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Año 12 • No. 537 • Octubre 7 de 2013 Xalapa • Veracruz • México Publicación Semanal

El Norte: historia de un migrante


"A los cinco años me deportaron por primera vez. En ese momento supe lo que significa cruzar sin papeles y el trauma de despertar en la noche, sin mis padres y en una celda”: Pablo Joel García Rodríguez

David Sandoval

Pablo Joel García Rodríguez, originario del estado de Jalisco, emigró a Estados Unidos a los cuatro años de edad. En ese país obtuvo su residencia en 1989, para posteriormente estudiar en el Colegio de Ventura, graduarse con una Especialidad en Artes Plásticas y estudiar en la Facultad de Arquitectura de la Universidad del Sur de California (USC), de la cual egresó con estudios en diseño estructural, historia y teoría urbana.

Parte de sus experiencias se reflejan en la exposición El Norte, que alberga el Museo de Antropología de Xalapa (MAX), donde expone fotografías realizadas en Huntington Park, espacio de la ciudad de Los Ángeles que han adoptado los mexicanos que cruzan la frontera, legal e ilegalmente, hacia el país originario del “sueño americano”.
García Rodríguez se definió como un emigrante a Estados Unidos. A los cuatro años llegó para permanecer de manera temporal y después de 1989 lo hizo de forma permanente.

En el 2000 comenzó a interesarse por el urbanismo, gusto que confirmó durante un intercambio académico que hizo en Italia para trabajar con el destacado profesor Michele Furnari, con quien desarrolló proyectos de investigación en Roma y otras ciudades.

Joel regresó a Los Ángeles con la idea de comprender mejor su propio contexto, tanto como arquitecto urbanista, como ser humano y en su condición de emigrante: “Siempre estuve al tanto de la condición en que vivíamos; para mí esto es como cerrar un círculo en mi vida”.

Este ciclo inició con su experiencia de cruzar la frontera, el cual relató de la siguiente manera: “Tenía cuatro años. Dimos unas vueltas en la Colonia Revolución de Tijuana hasta que me quedé dormido. Mis padres se salieron del carro y otros señores se subieron y me cruzaron porque llevaban el acta de uno de sus hijos, yo desperté en la autopista y traté de escapar, luego nos deportaron”.

Confesó que siempre ha mantenido “una postura crítica con los gringos” pero, reconoció, “nosotros hemos decidido estar allá, nadie nos tiene ahuevo”.

Una típica historia mística
Oriundo de Cocula, Jalisco, Pablo Joel García comentó que la suya es la típica historia mística del norte, aquella que cuentan las personas que se van y regresan, “siempre contando dinero e historias por montón de lo bien que se vive”.

Sin embargo, añadió, “a los cinco años me deportaron por primera vez”. Supo en ese momento lo que significa cruzar sin papeles y el trauma de despertar en la noche, sin sus padres y en una celda, “no es como lo pintaban y ahí comienza mi trayectoria como migrante”.

Tal condición fue algo que permaneció analizando hasta el día de hoy, como arquitecto y urbanista lo puso en función porque “de cierta manera, dentro de todo lo que hemos sufrido como población indocumentada en Los Ángeles, también hemos contribuido no sólo en la cuestión cultural, sino también en lo económico y en el propio desarrollo de la ciudad, cuando menos durante los últimos 25 años”.

Este fenómeno fue producto de la globalización, afirmó, ya que “toda la problemática que estaba causando el mismo pinche país de Estados Unidos, empezó a entrar esa situación de la globalización, acá nos atacaba económicamente y nosotros íbamos para allá. Sobrevivimos, nos quedamos, hicimos comunidades y nos la seguimos partiendo, ya llevamos dos generaciones y comenzamos a tirar raíces”.

Para el artista era muy importante entender cuál era la condición del migrante y su aportación a su país de residencia, mientras que por el lado humano su intención era comprender cómo se vive y cuál es la realidad de los migrantes, sus historias y su cotidianidad.

“La finalidad de la investigación no era montar una exhibición sino analizar los espacios de interacción, para ello se integraron diferentes facultades de la USC: Geografía Social, Economía y Planeación, que enriquecieron
al proyecto.”

Sus fotografías forman parte de tal investigación, para la cual se escogió Huntington Park que definió “como un lugar donde pasa la mayoría de la gente de México que emigra, es un lugar que parece México: hay tamaleros, eloteros, pero vivimos con miedo porque si el policía anda de malas te quita el carrito y no tienes de qué vivir”.

Revivir las condiciones de vida de los migrantes
La exposición engloba no solamente imágenes, también cuenta con objetos que forman parte de instalaciones, así como de textos creados por el propio Pablo Joel y por sus amigos, algunos de la infancia, otros de profesión, quienes reflexionan acerca de su condición.

“Tenemos las experiencias de ver gente morir, ver personas deportadas, golpeadas, eso es para nosotros el norte, por eso a la exposición le nombré El Norte, eso es para nosotros”, expresó.

El concepto que han vendido desde la década de los cincuenta es el sueño americano de una vida ideal, de lujo, pero para que exista algo así es necesario que algo lo sustente y desafortunadamente son los emigrantes quienes llegan a apoyar este nivel de vida, detalló. “Nos estamos matando para llegar a ese nivel de vida, en algún momento fue un sueño y se convirtió en pesadilla cuando despertamos del otro lado, unos se regresaron y otros nos quedamos.

”La instalación pretende que los asistentes vengan con una mente abierta, dispuestos a aceptar las imágenes y las historias de personas que han pasado por estas experiencias; es necesario bajar las defensas y estar dispuesto a aceptar el contexto en el que te encuentras, habrá cosas escalofriantes, otras chistosas que al dejar la exposición dejarán emociones en los visitantes.”

El entrevistado dijo que en la exposición se utiliza una simbología similar a la que aparece en las calles californianas, buscando resaltar la forma autoritaria en torno a la cual viven, ello “para causar un poco de tensión y que los espectadores comprendan cómo se vive; que sí puedes comer un tamal o recolectar latas de aluminio, pero por hacerlo los pueden multar con 150 dólares”.

Forman parte de su propuesta las instalaciones que se relacionan con las condiciones en que viven los emigrantes, “las personas viven en la cuerda floja, tienen que salir a vender tamales para darle de comer a su familia pero en un ambiente de tensión constante, hay padres que salen a vender y no regresan”.

Redactar los textos desencadenó en todos los involucrados un intenso proceso, “nunca creímos que fueran tan traumáticas hasta el momento en que nos sentamos a escribirlas, hubo de todo, por ejemplo un amigo que se enlistó en los marines para permanecer en el país, al mes declararon la guerra en Irak y lo enviaron”.

La correspondencia que sostuvieron ambos fue el inicio de un historial al que Pablo Joel redactó su primera reseña y publicó la primera edición, “fue algo tan intenso que nos tomó seis meses escribir apenas cinco historias”.

García Rodríguez subrayó que es “bastante traumático despertar en un país donde nunca has estado con una familia que no conoces, no sabes dónde están tus papás y no hablan tu idioma”, no cualquiera ha vivido esto, es lo que pensó en un principio y en segundo lugar reflexionó “¿qué estaba pensando mi papá?”.

Mantener la identidad y vivir el rechazo
Para quienes viven en Estados Unidos como migrantes, en particular de México, ha ocurrido un proceso de pérdida de valores, sin embargo esto no es ocasionado porque las personas voluntariamente dejen de pensar y recrear sus tradiciones y costumbres, básicamente se debe a que no tienen tiempo para pasar en familia, puntualizó.

Entonces la identidad se va perdiendo, más para aquellos emigrados que dejan de hablar en español, sin embargo entre sus contemporáneos hay muchos que han perdido las costumbres e incluso el idioma y como lo han demostrado otros migrantes, los armenios por ejemplo, es el uso del lenguaje lo que conforma a la comunidad.

“Hay muchos valores que se han perdido y ese apoyo que brinda en México la familia allá no existe porque la mayoría de los migrantes trabaja siete días a la semana y no hay tiempo y espacios para entablar una convivencia familiar.”

Lamentablemente el rechazo no sólo ocurre del otro lado de la frontera, explicó el entrevistado, “aquí te califican de pocho y te critican porque no reconoces lo más cotidiano. En Monterrey tuve una bronca con un tipo que no me conocía pero ya me odiaba porque no comprendía la razón por la que había migrado; para empezar no migré, me llevaron”.

No obstante, a pesar de las numerosas dificultades, además de la deportación y la constante animadversión de los ciudadanos estadounidenses, Pablo Joel García señaló que es muy difícil decir que la gente dejará de irse a Estados Unidos, “con los años y las canas vas comprendiendo mejor cuáles son los valores que hay que mantener y enfocar, incluso dentro de las mismas investigaciones”.

Ahora tenemos más reconocimiento
El artista enfatizó que a pesar de las condiciones adversas de subsistencia, los migrantes como él no piensan en regresarse a vivir a México o sus distintos países de origen, porque no se identifican tampoco con la tierra en la que se criaron sus padres pero ellos desconocen por completo.

En ese sentido comentó que durante su recorrido con la exposición alrededor del mundo ha visitado otras ciudades, las cuales tienen una relación con su trabajo “porque la condición actual de las ciudades norteamericanas es manifestar un cambio de identidad, por ejemplo, asumen y duplican identidades que provienen de Brasil; para mí era importante visitar las favelas para ver cómo viven porque cuando voy al centro de planificación de Los Ángeles, ellos me comentan que no entienden por qué viven así”.

Los ciudadanos estadounidenses, así como sus instituciones, no comprenden que los brasileños emigraron desde Sao Paulo, abundó, “vivían en una favela al lado de un arroyo, llovió y se fueron sus casas, no tienen nada y emigran a Estados Unidos porque alguien les ofrece una esquina y ellos, con cartones, arman una vivienda que los planificadores del ayuntamiento no pueden comprender”.

Tal situación genera un ataque constante a los migrantes, ya que son culpados por generar estas problemáticas urbanísticas que en realidad provienen de la necesidad de los países latinoamericanos.

Afortunadamente en los últimos años ha cambiado esta perspectiva, reconoció, “cuando instalé la primera exhibición en Huntington Park casi me corren, ahora hay un poco más de aceptación porque formamos parte de la mayoría, tenemos poder adquisitivo, no quizá de manera individual sino porque somos tantos y ahora tenemos más reconocimiento”.

Los estadounidenses se negaban a admitir que estas cosas ocurrían en su país, pero dada la situación económica actual deben replantear dicha postura, opinó, “es irónico decirlo pero desde su punto de vista somos un mal necesario porque nuestra mano de obra es necesaria, no pueden competir con China ni con la India, necesitan mano de obra barata que somos nosotros, entonces no nos pueden correr, tienen que reconocer cómo vivimos y cómo son nuestras comunidades”.