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Año 13 • 559 • Abril 28 de 2014 Xalapa • Veracruz • México Publicación Semanal

Aseguró Tomás Ejea

Gestores culturales necesitan profesionalizarse

En México, la política cultural es un instrumento de legitimidad más que de promoción, destacó

"Las estructuras burocráticas no están preparadas para un proyecto cultural en el que participe la comunidad"

"Cuando los proyectos empiezan a funcionar hay una necesidad burocrática de obstaculizarlos, porque empiezan a ser complicados"

Adriana Vivanco

Tomás Ejea Mendoza, académico de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM)-Iztapalapa, ha dedicado su vida al teatro y a la difusión cultural. Como sociólogo realiza un profundo análisis sobre el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca), que aborda en el libro Poder y Creación artística en México y sobre el cual charló con estudiantes de Artes Plásticas, Humanidades y del Centro de Creación y Documentación de las Artes de la Universidad Veracruzana.

Maestro en Teatro por la Universidad Estatal de Nueva York, en Historia del Arte por la Universidad Nacional Autónoma de México, en Sociología Política y Política Cultural por la UAM, ha destacado también como director de teatro, maestro
de actuación, teoría teatral y dramaturgia en México y otros países. En su faceta de servidor público resaltó su labor como Director del Teatro Casa de la Paz de la UAM, universidad donde actualmente es investigador y académico en el programa de posgrado Políticas Culturales y Gestión Cultural.

Tras la charla, realizada en la Galería de Artes Plásticas (AP), conversó con Universo acerca de las políticas culturales y la gestión cultural en México y el mundo.

¿Cómo pasa el sociólogo al campo del arte y luego al de la gestión cultural?
Estudié Sociología en la UAM, pero mi veta artística era mucho más fuerte y decidí estudiar Actuación en el Centro Universitario Cultural y posteriormente Dirección en el Foro de la Rivera con Ludwik Margules. Además realicé una Maestría en Teatro en la Universidad Estatal de Nueva York.

Cuando volví a México quedé a cargo del Teatro Casa de la Paz, donde trabajo hasta la fecha. Con esto junté las tres grandes vertientes de mi vida: la sociología, mi desempeño profesional como teatrero y mi labor de gestor cultural.

De estos inicios en la sociología del teatro y de las artes vino el interés en la gestión cultural, pues quienes estamos inmersos en la creación artística conocemos los problemas y obstáculos para arrancar proyectos que tengan continuidad y sean autosustentables.

¿Por qué perecen muchos proyectos, a pesar de contar con buenas ideas y equipo de trabajo?
En primer lugar, falta profesionalización en la gestión cultural –y en esta década empieza a ser claro­–, faltan profesionales que entiendan que la presentación y realización de proyectos implica formalización y conocimiento administrativo; necesitan saber cómo presentarlo, cómo hacerlo, cómo conjuntar los esfuerzos y cómo venderlo al público y a las instituciones.

Por otra parte, aunque ya se está abriendo el panorama a una formación profesional en el campo de la gestión cultural, yo creo que 40 o 50 por ciento de los gestores culturales son en realidad artistas que quieren arrancar sus proyectos en las instituciones, que sólo tienen espacio para unos cuantos.

La mayoría de las casas de cultura, teatros o galerías son producto de iniciativas personales que no tienen propiamente recursos y les interesa tener cierta capacitación sobre gestión cultural para dar permanencia a sus proyectos. Eso se debe a que las políticas estatales no han sabido encauzar los esfuerzos de artistas y gestores culturales hacia políticas nacionales más estables y sólidas.

Entonces, aquellos artistas que tienen éxito son básicamente quienes tienen una conexión internacional, pero en realidad son pocos. Por lo tanto, no podríamos esperar a que ése fuera el único criterio para que un proyecto tuviera éxito.

¿Por qué es más fácil que los artistas con vínculos en el extranjero tengan éxito al regresar a México?
Cuando hablamos de éxito tenemos que pensar en la estabilidad, y cuando lo hacemos pensamos en los circuitos internacionales. Eso no quiere decir que sea más fácil o más difícil, sino que sólo unos cuantos tienen acceso a ello. Lo importante es que las instituciones gubernamentales pueden abrir esos canales para generar esas conexiones.

Esto no quiere decir que no haya proyectos exitosos a nivel nacional sin el proceso de la internacionalización; sí los hay, pero los grandes éxitos están vinculados con el campo internacional. Es importante aclarar que esto no es un caso aislado, sucede en todo el mundo y ahí la tarea de depender de los gobiernos se vuelve secundaria. Por ello el Estado tiene que promover a sus artistas para que tengan acceso a los mercados internacionales.

Otro asunto es que en el concierto internacional hay naciones de primera, de segunda y de tercera, y lo digo de una manera muy crítica; hay naciones que manejan los mercados, otras que únicamente coadyuvan y otras que apenas alcanzan a participar.

Entonces tenemos potencias económicas que toman su producción artística para venderla a nivel mundial. La principal de ellas, Estados Unidos, tiene una industria cultural muy poderosa en el cine y la música.

¿El reciente interés por la gestión cultural es un fenómeno mexicano o es global?
Es sin duda algo nuevo en el mundo, tiene unos 20 años. En México los procesos de profesionalización en este sector iniciaron hace 15 años y de manera más formal hace 10. La profesionalización de la gestión cultural se debe a que el mundo se dio cuenta de la importancia de la cultura y se evidencia en una serie de acuerdos internacionales.

Los primeros eventos fuertes a nivel internacional sobre la cultura fueron en el 67 en Venecia y en el 68 en el mundo. En el caso de México fue en 1982 y después vinieron todos los acuerdos de la UNESCO en los años noventa. En segundo lugar, la cuestión cultural no estaba seriamente institucionalizada en ningún país. La primera secretaría de cultura del mundo es de 1959, hace apenas medio siglo, pero en realidad todas son de los años setenta en los países desarrollados. Para el resto el asunto empezó en los ochenta e incluso en los noventa.

No es sólo una cuestión de la gestión cultural, sino de cómo se ha institucionalizado la cultura. También ha habido una explosión cultural en muchos aspectos y de ahí vino la necesidad de institucionalizarla. Actualmente, los procesos tecnológicos obligan a que la diversidad y la proliferación de diferentes expresiones se tornen complejas y de alguna manera se globalicen.

Por ejemplo, podemos pensar en un pintor de los años cincuenta que exponía en su estudio, lo que le daba un radio de acción relativamente muy pequeño. Un pintor en los noventa, y hoy día sobre todo, puede pintar en su estudio pero también recibe muchísima información de todos los procesos que se dan en el mundo y las distintas técnicas que se usan.

Ahora un artista plástico se vincula con montones de técnicas, soportes y materiales que lo involucran en un proceso de globalización sin siquiera salir de su casa. Esto ha generado una gran revolución en todos los aspectos culturales.

¿Cuáles son los grandes temas de la gestión cultural?
Patrimonio cultural, promoción a la creación artística y servicios artísticos culturales a la población en general. Éstos eran los tres grandes temas que tradicionalmente se trabajaban, ahora tenemos que agregar la cuestión de los medios de comunicación masiva, las redes y las nuevas formas de producción artística, y eso hace que estos procesos se vuelvan más amplios y complejos.

Otro asunto es que cuando el Estado-nación asume qué quiere hacer con la cultura, la gestión se vuelve fundamental para establecer modalidades de cómo la población, los creadores y el público se acercan a los procesos culturales.

El Estado-nación ha establecido diferentes formas de políticas culturales. Por ejemplo, en Francia las circunstancias históricas hicieron de la política cultural algo central para el Estado. Esta política cultural, que se identifica con la francofonía, es decir, con el lenguaje, tenía además muchos antecedentes importantes y todo este proceso culminó con la creación del Ministerio de Cultura en 1959, con André Malraux.

Entonces, si la política francesa plantea que lo cultural es una excepción que no puede meterse al mercado, la discusión es si dentro del mercado debe haber una excepción cultural o no. Los franceses asumen que hay que proteger a la cultura frente a cualquier embate del mercado, frente al mundo en una búsqueda de homogeneidad cultural y de influencia en otros países.

En América Latina vemos dos experimentos interesantes. El primero es en Colombia, donde el gobierno ha asumido que la cultura es esencial para el desarrollo y tenemos proyectos de desarrollo cultural mucho más fuertes, con presencia, estabilidad y continuidad.

El otro caso es Argentina, que ha asumido a la difusión cultural como política nacional y ha pedido, a través de las instancias gubernamentales, que las universidades se conviertan en centros de extensión y difusión, más allá del ámbito de la docencia y de la investigación.

Es una política nacional y eso hace que la forma de realizar los proyectos tenga muchísima más continuidad y solidez, como en el caso de Uruguay, donde la cultura se ha vuelto central para la política de Estado.

El académico charló con estudiantes
en la Galería AP

En México vivimos una etapa en que la política cultural se ha convertido –después de haber sido un país con una gran presencia en ese sentido–, a partir de finales de los ochenta con la creación del Conaculta y del Fonca, en instrumento de legitimidad más que de promoción cultural; eso dificulta que los gestores culturales lleven a cabo proyectos sólidos y estables fuera de las grandes instituciones, ya sea las universidades o el ramo cultural de la Secretaría de Educación Pública y las diferentes instancias encargadas de la cultura estatal.

Fuera de estas instancias es muy difícil sobrevivir; sin embargo, si uno logra encauzarse a través de estas instituciones, los proyectos resultan de poca continuidad y estabilidad porque están sujetos a los vaivenes políticos e institucionales. Necesitamos una política mucho más centrada en lo cultural que en los procesos de legitimidad que requieren los gobiernos.

¿La gestión cultural en México es un nicho de oportunidad o es nadar contra la corriente?
Cualquier proceso cultural realmente valioso está relacionado con un grupo poblacional, de lo contrario carece de sustento comunitario. Cuando un proyecto cultural es valioso tiene el respaldo de una población; y como lo cultural va ligado con la identidad, siempre que hay un proyecto cultural sólido hay un empoderamiento de la comunidad y ésta empieza a hacerse cargo, de alguna manera, de los aspectos que tienen que ver con sus relaciones sociales.

Es decir, si hay un taller de danzón que está funcionando, ahí se está generando un grupo social que no sólo baila, sino que a través de ello se identifica, se reconoce y se empodera; esto siempre representa un problema para las instituciones y para los poderes muy estructurados.

En distintas partes del país, cuando los proyectos empiezan a funcionar hay una necesidad burocrática de obstaculizarlos, porque empiezan a ser complicados y conflictivos. Estas estructuras burocráticas no están preparadas para darle vida a un proyecto cultural en el que está participando la comunidad.

De entrada hay una gran contradicción, cómo hacer que los proyectos culturales estén vivos en una estructura institucional opresora, hay que nadar contra la corriente. No conozco un solo gestor cultural que no esté entusiasmado con lo que está haciendo, pero tampoco que esté fuertemente frustrado porque su esfuerzo choque contra estas grandes estructuras.

Es por ello que una de las primeras cosas que cualquier curso de gestión cultural intenta enseñar es que se entienda que el fracaso de un proyecto no es por un individuo que no ha sabido hacer bien las cosas, sino un problema estructural que lleva a los gestores a luchar contra una serie de paredes que son las instituciones y los intereses fácticos.

El camino del gestor cultual está lleno de anécdotas de proyectos que funcionan y poderes fácticos que ponen trabas; es muy importante entender que la cultura no es un servicio más a la sociedad, es algo que abarca todos los
otros, es mucho más esencial.

Incluso a veces se puede dejar de lado a la cultura en las políticas públicas, porque abarca los elementos esenciales y puede ser un asunto a mediano o largo plazo porque ahí se está generando identidad cultural, lo cual significa empoderar a las personas, y eso siempre es algo que necesita estabilidad. Los proyectos culturales son como pequeñas plantas que debemos cuidar para que vayan creciendo, son muy frágiles y requieren mucho
tiempo para crecer.

¿Cuáles serían las principales causas que pueden hacer que decaiga un proyecto cultural?
En primer lugar la falta de capacitación de los gestores. Que no entiendan y conozcan todos estos procesos les impide ubicarse. Muchos de mis alumnos tienen altos niveles de frustración. Incluso han sido funcionarios importantes y no entienden toda esta dinámica y lógica del Estado.

En segundo lugar, la falta de herramientas técnicas, administrativas y de gestión; es decir, en ocasiones el gestor resta importancia al manejo de las técnicas de mercadotecnia, de presentación de proyectos, de conocimiento del producto o de manejo de públicos.

En todo este contexto político se vuelve sustancial que los gestores aprendan a hacer proyectos que tengan tres características: que sean originales, que logren tener un público y que sean valiosos, esto es, que se sustenten en la participación ciudadana y sean factibles en términos económicos, de recursos humanos y materiales. La profesionalización del gestor cultural ha tenido como objetivo dejar claro que estos proyectos deben tener todas las características que el mercado exige para competir.

¿Cuál sería la clave del éxito para el gestor cultural?
En los años que tengo como artista, como gestor y ahora como estudioso del tema, siempre me encuentro con cuatro cosas que conviven en varias partes del mundo: necesidades muy fuertes de la población que muchas veces no saben cómo canalizar u organizar; gestores culturales frustrados, siempre con fuertes problemas de presupuesto y de organización; instituciones burocráticas muy poco tolerantes con la creatividad; y gestores muy satisfechos con su proyecto.

El gestor cultural, antes de pasar a la cuestión de la técnica para realizar la gestión, debe ubicarse políticamente y a partir de ello se puede estudiar a las instituciones culturales.

En mi caso me he metido a fondo con casos muy puntuales como el del Fonca, como instancia de legitimación más que de promoción artística y cultural. Desde que el fondo se creó en el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, tenía discursivamente la intención de ser una instancia de promoción artística, pero en realidad lo que se estaba haciendo –y es lo que yo sostengo– es que es una instancia de legitimación política.

Cuando se creó el Fonca había una fuerte pérdida de legitimidad de Salinas de Gortari después del fraude electoral de 1988. Entonces el Conaculta se instaura ese mismo año y en ese momento se anuncia la creación del Fonca, que aparece en marzo de 1989.

Estamos ahora cumpliendo 25 años de esta política cultural federal que ha permanecido prácticamente sin ningún cambio.