Año 2 • No. 58 • abril 22 de 2002 Xalapa • Veracruz • México
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¿Hablar o callar ante el Big Brother?
Roberto Benítez (Académico de la Facultad de Teatro)
 

¿Qué reacciones son lícitas ante un espectáculo televisivo como el Big Brother? La franquicia multinacional de un programa al que en México ni siquiera podemos nombrar en nuestro idioma, y que, en el caso de nuestro continente, conjuga además de la obvia referencia a la novela 1984, de Orwell, la traducción castellana remite a una de las formas coloquiales con las que aludimos al “vecino país del Norte”.

Hablar del Big Brother aumenta la importancia que quizás no tiene, hablar a favor o en contra da igual, simplemente se genera más de lo mismo. Miles de palabras se han escrito al respecto, desde los más sesudos pensamientos hasta la frivolidad definitivamente descarada. No hablar de él, ignorarlo premeditadamente, tampoco le niega su existencia ni el interés de todos sus seguidores, y en cambio los que decidiéramos hacerlo, estaríamos fuera del “tema de moda”. Pero resulta definitivamente ofensivo para la gente que uno no esté enterado que pasó el 11 de septiembre de 2001, más que no saber qué pasó el 12 de octubre de 1492, por ejemplo. Es decir nuestra sociedad de consumo nos dictamina “estar con la moda”; sin que importe distinguir entre lo más trascendente o lo insignificante.

Mi propósito en estas líneas no es anotar nada nuevo, pero sí apuntar algunas cuestiones que llaman a una reflexión más amplia:
El éxito anunciado. Como espectáculo es innegable su eficacia y sorprendentes sus alcances, un éxito prefabricado a partir de una muy eficaz campaña publicitaria que penetra a través de los jóvenes y alcanza a todos los miembros del hogar, preferentemente aquellos de la clase media y alta (los que tienen acceso a un sistema de tv de paga como Sky).

En este sentido me pregunto: ¿Big Brother hubiera alcanzado el mismo éxito si hubieran encerrado a doce ancianos, o a doce niños, o a doce mujeres, a doce delincuentes, a doce apóstoles o a doce monos? No lo sé, pero me resulta divertido poder imaginarme escenas de lo que hubiera pasado.

Con base en las repercusiones que ha tenido este programa, aun y cuando no ha finalizado, es fácil de prever que Big Brother engendrará un “hermanito”, una secuela o una continuación incestuosa de este misma clase de programas, donde se lucra con la intrascendencia de la gente “normal” en su “cotidianidad”, mostrando, como reza la publicidad a: “personas como tú o como yo, quienes lo único que buscan es vivir sus diez minutos de fama”. En coherencia con la vertiente de los Reality Show en donde lo extraordinario se equipara a lo cotidiano y le agrega generosas dosis de monstruosidad.

Aunque uno no puede dejar de cuestionarse acerca del porqué buscar normalidad, cotidianidad e incluso franco aburrimiento a través de la ventana televisiva, y encima pagar por ello, en lugar de voltear los ojos hacia la propia vida, ¿tan inutilizado el cuello nos ha dejado la “caja idiota” para mirar hacia otra parte de la sala, de la recámara o de la estancia en donde veamos esa tv que nos ha dejado tan miopes y sordos que ya no podemos mirarnos ni oírnos a nosotros mismos?

Otro factor que llama mi atención es la circunstancia del encierro, que acontece en el caso del programa comentado. El aislamiento, la clausura en un reducido espacio es algo que cotidianamente realizan los asilos, las guarderías, las cárceles, los zoológicos, los manicomios, los hospitales, los monasterios, etcétera. Aquí el factor realmente “novedoso” es el observador público de tiempo completo, el espectador eterno de esta reclusión “voluntaria” en donde los participantes del programa-concurso usurpan el sitio típico de los excluidos o de las fieras para ser la carne de cañón que alimente la voracidad visual del espectador, una entidad que se ha transformado vertiginosamente en los últimos tiempos que pide más y más sin que sepamos hacia dónde va a parar su sed de espectáculo, más insaciable aún que la del tosco espectador del circo romano.

En cada uno de los tipos de espectáculo que pueda haber, hay a un espectador diferente, sin embargo existen algunas constantes: el espectador quiere ser interesado por “algo”, el espectador quiere que el interés sea perpetuo, el espectador está dispuesto a pagar lo que sea y volver a hacerlo si el espectáculo lo ha dejado satisfecho.

Sobre estas premisas se mueve el mercado del espectáculo, indistintamente de la bandera que se ponga: teatro, cine, música, danza, deportes, etc. Aún sin una decisión asumida se está dentro de un mercado del que no se puede salir, y este tiene una regla básica: vender o morir. Así que el ingenio humano se ha tenido que ir inventando qué vender en los nuevos tiempos y hoy nos ofrece al Big Brother, como fruto de su “inspiración y talento”.

Las expectativas ante lo ordinario. La sustancia que mueve el interés por ver qué sucede en la casa del Big Brother, es el morbo, la posibilidad de que pase algo interesante en cualquier momento, algo “extraordinario” dentro de un suceso que se presenta como un ejemplo de la cotidianidad,
donde todo supuestamente es común y corriente, tremendas contradicciones, ¿no es así? Esto es, ante un espectáculo de la realidad se espera que suceda, lo que en las telenovelas, en las películas y en todo lo que se llama material de ficción. Es decir se esperan: los pleitos, las seducciones, los acostones, las reconciliaciones, las traiciones, las intrigas y demás. A nadie le interesa que no suceda nada, tenemos la necesidad del drama, la morbosa intención de que se nos descubra “algo” y entonces ¿cómo es que a alguien se le puede ocurrir pensar que la cotidianidad de “doce monos” metidos en una casa puede ser un éxito de ventas? Sin embargo, lo es, precisamente por esa expectativa siempre aplazada.

Quizás, pues de lo que se trata, es de retar el valor mismo de las cosas para darles un nuevo sentido, de darle la espalda a lo real y volver formas culturales a aquellos rasgos más pedestres y desechables de nuestra civilización, revertir los valores, con algunas premisas.

Usted como espectador tiene la posibilidad de ver las 24 horas este programa, si paga. Ahora, en algún momento de esas 24 horas ocurrirá “algo” que le interese, no hay dramaturgo ni demiurgo que valga, usted podrá tejer “su propia” trama de los sucesos, opinar mediante las encuestas, ser juez y parte, encarnar al Gran Hermano.
He aquí cómo “algo” que no tendría valor aparente ubicado en otro contexto, secuestra el interés de todo un país. Querámoslo o no.