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Año 12 • No. 525 • Junio 10 de 2013 Xalapa • Veracruz • México Publicación Semanal

Aseguró Concepción Company

Mexicanismos, patrimonio que debemos defender


“Dime cómo hablas y te diré quién eres”, comentó la especialista

La lengua es una herramienta que nos hace seres históricos

La obra contiene alrededor de 11 mil voces y más de 18 mil acepciones

Adriana Vivanco

Concepción Company Company, miembro de número de la Academia Mexicana de la Lengua, lingüista, filóloga y directora de la edición Diccionario de mexicanismos, compartió con Universo su opinión acerca de la relación que existe entre la lengua y la identidad en el caso de nuestro país.

A decir de la especialista, la dialectalidad y la idiosincrasia de una comunidad se evidencian en los actos de comunicación directos, lejos del tamiz de la academia; por ello puntualizó que es importante registrar la forma de hablar cotidiana, ya que ésta manifiesta la identidad cultural de los pueblos.

Respecto al Diccionario de mexicanismos, explicó es un trabajo de investigación que cuenta con un total de 11 mil 400 voces y 18 mil 700 acepciones del español de México.

¿Qué puede aportar la lingüística a la construcción de la identidad nacional?
Una lengua –además de ser una herramienta de comunicación y de transmisión de sentimientos–, nos permite ser seres históricos; es decir, gracias a esta herramienta podemos transmitir experiencias de generación en generación.

Si no tuviéramos lengua no acumularíamos utensilios, porque para qué voy a guardar cosas si no le digo a mi hijo que sirven para algo, tampoco podríamos degustar la exquisitez del huitlacoche. Imaginemos a un individuo que ve una milpa negra y está muerto de hambre, la prueba y descubre que sabe más sabrosa si le añade epazote y otras cosas; pero si no tiene lengua cómo va a pedir que no la corten y no la tiren a la basura, sería complicadísimo, tendría que llevar a la gente, hacer señas, etcétera.

La lengua nos permite el acceso a la historicidad; la lengua por sí misma no es nada más que una potentísima capacidad biológica que tenemos, pero gracias a la historicidad es que podemos comunicarnos.

El hecho de que compartamos mesa y casa, cantar, dormir y llorar, nos hace identitarios con otros 400 millones de hispanohablantes; que hagamos chistes particulares en México, que tengamos derivados que no tienen otros países como el “iza” –putiza, madriza–, que contemos con ese dativo, que es un intensivo de órale y también un aseverativo de ándale, se vuelve identitario.

Hay una identidad mayor que es la lengua española porque hemos compartido dos mil y pico de años. ¿Cuándo empezó la lengua española? Pues cuando el primer soldado romano puso un pie en la península ibérica. Llevamos dos mil 200 años compartiendo rutinas y en el uso de ellas encontramos que cuanto más pequeña son, se vuelven más identitarias.

Pero hay un hecho fundamental para entender que somos identitarios y es romper la rutina general, eso es lo que nos hace estar adscritos a un dialecto y manejar la rutina general, es estar adscritos a una lengua.

Por ejemplo, mesa, zapato y pared forman parte de la rutina general, pero romper con esto nos adscribe a una comunidad y nos da identidad, el reírnos de los chistes que son absolutamente culturales
y locatarios.

Otro ejemplo es el uso del “ada” que lo tiene cualquier lengua española –amada y cantada–, pero nada que signifique una acción frecuentativa como una “trapeada” y que da un resultado reciente; ese significado semántico aspectivo nos crea identidad, eso es americano, no se conoce en Europa y es un rasgo fundamentalmente centroamericano.

¿Qué efecto tiene esa identidad lingüística?
Pues nos da el derecho de estandarizar esa variante dialectal, para eso sirve la lengua, para que las rutinas se estandaricen y digamos “tenemos el derecho de hablar como pensamos y como somos, no tenemos por qué imitar al del otro lado del charco, ni al de arriba, de abajo o de al lado, tenemos derecho de hablar como queremos hablar y como hemos heredado, en el caso del español de México, a lo largo de 400 años.

Se produce un efecto de cohesión comunitaria; en este sentido –aunque parece una tontería– lo importante de hacer una gramática no es hacer el inventario de cómo se debe hablar o hacer un diccionario, no es hacer el inventario de las palabras que se usan, sino la capacidad que tienen esas herramientas para estandarizar una lengua.

Es decir, si preguntas cómo se dice en México el lugar donde pasan los peatones para no andar por donde transitan los carros, probablemente te contestarán que se dice acera o vereda, cuando en realidad decimos banqueta. Tenemos derecho y obligación de decir pase de abordar en vez de tarjeta de embarque, ésa es la función de la lengua, compartir las rutinas, sentir que son nuestras.

¿Existen malas y buenas palabras dentro de la variante mexicana del español?
Los dueños de la lengua somos los hablantes, quienes establecemos las rutinas, y en el fondo lo que ocurre es que terminamos estandarizando, entonces tenemos derecho a hablar como lo hacemos en cualquier nivel social.

No hay buenas ni malas palabras, no hay buenos ni malos usos, lo que hay es usos ocupados en momentos inadecuados; es decir, si voy a una rueda de prensa y pongo el ejemplo de putiza y madriza y le agrego el verbo poner, me corren de todas las instituciones, pero si lo uso en los lugares adecuados no tendré ningún problema.

La lengua nos da el poder de ser quienes somos, somos seres históricos gracias a estos hábitos heredados a los que tenemos derecho y la obligación de defender; tengo derecho y obligación de hablar como yo hablo, por eso es importante hacer cosas aburridas como la lingüística, gramática, diccionarios, estudios, análisis, para poder entender esos hilos identitarios y decir “soy mexicana y uso mexicanismos”.

¿El Diccionario de mexicanismos surge como una herramienta para reivindicar la forma de hablar en México?
La realidad es que cuando hice el diccionario yo no tenía una bandera de reivindicación, pero sí tenía muy claro que quería hacer un diccionario contrastivo.

En general hay dos tipos de diccionarios: los integrales y los contrastivos o diferenciales. Los primeros vuelven a definir mesa, silla, zapato, porque son los que dan la identidad mayor de la comunidad; los segundos intentan apoyar e inventariar los usos y las acepciones que son propias de una comunidad. Yo lo que quería saber era cómo hablábamos y quiénes éramos, es decir, dime cómo hablas y te diré quién eres, eso es la lengua.

¿En qué se diferencia este trabajo del Diccionario de mejicanismos de Francisco J. Santamaría?
En realidad lo que pasa es que no teníamos un diccionario de mexicanismos, porque lo más relevante de Santamaría es el personaje, un político que a salto de mata hace ciento y pico de años tenía tiempo de hacer un diccionario, pero confunde indigenismos con mexicanismos; un mexicanismo no es un indigenismo, me he hartado
de decirlo.

Puede haber indigenismos que no son nuestros, como el caso de “tiza” donde México le regala al mundo este nahuatlismo; y en contraste es el único país hispanohablante que no usa “tiza”, sino la palabra del latín gypsu, entrada por el inglés de Estados Unidos, y usamos gis. Entonces “tiza” es un indigenismo pero no un mexicanismo.

¿Cuáles fueron los grandes hallazgos de esta investigación?
Primero establecí como punto de referencia o de contraste el español peninsular por una razón muy obvia: fueron los que llegaron aquí hace 400 años.

Encontré que somos muy diferentes de los españoles y tenemos una identidad dialectal definida, tenemos ciertos ejes y obsesiones lingüísticas, por ejemplo pautas de lexicalización que, dicho llanamente, se llaman obsesiones; es decir, si una cultura genera mucho léxico quiere decir que es muy importante. Los diminutivos son algo maravilloso, por ejemplo una persona gordita puede pesar 120 kilos y se disminuye.

¿Qué efecto tiene? Un diminutivo reduce el tamaño de lo que se está diciendo respecto de la base, puede ser un tamaño físico o una distancia comunicativa, o un tamaño en el que te acercas a la gordita, a su forma de entender el mundo y de comunicarse, y lo que reduces no es a la gorda sino tu conceptualización de ella.

Por otro lado, es interesante como las trasgresiones en México se suelen hacer con aumentativos: maricón,
puñalón, huevón. Usamos los diminutivos para acercar y los aumentativos denotan trasgresión de normas sociales.

En este sentido, ¿a qué se refiere con mexicanidad dialectal?
Me refiero a que es un dialecto que tiene una personalidad bien establecida, al menos desde el siglo XVIII, porque el español de México comenzó a hacerse mexicano hasta ese momento, no antes.

Es algo sorprendente, por ejemplo, cómo se piensa que los indigenismos empiezan a entrar en el siglo XVI cuando necesitan empezar a nombrar la nueva realidad los españoles; en realidad se da hasta el siglo XVIII porque la Corona tuvo separados a los pueblos de indios de los pueblos españoles, por ende la convivencia fue mínima.

Con las reformas borbónicas se acabó la estructura de pueblos de indios y de españoles, empiezan a convivir todos juntos y las primeras documentaciones del mundo léxico (apapachar, metate, etcétera) entran hasta el siglo XVIII. Eso es mexicanidad dialectal, encontrar en qué somos diferentes y a partir de cuándo.

Entonces, entre las sorpresas de esta investigación encontramos que compartimos muchísimo con América, que aunque es un continente multidialectal no se imaginan la cantidad de palabras que compartimos; por ejemplo “gandalla” la usamos los mexicanos y los uruguayos, qué hacen dos polos opuestos del continente compartiendo esas palabras; eso no se conoce en ninguna otra parte del mundo.

Compartimos el mundo de los diminutivos, eso a los españoles les parece que es cursilísimo, cuando no es cursi, estamos amortiguando la realidad, a eso me refiero con mexicanidad dialectal.

He insistido mucho en que tenemos un dialecto con una personalidad muy definida que hay que defender porque es patrimonio intangible de la humanidad.

¿Podemos hablar entonces de una idiosincrasia lingüística?
Sí, pero eso lo tiene cualquier comunidad, lo que pasa es que la lengua es como una esponja, yo diría que la lengua no es más que una herramienta cerebral que está sedimentada por muchos siglos de rutinas, entonces
lo que hay evidentemente son idiosincrasias.

Cada dialecto es casi único pero hay algunos que prefieren imitar, porque los centros de gran cultura ejercen presión y difunden como modas la lengua.

La lengua de México ha sido un polo de cultura y con una idiosincrasia muy particular que está permeada de indigenismos y al mismo tiempo no necesitaba imitar, esto es curioso porque si observamos el español de Centroamérica encontramos grandes mecanismos de imitación, lo cual no quiere decir que no tenga personalidad propia, más bien que es justamente un proceso imitativo fuerte.

Lo mismo ocurre con el español de los emigrantes en Estados Unidos, donde la lengua que se está estandarizando es la del bajío de México; es decir, llega un salvadoreño o un venezolano y al cabo de un año están usando léxico y modismos del bajío, pues por desgracia esta zona exporta gran cantidad de migrantes y esto ha hecho que se vuelva lengua de prestigio para California, Arizona y Nuevo México.

Aunque por naturaleza somos imitadores, México lo ha hecho poco en general, tiene poco interés en hacerlo y esto se observa en cómo han entrado anglicismos que se han mantenido como tales, seguimos diciendo iceberg, diesel, hotdog y cosas así.

El español de México tiene una personalidad poderosa y es una forma de decir, así soy yo, ésta es mi lengua y no quiero ser de otra manera, eso es lo que México lleva haciendo desde la segunda mitad del siglo XVIII.

¿Por qué entonces palabras como “chocolate” no son mexicanismos?
Bueno, si entendemos al mexicanismo como cualquier palabra generada desde México entonces sí sería un mexicanismo, pero en realidad son aquellas palabras o acepciones de uso corriente y exclusivo del país, como es el caso de “banqueta”, “parteaguas”, “emeritazgo”; en fin, modos que no se ocupan ni se conocen en ninguna otra parte del mundo.

Los mexicanismos son lo idiosincrásico de México; de este modo, ni “chocolate” ni “tomate” pueden considerarse mexicanismos.

El caso específico de “chocolate” es un regalo de México al mundo en el siglo XVII y es un indigenismo. ¿Cómo va a ser mexicanismo si los japoneses y los italianos dicen chocolate? Debemos estar orgullosos de que le hemos regalado palabras al mundo y defender nuestra variante dialectal.