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No
podrías amar a una mujer como yo.. soy fea. Con esta
frase podemos resumir la vida de Otilia Rauda, una mujer que ante
todo se siente y es marginada por la gente con la que
comparte los días de su vida, que transcurren en un pueblo
calmado, como la mayoría de los pueblos y, en especial, el
de Las Vigas de Ramírez.
Otilia en los hombres causa, una respuesta, un instinto más
que respuesta, que transportaba al sexo masculino a lo primitivo,
pues su bella adolescencia, no pasaba inadvertida, ni siquiera por
sus padres que a causa de las exuberancias de la niña, joven
y mujer al mismo tiempo, sufrieron y trataron de ocultar a toda
costa.
El frío, la niebla, la mojigatería y la rebeldía
se juntan en el relato de una comunidad que pasa de día en
día y año tras año entre historias que rayan
en lo fantástico, pero que no hay duda de que existen, cómo
la del forajido que tras huir de la muerte se encuentra a Otilia,
un ángel que raya en lo perverso.
Rubén Lazcano, ese forajido del quien se dice no tiene cara
de malo, pero seguramente tiene tratos con el diablo, es el amor
de Otilia Rauda, que más que al platónico es un tormentoso,
llevando a Otilia del éxtasis sexual a la desesperación
y odio que a ratos intenta cruzar la frontera de la vida .
Rasgando los años 30, Xalapa de Enríquez, Las Vigas
de Ramírez, Perote y comunidades cercanas son los marcos
para que el amor y el desamor hagan de las suyas con la desgracia
de una mujer y varios hombres, quienes le sirven de entretenimiento
y desahogo a Rauda, quien tan sólo soporta la vida por la
compañía de dos marginados que le ayudan en sus aventuras
Melquíades y Genoveva; sus mejores amigos.
La traición es otra de las bebidas, entre el tequila y el
café, de la que los habitantes de esta historia sobreviven,
pues van de uno a otro sin mediar amistad amor u odio, traiciones
que se dibujan escondidas entre muecas y sonrisas los de clase acomodada
y las prostitutas.
Las huertas amanecen llenas de escarcha; los caminos y las
colinas; cubiertos por una capa de hielo, los cerros y montones
llevan mantos de nieve. El pueblo ajeno al alba, prolonga el silencia
nocturno así transcurren los amaneceres de Otilia Rauda.
En Otilia Rauda Sergio Galindo vuelve a dibujar esos paisajes de
El Bordo, paisajes fríos y contrastantes entre una decadencia
del futuro y una vivida reacción del pasado, futuro y pasado
que Otilia vive y sobre vive con su amor incomprendido.
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