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El
cambio climático
Adalberto Tejeda M. |
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El
cambio climático no es la alternancia de calor y frío
cuando pasa un norte. Tampoco significa que amanezca despejado,
se venga un aguacero a media tarde y por la noche se deje sentir
el bochorno en la recámara (lo que por cierto ocurre frecuentemente
en el verano xalapeño).
El cambio climático es algo que muy probablemente ya empezó
a sentirse en el mundo, que se traducirá en un aumento de
la temperatura media del planeta de unos dos a cinco grados Celsius
a finales de este siglo, y que preocupa a casi todos los gobiernos,
pero no al estadounidense, que se niega a comprometerse con medidas
de mitigación obligatorias. |
Desde
1988, científicos y dirigentes del mundo han constituido,
en el seno de la onu, el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático.
Es el reconocimiento científico y oficial de que los gases
que se han emitido desde la era industrial por la combustión
de hidrocarburos, leña, etcétera, se han acumulando
en la atmósfera y son los principales responsables de lo
que llamamos el “calentamiento global”: los dos a cinco
grados mencionados en el párrafo anterior.
El siglo xx significó apenas una elevación de medio
grado en la temperatura promedio del aire de la biosfera. Varios
investigadores coinciden en que ésa puede ser la causa de
aumentos ligeros, pero notables, en la intensidad y frecuencia de
los huracanes, en la magnitud del contraste entre los fenómenos
oceánicos “El Niño” y “La Niña”
(que comentaremos en ocasión próxima), y en lo riguroso
de los fríos invernales de las latitudes altas. Un incremento
de la temperatura mayor a dos grados para el siglo xxi –y
no medio grado como hasta ahora– será catastrófico
para muchas regiones del mundo. La respuesta que ha dado el Panel
Intergubernamental es el Protocolo de Kyoto. |
Hoy
debemos estudiar este fenómeno para conocer,
y conocer para prevenir; ésta parece la única
estrategia
válida en estos momentos |
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Esa
propuesta fue firmada por 84 países en Kyoto en 1997. Plantea
–en general– reducir las emisiones de gases generadores
de calentamiento global (llamados gases de efecto invernadero) a
los niveles de 1990, excepto en regiones del mundo donde el aumento
en la quema de combustibles es imprescindible para salir del subdesarrollo.
Además, los países ricos deberían proveer dinero
para reforestar o mantener los bosques de regiones subdesarrolladas,
y así controlar la taza atmosférica de esos gases,
principalmente el bióxido de carbono.
Para ser obligatorio, el Protocolo debe ser ratificado por 55 parlamentos
de países que sumen 55 por ciento de las emisiones de gases
invernadero. Al escribir estas líneas, lo han ratificado
76 países
–incluida la Unión Europea y buena parte del tercer
mundo–, pero apenas suman 36 por ciento de las emisiones.
Desde luego, debe recordarse la negativa del presidente Bush anunciada
el año pasado, lo que momentáneamente puso a temblar
la ratificación, pero en junio del presente se avanzó
con la confirmación de Japón, responsable de ocho
por ciento de las emisiones. Si lo ratifican la federación
rusa y un par de países como Indonesia y Egipto, el documento
será obligatorio. El Senado de México confirmó
el protocolo en septiembre de 2000, antes de la llegada del foxismo
al poder, que difícilmente hubiera contrariado al gobierno
de Bush.
Desde inicios de los noventa se han venido intensificando en todos
los países, inclusive en los menos desarrollados, los estudios
sobre las emisiones de gases de invernadero; se ha estimado el tamaño
del posible calentamiento en el siglo xxi mediante modelos computacionales
y su cotejo con los datos observados, y se empieza a proponer e
incluso a adoptar medidas de mitigación y de adaptación.
Sobre las particularidades en nuestro país y en nuestro estado
me ocuparé en breve. Por el momento quede la conjetura de
un incremento del nivel del mar en el mundo de unos centímetros,
apenas medio metro entre hoy y finales del siglo, lo que significaría
la desaparición de la mitad de Bangladesh.
En la costa mexicana del Golfo quedarían bajo las aguas medio
millón de hectáreas de pastizales, un cuarto de millón
de hectáreas agrícolas y ocho mil hectáreas
de poblados actuales, por ejemplo. El problema es serio, pero el
cambio climático no ocurrirá de la noche a la mañana.
Es ya un tema que ocupa a varios estudiosos
–medio millar en México, muchísimos más
en otros países–, y está en la agenda del Gobierno
Federal desde hace una década. También están
los optimistas que ven al cambio climático apenas como un
resfriado del planeta, y los escépticos que niegan sus evidencias.
Sin embargo, la actitud menos racional sería cerrar los ojos.
Estudiar para conocer y conocer para prevenir, parece la única
estrategia válida en estos momentos. Será mejor que
en el futuro se rían de nuestro catastrofismo y no que lloren
nuestra indolencia. |
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