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Año 13 • 557 • Abril 7 de 2014 Xalapa • Veracruz • México Publicación Semanal

El Premio Martin Diskin reconoce al académico y activista

Olvera: del intelectual público y comprometido

"Pertenezco a una generación para la cual el activismo fue dado casi naturalmente como vocación”

"Mantener la autonomía y la independencia de criterio es un principio importantísimo”

El Premio se instauró para honrar a los académicos cuyo trabajo rebasa el aula

Edgar Onofre

El antropólogo y profesor norteamericano Martin Diskin formó parte de las protestas por el cierre de la Universidad Nacional de El Salvador en los primeros años de la década de los ochenta. Fue detenido junto con otros 16 profesores del Instituto Tecnológico de Massachusetts, Estados Unidos (MIT, por sus siglas en inglés), por protestar contra la política del gobierno de Ronald Reagan hacia El Salvador.

Fue considerado un hombre valiente, de intelecto y conciencia social notables. Estudió a los campesinos mexicanos y realizó trabajos en Nicaragua, Honduras y El Salvador y, como su generación, creyó en la posibilidad de hacer de éste un mundo mejor. Murió tras batallar 25 años contra la leucemia y es recordado como un gran profesor comprometido con su tiempo, los derechos humanos y la lucha contra la pobreza.

La Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA, por sus siglas en inglés) instauró en su memoria el Premio Martin Diskin para honrar a los académicos cuyo trabajo rebasa el aula y se ejercitan en el mejor activismo político de su tiempo. En 2014 el condecorado es uno de los más apreciados académicos de la Universidad Veracruzana: Alberto Olvera Rivera.

No existe duda de su personalidad estrictamente académica, pero ¿se reconoce usted hoy día como activista?
De un cierto tipo. En México tenemos un concepto de activismo muy acotado a la acción política inmediata. Mi concepto de activismo es un poco distinto: es uno que se vincula más que nada con la función del intelectual público, que opina, que se pronuncia sobre ciertas causas, que las analiza y postula o defiende posiciones sobre ciertos problemas.

Como estudiante, Olvera fue crítico y de izquierda. Con su generación, halló ocasiones de protesta contra el porrismo estudiantil que a la sazón se padecía en la Universidad, mientras que la época bullía entre movimientos sociales populares urbanos, campesinos y obreros por todo el país.

Entrados los ochenta formó parte del grupo de jóvenes académicos que trajeron a la palestra local un amplio debate por la democratización del sindicato académico de la Universidad que, incluso, llegó a las calles de la capital veracruzana.

También formó parte del movimiento social de cafetaleros registrado por aquellos años al centro del estado de Veracruz y participó en la creación y desarrollo del Foro Cívico Xalapeño, una reacción organizada por jóvenes profesores frente al fraude electoral de 1988. En los noventa participó del periplo de Alianza Cívica, movimiento civil
de escala nacional a favor de la democracia y que, se considera, tuvo una intervención decisiva en la elección presidencial de 1994 con la primera observación electoral sistemática en comicios federales.

Como académico e investigador, realizó una investigación sobre actores de la sociedad civil mexicana y sus retos políticos en todo el país. El alcance de ésta le permitió organizar múltiples talleres y seminarios con activistas, trazar redes y conocer el panorama nacional en la materia y alcanzar un reconocimiento que devino en invitaciones a eventos, reuniones, conferencias y, además, a integrar el consejo directivo de FUNDAR, quizá la primera organización civil de investigación en México.

Ya en años más recientes, ejercitó el periodismo de opinión como otra faceta de activismo político. Publicó durante 10 años seguidos en el Diario de Xalapa y en diversas ocasiones lo hizo en El Universal, Reforma y Proceso. Para la segunda mitad de los años noventa lo hizo para La Jornada: “Interesantemente, terminé saliendo de este diario por no presentar mis respetos a la directora y por ser crítico del zapatismo. Lo cual habla que la intolerancia no es un defecto único del PRI ni de la derecha.”

¿Identifica sus influencias?
Pertenezco a una generación para la cual el activismo fue dado casi naturalmente como vocación. La mía no es la generación del 68 sino una muy posterior: la generación de la segunda mitad de los setenta que, como estudiantes, todavía vivíamos una efervescencia política de izquierda.

Aunque considero que no tuve una influencia de izquierda definida, sino que ésta fue una convicción básicamente intelectual, reconozco la deuda que tengo con mi padre: por su actitud moral, no por el posicionamiento político.

Mi padre es un veterinario, un funcionario público, un militar de carrera que siempre tuvo una posición de dignidad y que podría decirse de él que pasó por el pantano sin manchar su plumaje. En esa época de corrupción generalizada, él mantuvo su dignidad, su posición, su profesionalismo y, por supuesto, su ejemplo fue muy importante para mí.

Entonces, en mi caso el activismo viene de ahí: el ejemplo de mi padre y la convicción intelectual de que tiene que hacerse algo para terminar con las múltiples injusticias del país, contra una antidemocracia imperante, y mediante la crítica de constantes regímenes autoritarios.

En esta tarea, ¿ha llegado a sentirse cansado, agobiado en el frontón con el tótem del Estado?
Sí, creo yo que sí. Debo decir que es un poco angustiante y, al mismo tiempo, decepcionante estar tantos años en este tipo de actividades y ver que en la práctica los cambios que se logran son relativamente pocos.

No obstante entiendo mi lucha personal y la de mi generación como una lucha que debe sostenerse y que debe mantenerse: nos toca la responsabilidad de sostener la llama de la crítica e incitar a generaciones más jóvenes a enfrentarse a una realidad que es contraria a los principios más elementales de la democracia y que seguirá produciendo distintas formas de injusticias.

Y tener una actitud como ésta en Veracruz, que hasta a la fecha no conoce la alternancia, sigue siendo un reto puesto
que siempre me ha colocado en la minoría crítica y sin espacios para desarrollar ideas que se puedan implementar, al contrario de colegas que en Brasil o Colombia han logrado ser poder político nacional, regional o municipal,
y han podido desarrollar las ideas que tenían desde el ejercicio gubernamental. En México, por nuestra historia política, hemos tenido que permanecer en la minoría crítica que se resiste a integrarse a las corrientes hegemónicas y a doblar la espalda ante una realidad tan terrible como la que nos toca vivir.

Como profesor, Olvera ha impartido cátedra en EUA y Canadá y su profesión lo ha llevado a conocer todos los países de América Latina, mientras que estableció magníficas relaciones académicas con sus pares del continente y Europa.

Es doctor en Sociología por la New School for Social Research, de Nueva York, EUA; miembro del Sistema Nacional de Investigadores, Nivel III, y miembro de la Academia Mexicana de la Ciencia. Es ampliamente reconocido como
un especialista de talla internacional en temas que van de la democracia a la sociedad civil y al día de hoy es miembro de la Junta de Gobierno de la Universidad Veracruzana, institución en la que se le reconoce como un líder académico, acaso uno de los más importantes.

Pero, ¿se reconoce usted mismo como tal?
Creo que para algunas personas tendría un cierto liderazgo moral. Y creo que he mantenido un liderazgo académico a raíz de mi trabajo como investigador. Creo que he sido un buen profesor y asesor de muchos estudiantes que han pasado a trabajar conmigo. Creo que este liderazgo se gana con trabajo y con la calidad del desempeño, con la constancia y, sobre todo, al mantener lo que yo llamaría la verticalidad moral, que es un valor escasísimo en este país.

¿Qué tan importante sería mantener la congruencia entre el decir y el hacer?
Me parece importantísimo que si uno sostiene la necesidad de luchar por derechos, las cosas se hagan correctamente; que se evite la corrupción, que se luche por la justicia. Hay que hacerlo todos los días, no importa dónde ni quiénes sean los interlocutores.

Éste es el elemento esencial. El Estado mexicano ha tenido una gran capacidad histórica de cooptación de intelectuales. Mantener la autonomía y la independencia de criterio es un principio importantísimo.

¿Cuánto trabajo le ha costado mantener esta independencia?
Cuesta en términos personales. Cuesta en términos de popularidad, porque la mía no es la que deviene de decir las cosas que la gente quiere oír.

Un intelectual público debe decir lo que piensa sin preocuparse de la popularidad de sus dichos. En la izquierda mexicana tenemos un problema: si no te atienes a ciertos modos de pensar y a la lealtad a ciertas figuras públicas, uno parece desleal. Y ser de izquierda es mantener la capacidad de criticar lo que se considera incorrecto a pesar de lo que la mayoría piense.

Sin embargo, suele reconocérsele gran talante en sus tareas… Como es algo que uno hace por vocación y por convicción, naturalmente se hace con gusto. Uno entiende esto como su
tarea primordial.

Tengo una carrera académica satisfactoria pero siempre está unida a esta intencionalidad práctica de intervención en
la vida pública, en mantener este espíritu crítico y evitar refugiarse en lo privado, que es lo que hacen muchos académicos. Yo creo que es necesario mantener el compromiso político de los académicos, tenemos que sostener la crítica a pesar de los pesares y de las incomprensiones frecuentes incluso de nuestros propios compañeros.

Por supuesto, el momento de ser condecorado con el Premio Martin Diskin convoca la nostalgia. A poco menos de dos meses de recibir la distinción en Chicago, Illinois, EUA, el profesor Olvera recuerda a compañeros de viaje que se hacen presentes por razones de vida o políticas.

De la época del movimiento con los cafetaleros, a gente brillantísima, líderes populares de comunidades que de vivir
durante la Revolución hubieran sido de los principales, según recuerda el investigador. De la lucha por la democratización universitaria, a compañeros con quienes aún se frecuenta pero que le hacen rememorar aquellos tiempos y circunstancias. De la creación de Alianza Cívica, a gente de todo el país que, en su decir, demostraron un compromiso moral extraordinario. De los colegas con quienes compartió los años de estudios doctorales, Olvera se refiere a Leonardo Avritzer, de Brasil; Enrique Peruzzotti, de Argentina, y Aldo Panfichi, del Perú. Y, por supuesto, no deja de tener presente a colegas con quienes ha compartido el propicio ambiente del Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales.

¿Cuáles consideraría sus pendientes o retos por cumplir?
Me falta escribir un libro que sintetice mi trabajo hasta ahora disperso en múltiples publicaciones. No ha terminado
de cuajar y es un pendiente que me pesa.

Como intelectual público siento con alarma que la llegada de una efectiva democracia con respeto a los derechos humanos se nos aleja, nunca la alcanzamos. Y siento una urgencia vital de lograr transformaciones más sustantivas de la vida pública. También hay una expectativa de lograr que las universidades públicas concluyan su lenta transformación en favor de la academización y, sobre todo, de la intervención creativa en la vida pública que no se ha concretado debido a la naturaleza autoritaria del Estado.

Finalmente, ¿qué le significa recibir el Premio Martin Diskin?
Me siento muy honrado y muy contento. Es importante que una institución como LASA haga la premiación de algo que normalmente la academia no hace: premiar una trayectoria doble, que valora tanto el aporte científico como el aporte el moral y político.

Creo que es importante rescatar esta dimensión de los intelectuales como intelectuales públicos; es decir, como hombres y mujeres comprometidos con su tiempo con ciertas causas que les toca vivir y confrontar. Y que me otorguen a mí el premio me resulta gratamente satisfactorio porque creo que en México no tenemos una plena conciencia de este tipo de trayectorias.