Año 2 • No. 58 • abril 22 de 2002 Xalapa • Veracruz • México
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Día Mundial del Teatro
Roberto Benítez
 

Probablemente por el hecho de encontrarnos en vacaciones este año poco se comentó sobre el Día Mundial del Teatro, una fecha que el año anterior se celebró con bombo y platillo en la Universidad Veracruzana. El Día Mundial del Teatro se creó en 1961 por el Instituto Internacional del Teatro (iti). Se celebra anualmente el 27 de marzo por los Centros iti y la comunidad teatral internacional, alrededor de él se organizan diversos eventos nacionales e internacionales. 

Uno de los más importantes es la circulación del Mensaje Internacional, que tradicionalmente se escribe por una personalidad de talla mundial, quien responde a la invitación del iti.

Este año corrió a cargo de Girish Karnad (Matheran, India, 1938). Este teatrista, después de trabajar durante siete años para la Oxford University Press en la India, centró su actividad en la escritura y el cine. Trabajó como Director del Instituto del Cine y la Televisión de Pune, en la actualidad es Director del Centro Nehru, de la sección cultural de la Embajada de India en Londres. Fue profesor en la Universidad de Chicago y condecorado con un Padma Bhushan por el Presidente de India. Así también fue presidente de la Academia Sangeet Natak, la Academia Nacional de las Artes Escénicas de su país. En 1999 se le concedió el premio literario más prestigioso de India, el Bharatiya Jnanpith. Ha dirigido películas que han ganado premios nacionales e internacionales y ha trabajado como actor con renombrados directores de cine.

Karnad escribe en kannada, el idioma del estado hindú de Karnataka, en donde vive, y sus obras se han traducido al inglés. Su segunda obra, Tughlaq (1966), le encumbró como dramaturgo. El Teatro Guthrie de Minneapolis representó su obra Nagamandala durante su trigésimo aniversario en 1993.

Aunque sea un poco tarde, he aquí el mensaje que Girish Karnad escribió para toda la comunidad teatral del mundo:

“El Natyasastra es uno de los tratados de teatro más antiguos del mundo. Data de al menos el siglo iii a.C. y su primer capítulo cuenta la historia del Nacimiento del Drama.

Era una época en la que el mundo estaba hundido en la infamia moral. La gente había llegado a ser esclava de pasiones irracionales. Había que encontrar nuevos medios (“agradables a la vista y al oído y también edificantes”) que pudieran hacer resurgir a la humanidad. Por eso Brahma, el Creador, combinó elementos de los cuatro Vedas (textos sagrados) para formar un quinto texto, el Veda de la Interpretación. Pero como los dioses no saben de teatro, le encargaron el nuevo Veda a Bharata, un ser humano.

Y Bharata, con la ayuda de sus cien hijos y algunos danzantes celestiales enviados por Brahma, montó la primera obra. Los dioses contribuyeron con entusiasmo al aumento de las posibilidades expresivas del nuevo arte. 

La obra que presentó Bharata trataba de la historia del conflicto entre los dioses y los demonios, y celebraba la victoria definitiva de los dioses. La producción encantó a los dioses y a los hombres. Pero los demonios que había entre el público se ofendieron profundamente. Así que usaron sus poderes sobrenaturales y desorganizaron la representación paralizando la voz, los movimientos y la memoria de los actores. Los dioses a su vez atacaron a los demonios y mataron a muchos de ellos. 

Desembocó en un acto de violencia.  Así que Brahma, el Creador, se acercó a los demonios y les dijo. El Drama, explicó, es la representación del estado de los tres mundos. Incorpora los objetivos éticos de la vida –los espirituales, los seculares
y los sensuales– sus alegrías y
sus penas. No hay sabiduría, ni arte, ni emoción que no se encuentre en él. 

Le pidió entonces a Bharata que siguiera con la representación. No se sabe si la segunda representación fue de nuevo un éxito.

Los eruditos que comentan este capítulo lo toman como clave para afirmar que el mito condena a los demonios. Su comportamiento se entiende como prueba de su error al comprender la auténtica naturaleza del teatro. El discurso de Brahma sobre el teatro se convierte entonces en la esencia del mito.

Eso, a mi parecer, es entender mal el mito por completo. Para empezar, el hecho de que los demonios (no los dioses) no recurran a la violencia física sino que ataquen sólo “la voz, los movimientos y la memoria” de los actores, muestra un notable conocimiento de los aspectos más sutiles de la representación.

Más concretamente, este es un texto reverenciado, escrito para instruirnos en el arte y las técnicas de la producción teatral, hablando de la representación primigenia en la historia de la humanidad. El propio Creador, junto con otros dioses, ninfas celestiales y actores entrenados, se implicaron en el proyecto. El resultado debería haber sido un éxito clamoroso.

Sin embargo, se nos dice que fue un desastre. Aquí hay una declaración implícita que los eruditos han evitado contemplar. Posiblemente les haga avergonzarse.  De hecho, las implicaciones contradicen abiertamente a la propia estética reciente hindú que afirma que el propósito principal del teatro es separar al público del mundo exterior y mitigarlo en un estado compartido de deleitación.

El mito, me parece a mí, señala una característica esencial del teatro que los comentarios conciliadores de Brahma no podrían reconocer posiblemente: que cada representación –aunque esté cuidadosamente creada– conlleva en sí misma el riesgo del fracaso, de la ruptura y por tanto de la violencia. Lo mínimo que una representación en vivo requiere es un ser humano interpretando (es decir, pretendiendo ser otra persona) y otro observándolo, y eso ya es una situación cargada de incertidumbre.

El mundo nunca antes ha tenido tanto drama como hoy. La radio, el cine, la televisión y el vídeo nos inundan de drama. Pero aunque estas fórmulas puedan comprometer o incluso enfurecer al público, en ninguna de ellas la respuesta del espectador puede alterar el hecho artístico en sí. El Mito de la Primera Representación subraya que en el teatro, el dramaturgo, los intérpretes y el público forman un continuo, pero un continuo que siempre será inestable y por tanto potencialmente explosivo. 

Por eso es por lo que el teatro garantiza su propia muerte cuando trata de interpretar con demasiada seguridad. Por otra parte, lo que también es su razón de ser, aunque a menudo su futuro parezca desierto, el teatro continuará viviendo y provocando.”