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Probablemente
por el hecho de encontrarnos en vacaciones este año poco
se comentó sobre el Día Mundial del Teatro, una fecha
que el año anterior se celebró con bombo y platillo
en la Universidad Veracruzana. El Día Mundial del Teatro
se creó en 1961 por el Instituto Internacional del Teatro
(iti). Se celebra anualmente el 27 de marzo por los Centros iti
y la comunidad teatral internacional, alrededor de él se
organizan diversos eventos nacionales e internacionales.
Uno de los más importantes es la circulación del Mensaje
Internacional, que tradicionalmente se escribe por una personalidad
de talla mundial, quien responde a la invitación del iti.
Este año corrió a cargo de Girish Karnad (Matheran,
India, 1938). Este teatrista, después de trabajar durante
siete años para la Oxford University Press en la India, centró
su actividad en la escritura y el cine. Trabajó como Director
del Instituto del Cine y la Televisión de Pune, en la actualidad
es Director del Centro Nehru, de la sección cultural de la
Embajada de India en Londres. Fue profesor en la Universidad de
Chicago y condecorado con un Padma Bhushan por el Presidente de
India. Así también fue presidente de la Academia Sangeet
Natak, la Academia Nacional de las Artes Escénicas de su
país. En 1999 se le concedió el premio literario más
prestigioso de India, el Bharatiya Jnanpith. Ha dirigido películas
que han ganado premios nacionales e internacionales y ha trabajado
como actor con renombrados directores de cine.
Karnad escribe en kannada, el idioma del estado hindú de
Karnataka, en donde vive, y sus obras se han traducido al inglés.
Su segunda obra, Tughlaq (1966), le encumbró como dramaturgo.
El Teatro Guthrie de Minneapolis representó su obra Nagamandala
durante su trigésimo aniversario en 1993.
Aunque sea un poco tarde, he aquí el mensaje que Girish Karnad
escribió para toda la comunidad teatral del mundo:
El Natyasastra es uno de los tratados de teatro más
antiguos del mundo. Data de al menos el siglo iii a.C. y su primer
capítulo cuenta la historia del Nacimiento del Drama.
Era una época en la que el mundo estaba hundido en la infamia
moral. La gente había llegado a ser esclava de pasiones irracionales.
Había que encontrar nuevos medios (agradables a la
vista y al oído y también edificantes) que pudieran
hacer resurgir a la humanidad. Por eso Brahma, el Creador, combinó
elementos de los cuatro Vedas (textos sagrados) para formar un quinto
texto, el Veda de la Interpretación. Pero como los dioses
no saben de teatro, le encargaron el nuevo Veda a Bharata, un ser
humano.
Y Bharata, con la ayuda de sus cien hijos y algunos danzantes celestiales
enviados por Brahma, montó la primera obra. Los dioses contribuyeron
con entusiasmo al aumento de las posibilidades expresivas del nuevo
arte.
La obra que presentó Bharata trataba de la historia del conflicto
entre los dioses y los demonios, y celebraba la victoria definitiva
de los dioses. La producción encantó a los dioses
y a los hombres. Pero los demonios que había entre el público
se ofendieron profundamente. Así que usaron sus poderes sobrenaturales
y desorganizaron la representación paralizando la voz, los
movimientos y la memoria de los actores. Los dioses a su vez atacaron
a los demonios y mataron a muchos de ellos.
Desembocó en un acto de violencia. Así que Brahma,
el Creador, se acercó a los demonios y les dijo. El Drama,
explicó, es la representación del estado de los tres
mundos. Incorpora los objetivos éticos de la vida los
espirituales, los seculares
y los sensuales sus alegrías y
sus penas. No hay sabiduría, ni arte, ni emoción que
no se encuentre en él.
Le pidió entonces a Bharata que siguiera con la representación.
No se sabe si la segunda representación fue de nuevo un éxito.
Los eruditos que comentan este capítulo lo toman como clave
para afirmar que el mito condena a los demonios. Su comportamiento
se entiende como prueba de su error al comprender la auténtica
naturaleza del teatro. El discurso de Brahma sobre el teatro se
convierte entonces en la esencia del mito.
Eso, a mi parecer, es entender mal el mito por completo. Para empezar,
el hecho de que los demonios (no los dioses) no recurran a la violencia
física sino que ataquen sólo la voz, los movimientos
y la memoria de los actores, muestra un notable conocimiento
de los aspectos más sutiles de la representación.
Más concretamente, este es un texto reverenciado, escrito
para instruirnos en el arte y las técnicas de la producción
teatral, hablando de la representación primigenia en la historia
de la humanidad. El propio Creador, junto con otros dioses, ninfas
celestiales y actores entrenados, se implicaron en el proyecto.
El resultado debería haber sido un éxito clamoroso.
Sin embargo, se nos dice que fue un desastre. Aquí hay una
declaración implícita que los eruditos han evitado
contemplar. Posiblemente les haga avergonzarse. De hecho,
las implicaciones contradicen abiertamente a la propia estética
reciente hindú que afirma que el propósito principal
del teatro es separar al público del mundo exterior y mitigarlo
en un estado compartido de deleitación.
El mito, me parece a mí, señala una característica
esencial del teatro que los comentarios conciliadores de Brahma
no podrían reconocer posiblemente: que cada representación
aunque esté cuidadosamente creada conlleva en
sí misma el riesgo del fracaso, de la ruptura y por tanto
de la violencia. Lo mínimo que una representación
en vivo requiere es un ser humano interpretando (es decir, pretendiendo
ser otra persona) y otro observándolo, y eso ya es una situación
cargada de incertidumbre.
El mundo nunca antes ha tenido tanto drama como hoy. La radio, el
cine, la televisión y el vídeo nos inundan de drama.
Pero aunque estas fórmulas puedan comprometer o incluso enfurecer
al público, en ninguna de ellas la respuesta del espectador
puede alterar el hecho artístico en sí. El Mito de
la Primera Representación subraya que en el teatro, el dramaturgo,
los intérpretes y el público forman un continuo, pero
un continuo que siempre será inestable y por tanto potencialmente
explosivo.
Por eso es por lo que el teatro garantiza su propia muerte cuando
trata de interpretar con demasiada seguridad. Por otra parte, lo
que también es su razón de ser, aunque a menudo su
futuro parezca desierto, el teatro continuará viviendo y
provocando.
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