Año 2 • No. 53 • febrero 25 de 2001 Xalapa • Veracruz • México
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  El Complot de Bruselas
Bruselas Jorge Jolmash y Porfirio Carrillo (Instituto de Neuroetología de la UV)
 

Hace un poquito más de 30 años, allá por 1971, se estrenaba en los cines de todo el mundo la película Los diamantes son eternos, en donde Sean Connery interpretaba por penúltima vez las aventuras del celebérrimo espía británico James Bond. Todos aquéllos familiarizados con las andanzas del agente 007, seguramente recordarán que uno de los ingredientes principales en sus películas –además de las mujeres exóticas y los artefactos sofisticados– son las conjuras secretas por medio de las cuales, algunos de los villanos más temibles de la pantalla intentan llevar a cabo sus malévolos planes. Quien iba a pensar entonces que mientras todo el mundo disfrutaba de esta cinta, una conjura que muy bien hubiera podido servir de inspiración a los guionistas del 007 se llevaba a cabo en la vida real.

En efecto, la revista New Scientist publicó en su edición electrónica del dos de enero de este año, un informe en donde se narra como salieron recientemente a la luz pública unas grabaciones del gobierno británico, que revelan la existencia de un grupo secreto que conspiraba para limitar la efectividad de la Primer Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente, la cual se celebró en Estocolmo en 1972. Lo interesante del caso, es que este grupo de conspiradores secretos –conocido como Grupo de Bruselas– no había sido organizado por agentes de la KGB ni por científicos locos tratando de conquistar el mundo, sino por representantes oficiales de algunos de los países más desarrollados del planeta.

La Conferencia de Estocolmo surgió como una respuesta de la ONU a la creciente preocupación respecto a la problemática ambiental, mostrada por la opinión pública mundial. El fruto principal de esta conferencia fue por un lado la Declaración de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano, conocida como Declaración de Estocolmo, y por el otro, la creación del Programa ambiental de la ONU, o ONEP (por sus siglas en inglés).

Contrariamente a lo que pudiera pensarse, en la Declaración de Estocolmo no se defendía ninguna ideología exótica”, sino tan sólo el derecho inalienable de todo ser humano a vivir en un medio ambiente saludable. Sin embargo, para los gobiernos pertenecientes al grupo de Bruselas –entre los que se encontraban Gran Bretaña, Estados Unidos, Alemania, Italia, Bélgica, Holanda y Francia– las resoluciones tomadas por la ONU podrían restringir el buen funcionamiento del “libre mercado”, por lo que debía limitarse su alcance, o de ser posible, detenerlas de plano.

El Grupo de Bruselas fue definido en una reunión secreta sostenida en julio de 1971 –es decir, casi un año antes de la Conferencia de Estocolmo– como “un cuerpo político confidencial encargado de concertar los puntos de vista de los gobiernos involucrados”. Entre las medidas sugeridas por la ONU y condenadas por los documentos del Grupo de Bruselas, se encuentran el establecimiento de regulaciones internacionales de calidad ambiental emisión de contaminantes, así como el control de la contaminación por ruido, que dañaba los intereses de ciertas compañías, como la
aeronáutica anglo-francesa Concorde.

No sabemos hasta que punto el complot del Grupo de Bruselas cumplió con sus objetivos, sin
embargo, a pesar de los esfuerzos de los conspiradores, la Conferencia de Estocolmo se llevó a cabo y el Programa Ambiental de la ONU continúa hasta hoy. Probablemente los servicios de inteligencia piensen que El mañana nunca muere, pero cuando se trata de cuestiones ambientales es responsabilidad de todos asegurarse que exista siquiera un mañana.

*Con información de la revista New Scientist.


Un año de ciencia...

Sin duda, uno de los ejes vertebrales del quehacer científico consiste en la difusión de sus investigaciones en un lenguaje asequible, a fin de que las conozca la sociedad. Atrás debe quedar esa imagen del hombre de ciencia huraño, apartado del mundo, que se expresa en un lenguaje sumamente técnico, sólo comprensible para una cofradía de especialistas. El acto de compartir el conocimiento representa una tarea en la que necesita comprometerse todo aquel que dedique sus esfuerzos a dicha actividad.
En la Universidad Veracruzana, los investigadores Porfirio Carrillo, Leticia Garibay, Heriberto Contreras y Jorge Jolmash han asumido con creces esta importante función, conformando el grupo Observatorio de la Ciencia. A través de las páginas de UniVerso. El periódico de los universitarios, ellos han dado a conocer a la comunidad universitaria temáticas relevantes sobre la investigación que se realiza tanto en esta casa de estudios como en otras instituciones, al igual que otros asuntos de interés general, a fin de despertar en los jóvenes el interés por la labor científica y se acerquen a los académicos que realizan estudios en las áreas que les llamen la atención.
La constancia y dedicación de los integrantes del Observatorio de la Ciencia ha rendido frutos, al cumplir un año de colaborar en UniVerso. Empero, más que un punto de llegada, este primer aniversario -pleno de enriquecedoras experiencias- significa el descubrimiento de nuevos retos, de aumentar los bríos para divulgar la ciencia, por más técnica u oscura que pueda parecer. Vaya, pues, una felicitación a todos los involucrados en el Observatorio de la Ciencia, y que continúen con esta labor tan necesaria de acercar el conocimiento científico a la sociedad. ¡Gracias!