Dirección de Comunicación
Universitaria
Departamento de Prensa
Año 13 • 556 • Marzo 31 de 2014 Xalapa • Veracruz • México Publicación Semanal

“Se necesita gente dispuesta, inteligente
y que sepa sortear obstáculos”

Especialista en temas de migración y crimen organizado

El periodismo es un oficio de profundidad: Óscar Martínez

“Tengo un amigo al que otro le decía que quería escribir, pero que le era complicado porque no tenía llena la nevera. Mi amigo le consiguió un trabajo y entonces le decía “no puedo escribir porque estoy muy ocupado”. La conclusión es que ese señor no quería escribir.

”Yo le diría lo mismo a un estudiante de periodismo, a alguien que esté empezando en el oficio. Es un camino empedrado, y a medida que camines el camino será más empedrado y la cuesta más empinada y nunca dejará de
serlo. Decidan si quieren hacer periodismo o no, pero no hay otra vía. Qué quieres que te diga, si estás ocupado en el día trabajando, pues escribe de noche, y si estás ocupado porque tienes que entrevistar a tu fuente pues no comas, no hay manera de que postergues una carrera si no tienes obra, si sólo tienes las cinco notas que tu periódico te pide.

”Si quieres hacer crónica larga, hazla; algún día alguien se fijará que tu material es bueno, no queda de otra. Las noches, las cenas, las comidas, la renuncia a los eventos familiares, las borracheras los sábados en la noche, cámbialas por juntas con tus colegas para planear proyectos. Ésa es la única manera.

”A mí me gustaba mucho una definición de Edu Ponce, mi colega fotógrafo, quien decía que el periodismo es un oficio anarquista, que normalmente funciona transgrediendo las reglas incluso de su propia organización empresarial, que se sale de las normas del Estado y ve desde afuera las cosas que ocurren en él; es decir, nosotros podemos condenar a alguien que la justicia liberó, porque las pruebas de la verosimilitud nos dicen que lo liberaron bajo el teje y maneje de la corrupción.”

 

Adriana Vivanco

De esta manera inició la entrevista con Óscar Martínez, periodista salvadoreño que desde los 17 años decidió trabajar como reportero en diversos medios de comunicación, y a base de esfuerzo ha consolidado 10 años de trayectoria que lo reconocen como un especialista en temas de migración y crimen organizado en Centroamérica, cuya voz ha hecho eco en publicaciones como Ciper, Gatopardo, El País y Proceso.

Ha sido corresponsal para la publicación El Faro en la cobertura del paso de los indocumentados por México, espacio donde ha sido fundador de la sección “Sala Negra”.

En 2008 recibió el Premio Nacional de Periodismo Cultural “Fernando Benítez”, otorgado por la Feria Internacional del Libro de Guadalajara; en 2009 fue galardonado con el Premio de Derechos Humanos de la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”; su labor también ha sido reconocida por Naciones Unidas, Human Right Watch y la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo.

En su más reciente visita a Xalapa conversó acerca de su proyecto “Sala Negra” y la publicación de su último libro Los migrantes que no importan.

¿Cómo surgió el proyecto de Los migrantes que no importan?
Yo llegué a México en 2006 como freelance, llegué para trabajar en los periódicos y me harté de su dinámica. En México descubrí que ser freelance es sólo saber un poquito de un montón de cosas y estar preocupado todo el tiempo
por el estrés que te genera tener vacía tu cuenta bancaria, por eso en 2008 decidí sumarme a El Faro para hacer algunas crónicas de migración, así como para Gatopardo y Día Siete.

De entrada el tema me parecía un fenómeno muy complejo porque es un mundo de una diversidad en la que tienes coyotes, polleros, burreros, estacas, carniceros, vías del tren, albergues para migrantes. Hay toda una complejidad a la que quería dedicarle más tiempo y trabajando en un periódico eso era imposible.

Fue entonces que en El Faro, que es una publicación de largo aliento, creamos una sección que se llamó “El Camino”, que consistía en que tres fotógrafos de la organización Ruido Foto, una documentalista salvadoreña y yo nos dedicáramos desde tres soportes diferentes –la crónica, la fotografía y el largometraje documental– a sostener nuestra mirada sobre el paso de los indocumentados centroamericanos que ocupan la ruta del tren para cruzar México, y eso fue el inicio del camino que acabó en la publicación de Los migrantes que no importan.

En un clima de terror y de violencia, ¿cómo lograr que la gente hable para construir tu historia?
Lo más complicado para ser reportero de profundidad en un tema donde está involucrado el crimen organizado, en países como México, El Salvador, Honduras o Nicaragua, es poder llegar a fuentes de confianza.

En México cuando hablas con las autoridades no estás seguro de que no estás hablando con el crimen organizado. Cuando en Veracruz vas a Coatzacoalcos o a Orizaba, o en Tlaxcala vas a Apizaco, y pides hablar con un presidente municipal, no necesariamente estás seguro que ese tipo no pertenece a la estructura.

Entrar a las zonas donde el Estado ha renunciado a ser tal y le ha entregado el control a los grupos del crimen organizado es complicado pues la efectividad con que estos grupos ejercen el poder estatal, el poder que llena el hueco del Estado, es increíble, tienen un nivel de control, de vigilancia.

Por esa misma razón una de las cosas más loables, o que yo recuerdo con cariño de esta investigación, son todas las fuentes valientes que viven en esos lugares y aceptaron hablar con nosotros, sentarse en una cafetería de Tenosique y contar cómo los grupos de delincuencia dominaban. Aceptaron sentarse a la par del Río Bravo y esconderse un rato para hablar, aceptaron viajar con nosotros en el tren, cruzar La Arrocera, meternos en Ciudad Juárez. Ahí conocí gente de una gran valía, porque uno como reportero llega, pregunta y se va, y la gente, los informantes, se quedan ahí.

¿Qué necesita un reportero para realizar esta clase de cobertura?
Tiene que prepararse, nosotros en El Faro nos hemos preocupado por recibir bastantes cursos de protección personal, de cómo moverte, cómo vigilar tu entorno, cómo hacerles más difícil que te jodan; pero creo que la máxima de seguridad es el periodismo en el que dan tiempo, que te permiten investigar, saber a qué lugar vas a llegar, y no ese periodismo exprés que parece de pizzería, en el que en media hora haces la nota, la preparas y la entregas. Lo que necesitas es el periodismo que te reviste de seguridad.

Cuando llegué a Tenosique ya había investigado durante tres semanas qué iba a encontrar, ya había preguntado.
Cuando un medio local le pide a un reportero que al día siguiente vaya al rancho San Fernando a investigar una masacre, es irresponsable, no lo está matando pero lo está poniendo al borde de la muerte.

¿Cuál es el objetivo de “Sala Negra”?
Este proyecto empezó en enero de 2011 y fue creado principalmente porque nos sentimos muy ignorantes acerca de los problemas de Centroamérica. En el primer foro centroamericano organizado por El Faro, que se realiza cada año año, se sentaron cuatro medios de distintos países: Nicaragua, El Salvador, Honduras y Guatemala, y contaron sus terribles realidades que vivían para hacer periodismo.

Nosotros nos sentimos completamente ignorantes cuando Guatemala nos hablaba de toda esta impunidad a la hora de juzgar los genocidios; cuando Chile nos platicó acerca de la dictadura, de una policía que más parecía un grupo de crimen organizado; cuando el de Nicaragua nos hablaba de la profunda corrupción del gobierno sandinista que traicionó sus principios para convertirse en burócrata de izquierda; cuando en El Salvador contábamos todo ese crecimiento exponencial de las pandillas, creímos que cubrir El Salvador por sí solo ya no tenía sentido.

“El reportero llega, pregunta y se va; la gente, los informantes, se quedan ahí” (Foto: Iván Amaya)

En ese momento vimos que en lugares como El Salvador el crimen organizado iba tres pasos adelante del periodismo y creamos un proyecto para entender los fenómenos de violencia que nos están marcando en Centroamérica, pandillas, crimen organizado y la cultura de la violencia.

A partir de esto surge “Sala Negra”, conformada por un equipo de reporteros que desde la crónica nos dedicamos a cubrir estos países, a tratar de explicar estos fenómenos, a construir desde la profundidad de los personajes más que desde las fuentes, de las escenas, más que de la enumeración de hechos.

Alberto Salcedo Ramos –cronista colombiano– en algún momento dijo que la crónica periodística consiste en explicar qué carajos significaba el titular del periódico de anteayer, es decir, aquel titular que lees y te das cuenta que no te dice nada, no entiendes por qué pasó esto, entiendo que hay un hecho consignado pero no hay más allá.

Eso es lo que intentamos hacer desde “Sala Negra”, trabajar con unos tiempos más pacientes y unos resultados más ambiciosos.

¿De dónde surge toda esta cultura de la violencia?
Nosotros creemos que una sociedad que tiene altos índices de homicidio es imposible dividirla en buenos y malos; es decir, está la gente de bien, los que vivimos en las colonias acomodadas, tenemos empleada doméstica y casa, y están los pandilleros tatuados de la cara que son malos.

Yo creo que la construcción de la violencia es una construcción que la hacemos todos, la hacemos desde el trato que le damos a nuestra empleada doméstica y el sueldo indigno que le pagamos, hasta el otro nivel del pandillero asesino que se encarga de ser el sicario de una clika (banda). Yo creo que esa complejidad, ese acostumbramiento a la violencia, esos lugares con ausencia del Estado que prestan atención sólo en ciertos puntos de sus sociedades, intentan explicar de una manera más compleja cómo hemos llegado a ser sociedades con estas escenas y con estos índices de violencia.

Te pongo algunos casos, cuando Daniel Valencia escribió La comunidad que lincha en Guatemala, intentaba explicarse por qué los indígenas guatemaltecos cometen tantos linchamientos, por qué toman la justicia por sus manos.

Daniel llegó a Todos Santos Cuchumatán, un pueblo indígena donde recientemente habían linchado a unos turistas japoneses porque pensaron que eran violadores de niños. Se dio cuenta que esto no ocurría porque estos indígenas fueran hombres locos, sino porque el Estado los había abandonado; la última vez que habían llamado a la policía,
ésta había tardado 48 horas en llegar, ellos estaban al margen de la mano del Estado y entendían que cuando el Estado deja un hueco la gente lo llena.

En “Sala Negra” intentamos explicar las razones por las que ocurre esto, y es lo que intenta esta complicada parte que se llama cultura de la violencia o normalización de la violencia.

Nosotros somos periodistas, lo que hacemos se llama periodismo y a veces se piensa que no es tal o hay que etiquetarlo de otra manera; esto surge de la idea mal concebida de que el periodismo es lo que los periódicos muestran y que lo que nosotros hacemos es una modalidad distinta que está a caballo entre el periodismo y
otras ciencias más profundas.

Se nos olvida que el periodismo es un oficio de profundidad, que tiene las herramientas para profundizar. Son los empresarios del periodismo los que no quieren que las utilicemos y los que creen que tienen derecho a meterse en la parte editorial, ellos no tienen porque meterse en lo editorial, ellos no saben lo que nosotros sabemos.

¿Qué pasa cuando no te publican porque vas en contra de intereses de gobierno o de grandes empresas o grupos de poder?
Pues sigues escribiendo. En el caso de las amenazas el asunto es más complicado, los periodistas jóvenes tienen que aprender a lidiar con eso, lo de las amenazas es algo que sí tienes que valorar. Para mí un periodista muerto ya no sirve de nada, no publica, pero sobre todo significa que perdió en hacer el intento.

Es decir, en tu carrera en contra del crimen organizado tú perdiste. Cada vez que publicas sobre ello tú ganas porque representas a un sector que a ellos no les interesa, que es la sociedad civil, representas el derecho de la sociedad civil
a estar informado.

Y cómo lo haces, pues asesorándote, hablando con gente, montando tertulias con periodistas a las cuales asistiríamos gustosos, pagando nuestro propio boleto, para hablar temas de seguridad con gente que demuestre que de verdad lo quiere hacer, que demuestre que no es por moda que está intentando meterse en eso; y luego cómo hacerle cuando tu medio no te deja, sigue escribiendo, no hay otra manera.

Entiendo que dé miedo cada vez que matan y secuestran a compañeros periodistas, porque tienes familia, pero qué quieres que te diga, el periodismo necesita gente que esté dispuesta a dar un montón de cosas, necesita gente inteligente que sepa sortear obstáculos. Qué te puedo decir, creo que hay que encontrar fórmulas, una de ellas también es traicionar a los grupos empresariales del periodismo. Yo te lo digo aquí y lo he repetido donde he podido: se puede quebrar el cerco de seguridad de esos cavernícolas y se puede conocer íntimamente cómo hacen toda su maraña oscura.

Es posible hacerlo, por varias razones, porque mucha gente los detesta, porque ejercen esa violencia radical, mucha gente quiere señalarte lo que hacen, porque no son unos tipos con una inteligencia sofisticada, muchos de ellos son ex militares, otros ex sicarios entrenados, son muy brutos en algunas cosas, por eso es que se puede y se debe hacer este tipo de periodismo. ¿El cómo? Cada quien tiene que construir su camino por su seguridad y la de su familia.

Hay organizaciones valiosas como “Periodistas de a Pie” que te pueden instruir para cuidarte o incluso apoyarte si ya estás en riesgo. En México está una red de apoyo a periodistas que llevan denuncias en las embajadas de distintos países, si tú dices que estás en riesgo; en este momento hay ya una serie de herramientas, es necesario ocuparlas. Lo que yo digo es que es peligroso, pagan poco y los empresarios no quieren que lo hagamos; entonces cuál es la solución ¿no hacer periodismo? No, la solución es hacerlo. ¿Cómo? No sé, pero hay que pensar en hacerlo, no hacer periodismo no es una opción.

¿Cómo viviste en México la inseguridad por tu trabajo?
Para mí México era ideal en el tema de las incursiones y salidas del lugar; la experiencia es que en El Salvador –aunque tengamos privilegios, seamos gente que nos va bien en la vida económica– es mucho más encerrado, la
vida cotidiana es mucho más desgastante y llega un momento en que debimos tener escoltas porque todos nos conocemos y es un país del tamaño de un ombligo, por eso era más difícil.

En el caso de México nosotros incursionamos en el terreno de una situación peligrosa y luego salíamos al DF; en El Salvador la situación es bastante más tensa y eso nos ha hecho construir una vida alrededor de reglas de seguridad. Cuidarte y seguir trabajando son las únicas armas que tenemos para defendernos de los grandes poderes y del crimen organizado.