Año 2 • No. 72 • septiembre 2 de 2002 Xalapa • Veracruz • México
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  Pasos a la fama...
Pasos Dorian Gray
Roberto Benítez
En días pasados un par de alumnos me comentó las peripecias que tuvieron que pasar para acudir a las audiciones que realizó Televisión Azteca en el puerto de Veracruz, desde tener que llegar en la madrugada para conseguir un lugar, por ejemplo el número 35 por lo menos, hasta chutarse el sol de medio día en plena crisma.
Mientras esperaban su turno en la democrática cola, se podía ver gente de diversa prosapia y alcurnia, así como jóvenes de un amplio y variado talante físico, vestimenta heterogénea, condición
social plural, y sexos varios, por supuesto. En estos tiempos, la fama parece atraer a todos, o a muchos por lo menos. Las emociones comunes: fe, esperanza, optimismo y nerviosismo.
Jóvenes todos, confiados en correr con un golpe de suerte y poder ser elegidos de entre cientos de personas, estos chicos se atreven a enfrentar el reto de mostrar su talento para que sea juzgado. ¿Por qué no he de ser yo el elegido? se preguntan, yo sé cantar, bailar o actuar mucho mejor que esos de los reality show, se dicen, sólo necesito una oportunidad, hay que hacer changuitos…
El momento llega, todo ocurre en unos cuantos minutos que se hacen tan breves como los segundos. Se dicen los datos personales ante una cámara, luego se lee un texto interpretándolo… y ya, se terminó; si se pasa esta prueba, por la tarde hay que acudir a otra…
Mis informantes no pasaron la prueba (¡laaástima Margarito!, otra vez será) pero algunos compañeros de Facultad, sí. El desenlace lo desconozco, pero la idea en este tipo de eventos es que gana el mejor. ¿A pooooco?
Es normal la proliferación de este tipo de eventos dado el creciente mercado que han adquirido en nuestra cultura de masas los reality show, en el futuro no nos extrañará para nada presenciar las competencias más absurdas que podamos imaginar como un concurso entre las mujeres más celulíticas del país en contra de las bulímicas y anoréxicas o el suicidio más original; sin embargo no deja de ser preocupante esta terrible ambición fomentada sistemáticamente y que al parecer no dará marcha atrás.
Encumbrados en el paroxismo de la publicidad y el mercantilismo, todo es susceptible de ser vendido, con el mayor descaro: la fama, el éxito, la belleza, la lujuria, la moral, las buenas costumbres, etcétera, un ejemplo: El crimen del padre Amaro, que va más allá de ser simplemente una buena película, a convertirse en un chisme sin el menor beneficio para la inteligencia, tristemente se ve reducida a un producto que vende independientemente de lo que significa.
Es decir, la brújula se ha perdido (¿cuándo la
tuvimos, para dónde iba y quién le hacía caso?, señala mi norteada correctora de estilo) y el despiste y la confusión es lo que prevalecen, las cosas ya no son importantes por lo que son, sino por lo que en su apariencia sugieren. Estamos entrando de lleno en la cultura de la apariencia, del simulacro y la ficción.
Por una parte entiendo que la naturaleza de la industria del espectáculo masivo es la de vender su producto, independientemente de la calidad de éste, y mientras más rápido mejor, sería ingenuo esperar otra cosa. Pero la adquisición de conocimientos y habilidades “artísticas” requiere de un proceso, de una labor continua y no se logra de la noche de la mañana, de modo que la vía rápida hacia la fama mediante el golpe publicitario es un mero espejismo, que dura los dos minutos del play-back.
Finalmente, lo único positivo de estos castings de televisoras sea la promoción de la actividad actoral, musical y dancística como disciplinas que requieren estudio, cualidades especiales, dedicación y tiempo y quizá sean hasta redituables económicamente (por ejemplo, tan sólo piénsese que a un actor menor se le puede pagar cerca de 10 mil pesos por una participación de unos cuántos segundos). Muy posiblemente en el futuro todas las escuelas y facultades dedicadas a las artes escénicas se vean altamente solicitadas por todos aquéllos que no encontraron la “rama dorada” en las pruebas efectuadas por las cadenas televisivas, y que dados los resultados que ya empiezan a florecer en sus programas, no es exactamente el talento y la creatividad lo que se privilegia ni lo que vende.