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Generalmente a nadie se le puede ocurrir
que pensar negativamente sea una forma de vivir. Ser optimista es
el arma que por lo regular utilizamos para enfrentar la vida. Los
norteamericanos son los que más inculcan esta idea. Asumir una actitud
de que las cosas siempre van a estar bien es la clave para los negocios,
la escuela, el amor, la salud, los deportes, etc. En el mundo de
la competencia la base es el optimismo, de lo contrario, nos predeterminamos
a perder.
Contra
esta teoría del optimismo, Julie Norem, psicóloga de la Universidad
de Wesllesley, recientemente escribió un texto que critica a todos
los libros de autoayuda -al estilo de Miguel Ángel Cornejo- que
se venden en los supermercados. La obra se titula The Positive Power
of Negative Thinking (El poder positivo del pensamiento negativo).
En la literatura psicológica norteamericana el pesimismo es considerado
un tema inadecuado para la mente de la población, lo mejor es no
hablar sobre él, mucho menos recomendarlo, esos sería un total absurdo.
Para el pensamiento gringo el pesimismo es de los pueblos viejos
y atrasados que tienen poca capacidad de acción, es de la gente
pobre, de los fracasados; la actitud de apatía es un obstáculo para
el triunfo, para ser rico y famoso se requiere del buen humor.
Julie
Norem expone que en Estados Unidos ningún terapeuta recomendaría
a sus pacientes ejercitar sus pensamientos negativos. Éste ha sido
erradicado de las escuelas, del trabajo y la religión, pensar la
vida positivamente equivale a reunir fuerzas para vencer al rival
en los negocios, los deportes, la sexualidad, etc. Sin embargo,
señala la autora, el pensamiento optimista, debido a las expectativas
de que todo saldrá bien, provoca ansiedad, y si las cosas salen
mal, el sujeto sufre profundas depresiones. En cambio, la persona
que tiene pensamientos pesimistas, como nunca espera nada bueno,
está preparado para las situaciones difíciles, y cuando le sucede
algo positivo, lo recibe como un beneficio inesperado. Vivimos en
una época donde los individuos luchan constantemente por ocupar
el primer lugar, por tener siempre más que lo necesario, por no
formar parte de las filas de los fracasados. La ambición mueve a
la gente y la conduce a forjarse los mejores deseos y lograr las
más grandes conquistas, sin embargo, este pensamiento es lo que
puede llevar a las personas a terribles estados existenciales. Para
evitar esto debemos inculcarnos la idea de que desear demasiado
favorece la infelicidad. Ejercitar los pensamien-tos negativos es
una manera de estar preparados para lo trágico.
A
la vida le pedimos demasiado, dice Julie Norem, pero la vida puede
ser menos incluso de lo que es. El asunto es ser feliz dentro de
nuestras posibilidades y no dejarnos apoderar por el ímpetu de tener
más. Debemos aprender a vivir con lo que somos y con lo que tenemos,
algo ciertamente difícil en un sistema consumista donde la satisfacción
de los sentidos se convierte en la práctica cotidiana que hace del
ser humano un sujeto hedonista, avaro, necio, egoísta y susceptible
a fuertes depresiones.
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