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¿Qué
reacciones son lícitas ante un espectáculo televisivo
como el Big Brother? La franquicia multinacional de un programa
al que en México ni siquiera podemos nombrar en nuestro idioma,
y que, en el caso de nuestro continente, conjuga además de
la obvia referencia a la novela 1984, de Orwell, la traducción
castellana remite a una de las formas coloquiales con las que aludimos
al vecino país del Norte.
Hablar del Big Brother aumenta la importancia que quizás
no tiene, hablar a favor o en contra da igual, simplemente se genera
más de lo mismo. Miles de palabras se han escrito al respecto,
desde los más sesudos pensamientos hasta la frivolidad definitivamente
descarada. No hablar de él, ignorarlo premeditadamente, tampoco
le niega su existencia ni el interés de todos sus seguidores,
y en cambio los que decidiéramos hacerlo, estaríamos
fuera del tema de moda. Pero resulta definitivamente
ofensivo para la gente que uno no esté enterado que pasó
el 11 de septiembre de 2001, más que no saber qué
pasó el 12 de octubre de 1492, por ejemplo. Es decir nuestra
sociedad de consumo nos dictamina estar con la moda;
sin que importe distinguir entre lo más trascendente o lo
insignificante.
Mi propósito en estas líneas no es anotar nada nuevo,
pero sí apuntar algunas cuestiones que llaman a una reflexión
más amplia:
El éxito anunciado. Como espectáculo es innegable
su eficacia y sorprendentes sus alcances, un éxito prefabricado
a partir de una muy eficaz campaña publicitaria que penetra
a través de los jóvenes y alcanza a todos los miembros
del hogar, preferentemente aquellos de la clase media y alta (los
que tienen acceso a un sistema de tv de paga como Sky).
En este sentido me pregunto: ¿Big Brother hubiera alcanzado
el mismo éxito si hubieran encerrado a doce ancianos, o a
doce niños, o a doce mujeres, a doce delincuentes, a doce
apóstoles o a doce monos? No lo sé, pero me resulta
divertido poder imaginarme escenas de lo que hubiera pasado.
Con base en las repercusiones que ha tenido este programa, aun y
cuando no ha finalizado, es fácil de prever que Big Brother
engendrará un hermanito, una secuela o una continuación
incestuosa de este misma clase de programas, donde se lucra con
la intrascendencia de la gente normal en su cotidianidad,
mostrando, como reza la publicidad a: personas como tú
o como yo, quienes lo único que buscan es vivir sus diez
minutos de fama. En coherencia con la vertiente de los Reality
Show en donde lo extraordinario se equipara a lo cotidiano y le
agrega generosas dosis de monstruosidad.
Aunque uno no puede dejar de cuestionarse acerca del porqué
buscar normalidad, cotidianidad e incluso franco aburrimiento a
través de la ventana televisiva, y encima pagar por ello,
en lugar de voltear los ojos hacia la propia vida, ¿tan inutilizado
el cuello nos ha dejado la caja idiota para mirar hacia
otra parte de la sala, de la recámara o de la estancia en
donde veamos esa tv que nos ha dejado tan miopes y sordos que ya
no podemos mirarnos ni oírnos a nosotros mismos?
Otro factor que llama mi atención es la circunstancia del
encierro, que acontece en el caso del programa comentado. El aislamiento,
la clausura en un reducido espacio es algo que cotidianamente realizan
los asilos, las guarderías, las cárceles, los zoológicos,
los manicomios, los hospitales, los monasterios, etcétera.
Aquí el factor realmente novedoso es el observador
público de tiempo completo, el espectador eterno de esta
reclusión voluntaria en donde los participantes
del programa-concurso usurpan el sitio típico de los excluidos
o de las fieras para ser la carne de cañón que alimente
la voracidad visual del espectador, una entidad que se ha transformado
vertiginosamente en los últimos tiempos que pide más
y más sin que sepamos hacia dónde va a parar su sed
de espectáculo, más insaciable aún que la del
tosco espectador del circo romano.
En cada uno de los tipos de espectáculo que pueda haber,
hay a un espectador diferente, sin embargo existen algunas constantes:
el espectador quiere ser interesado por algo, el espectador
quiere que el interés sea perpetuo, el espectador está
dispuesto a pagar lo que sea y volver a hacerlo si el espectáculo
lo ha dejado satisfecho.
Sobre estas premisas se mueve el mercado del espectáculo,
indistintamente de la bandera que se ponga: teatro, cine, música,
danza, deportes, etc. Aún sin una decisión asumida
se está dentro de un mercado del que no se puede salir, y
este tiene una regla básica: vender o morir. Así que
el ingenio humano se ha tenido que ir inventando qué vender
en los nuevos tiempos y hoy nos ofrece al Big Brother, como fruto
de su inspiración y talento.
Las expectativas ante lo ordinario. La sustancia que mueve el interés
por ver qué sucede en la casa del Big Brother, es el morbo,
la posibilidad de que pase algo interesante en cualquier momento,
algo extraordinario dentro de un suceso que se presenta
como un ejemplo de la cotidianidad,
donde todo supuestamente es común y corriente, tremendas
contradicciones, ¿no es así? Esto es, ante un espectáculo
de la realidad se espera que suceda, lo que en las telenovelas,
en las películas y en todo lo que se llama material de ficción.
Es decir se esperan: los pleitos, las seducciones, los acostones,
las reconciliaciones, las traiciones, las intrigas y demás.
A nadie le interesa que no suceda nada, tenemos la necesidad del
drama, la morbosa intención de que se nos descubra algo
y entonces ¿cómo es que a alguien se le puede ocurrir
pensar que la cotidianidad de doce monos metidos en
una casa puede ser un éxito de ventas? Sin embargo, lo es,
precisamente por esa expectativa siempre aplazada.
Quizás, pues de lo que se trata, es de retar el valor mismo
de las cosas para darles un nuevo sentido, de darle la espalda a
lo real y volver formas culturales a aquellos rasgos más
pedestres y desechables de nuestra civilización, revertir
los valores, con algunas premisas.
Usted como espectador tiene la posibilidad de ver las 24 horas este
programa, si paga. Ahora, en algún momento de esas 24 horas
ocurrirá algo que le interese, no hay dramaturgo
ni demiurgo que valga, usted podrá tejer su propia
trama de los sucesos, opinar mediante las encuestas, ser juez y
parte, encarnar al Gran Hermano.
He aquí cómo algo que no tendría
valor aparente ubicado en otro contexto, secuestra el interés
de todo un país. Querámoslo o no.
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