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Departamento de Prensa
Año 11 • No. 493 • Septiembre 3 de 2012 Xalapa • Veracruz • México Publicación Semanal

James Joyce, Dublineses

El quehacer literario es una búsqueda constante por comprender la vida humana, una necesidad de descubrir el mundo a partir de lo que cada autor ve en él, de derrumbarlo para después unir los fragmentos sobrantes y pasar la realidad por un filtro del que emergerá una nueva idea. Con esto quizá en mente, James Joyce (Dublín, 1882-Zúrich, 1941) nos entregó Dublineses.

Este libro, recientemente editado por la Universidad Veracruzana, es el primero en la lista de producciones literarias de Joyce, pero el que le da sustento a toda su obra, en el que se entrevé su identidad y afán literario.

Preocupado por la forma, los detalles, el lenguaje, el mundo y la naturaleza humana, la figura del autor irlandés se erige ante la mirada del mundo como un diligente de la literatura. Su obra, aunque breve, ha contribuido de manera significativa a la literatura universal en diversos géneros literarios: teatro, poesía, cuento, novela y ensayo.

A temprana edad Joyce comenzó a edificar la idea de representar la vida en Dublín, los espacios, la colectividad, el sentimiento y las motivaciones, casi inexistentes, de los habitantes de su ciudad. Pero fue más allá: convirtió a Dublín en figura principal de sus relatos, en un personaje definido por el ambiente desolado de sus habitantes. Gracias a ello, logró retratar el tedio de la vida en la que “no pasa nada”, en la que el tiempo transcurre sin un motivo y cada personaje sólo puede esperar… ¿Qué? Nadie sabe, sólo esperar.



James Joyce. Dublineses,
prólogo de Felipe Garrido.
Xalapa, Universidad Veracruzana,
2012, 276 pp.
Col. Biblioteca del Universitario.

Dublineses está integrado por 15 narraciones perfectamente articuladas en función de lo que son, una totalidad; cada uno tiene una historia, pero el lugar donde se desarrollan es el mismo, es como ir ensamblando las piezas de un rompecabezas, cada texto es correspondencia y ampliación del otro. Aquí el espacio cobra preeminencia sobre los demás elementos, el escritor dota de sonido, voz y movimiento a este ser llamado Dublín. Los diversos narradores de Dublineses nos hacen creer que los protagonistas continúan en esa vida porque no se dan cuenta de que puede haber algo más, que están limitados a un pensamiento y a un destino inapelable, pero en la mayoría de estas historias el personaje principal se descubre a sí mismo en medio del vacío, experimenta un golpe de realidad (epifanía) que lo saca del entorno inmediato y le permite reconocer su situación de incapacidad ante la vida. Después de esto, los personajes no pueden seguir adelante sino sólo bajo la idea de la mediocridad, la infelicidad, el deseo mínimo del cambio
y la inmediata superposición del “no puedo”.

El autor quiso dar cuenta del desarrollo humano en todas las etapas de su vida. En su idea de totalidad y de una representación completa que no se llenara sólo con los espacios reales, las acciones y pensamientos de los personajes, sino que además transitara por todos los tiempos de la naturaleza humana; pretendió que pudiéramos quedarnos con la impresión de haber estado en cada momento preciso de construcción de esta conciencia colectiva hasta llegar al fin último: apreciar la propia vida como consecuencia de quienes ya no están.

En los primeros cuentos los protagonistas son niños que, asombrados, comienzan a descubrir el mundo, pero pronto se desencantan. Tal es el caso de “Un encuentro”. Ahí se narra la aventura de dos niños que deciden no asistir a clases, pasar el día jugando y explorando el mundo lejos de las ataduras escolares. Encuentran una realidad que no esperaban, que los asusta, una realidad que pervierte y marcará un nuevo paradigma en su idea del mundo. Los cuentos intermedios tocan las experiencias de jóvenes y adultos desencantados. En “Eveline”, una jovencita se enfrenta a la idea de abandonar a su familia de la que siempre se ha hecho cargo, por carecer de una madre, o salir de su país, embarcarse con el que cree es el amor de su vida, dejarlo todo y forjarse una nueva identidad, hacer a un lado la mediocridad y tener una sola oportunidad de ser feliz. Pero Joyce deja claro que sus personajes no pueden escapar al destino, que la parálisis de un pensamiento y el arraigo a la propia desgracia, para la mayoría, es más fuerte que cualquier ideal de superación.

Llegamos así hasta el final de la vida. El autor concluye este ciclo con el relato “Los muertos”. Este cuento, el más largo del libro, nos habla de varios personajes, de sus experiencias pasadas y de sus planes futuros como un mosaico de vivencias que forjan una historia de vida. El motivo de este relato es un baile, pero lo esencial es la vivencia colectiva de un acontecimiento, cómo la asimilación de un evento en común resulta diferente para cada personaje, y cómo hacia el final se develan para los protagonistas, Gabriel y Gretta, secretos y emociones que desconocían del otro, que los hace verse como un matrimonio cimentado en la nada. Ella ya no será lo que él creía y él siempre había sido la sombra de alguien más, aun sin saberlo, de un muerto que, como todos, dejó algo en quienes permanecieron: el recuerdo de una pasión o la amargura de una desavenencia. La historia es larga, pero la reflexión del protagonista, en la última página, guarda la esencia de Dublineses, la que se desarrolló poco a poco y que aquí se deja ver en su totalidad. El personaje de Gabriel se descubre compartiendo la cama con una mujer que le resulta ahora una extraña, está solo, mirando por la ventana cómo cae la nieve sobre el cementerio que a lo lejos se ve; pero también cae sobre ellos, ‘los vivos’, sin distinción, en una sola realidad. Somos en el mundo lo que tratamos y creemos que podemos ser, pero llegaremos a ser nada, a olvidar todo lo que concebimos, o no, en nuestro camino, a ser olvidados, quizá, pero también a dejar un rastro, bueno o malo, en alguien que se quede, que nos recuerde y nos siga manteniendo en el mundo, hasta que ese alguien también se vaya. Lo que Joyce expresa como la conciencia de la voluble existencia de los muertos a quienes no somos capaces de comprender.

Dublineses muestra una parte de cada historia, pero hay un texto más, el que subyace en cada relato y que el lector debe descubrir. La forma en que está construido este volumen narrativo es un elemento clave en la lectura. Cada detalle dibujado por el autor contribuye a reforzar su propósito de comunicar el tiempo y de abarcarlo incluso más de lo posible.

Una lectura que no resulta cansada, pero que se antoja llena de sentimientos, de acciones inacabadas, podríamos decir; de una imposibilidad no sólo en los personajes, que no pueden salir del ambiente que los envuelve, sino también en el lector que responde ante el cúmulo de eventos solo, sin más que hacer, cerrando el libro e incorporando el mundo de Dublín al propio, el mundo que James Joyce creó desde su experiencia y que aquí se nos revela con un estilo realista y un dominio impecable de la técnica narrativa.


Claudia Paola Beltrán García