de los personajes hablan de cuando volví a Perú de México y lo que me convirtió, por lo menos en lector, fue volver a mi país, porque Perú era un lugar muy violento cuando yo llegué.

Me pusieron en un colegio religioso de varones que era como una olla de hormonas a punto de explotar; a nuestro regreso de México mi familia también empezó a pelear. Yo sabía que había un mundo mejor, que para mí era México y al que me devolvían los libros, empecé a leer porque el mundo afuera era malo.

Recuerdo que cuando llegué a Lima hablaba “chilango” y sí se notaba, era rarísimo. Todo el vocabulario infantil de este colegio religioso giraba en torno a (el verbo) cachar, que en Perú significa chingar y yo no sabía, para mí no tenía ningún sentido sexual. La pasé muy mal porque no entendía lo que estaban hablando todo el tiempo.

Durante un año fingí. Sabía con qué chistes me tenía que reír, con qué gestos me tenía que enfadar, pero no entendía por qué lo estaba haciendo, supongo que eso también me dio un acercamiento con un lenguaje que es raro en un niño. Para un niño las cosas tienen un nombre y punto.

¿Qué es lo que está preparando para sus lectores?
Tengo una historia real y una novela con mucho humor; la mayor parte de lo que yo hago tiene mucho humor.

¿En qué lugares se desarrollan las historias?
La historia real ocurre entre Uruguay y Argentina. Y la novela está ambientada en Miami.

¿Qué es lo que le gusta leer y qué significado tiene para usted la lectura?
Yo leo de todo, soy omnívoro: leo novelas, ensayos, crónicas. Me gusta ir variando porque también aprendo de todo. Ahora estoy leyendo muchos clásicos porque en el iTunes los libros con derechos liberados son del siglo XIX; entonces, gracias al siglo XXI estoy leyendo todo el siglo XIX, Bram Stoker, Lewis Carrol… un montón de cosas que he leído y que me parecen bien.

La lectura es un placer, y decir un placer es mucho. Como está el mundo uno no tiene que estar desperdiciando placeres. Por eso le digo a los estudiantes universitarios que disfruten lo que viven y México es uno de los países del mundo donde mejor se come.

¿Cuál es su opinión sobre los mexicanos?
Yo crecí en México y cada vez que puedo venir lo hago. Significa venir siempre a un pedacito de mi propia infancia. Para mí son viajes muy personales.

Los mexicanos son muy cariñosos, muy entusiastas, se toman fotos conmigo, me traen libros para autografiar; eso en otros países es muy distinto porque les interesas y a lo mejor te piden que firmes el libro, pero en México siempre te hacen sentir una estrella, eso es excelente y es muy difícil de conseguir.