Año 3 • No. 90  • febrero 3 de 2003
Xalapa • Veracruz • México
Publicación Semanal


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Pinceladas ecológicas de
Melgarejo Vivanco

Adalberto Tejeda (Facultad de Ciencias Atmosféricas)

 
En su vasta obra como historiador y antropólogo, el maestro José Luis Melgarejo Vivanco (Palmas de Abajo, 1914; Xalapa, 2003), de manera recurrente incrustó reflexiones o interpretaciones referidas a la tierra, al agua y al aire, “pinceladas ecológicas”, como las llamó en la Historia de Cotaxtla. Como mínimo homenaje se presenta el siguiente muestrario, producto de una selección más aleatoria que sistemática. (Adalberto Tejeda M.).

El crecimiento demográfico, las urgencias económicas, y una educación todavía insuficiente, han causado serios estragos en los bosques veracruzanos. En algunos casos, la criminal conducta se desbocó al amparo de la deshonestidad en ciertos funcionarios públicos, pero en general hace falta una

José Luis Melgarejo Vivanco.
conciencia colectiva defensora del árbol, científica y conveniente propagadora del mismo, sin caer en fetichismos, al contrario, fincando en la correcta explotación del bosque una próspera línea de sana economía. (Breve historia de Veracruz, 1960).
Las colas de las culebras parecen confusas, nebulosas, precisamente representaban a nuestra nebulosa o Vía Láctea, y la circunstancia de ponerles dos colas aludió a las lagartijas de dos colas, con poderes mágicos y símbolo de la creación, casi como si expresaran que de la bifurcada Vía Láctea, nació nuestro mundo. (La piedra del calendario, 1971).

En la lucha por el aprovechamiento de los recursos naturales, no todas son victorias del hombre; hay ocasiones en las cuales debe tranzar mediante su adaptación y ésta, frente a las mayores alturas por encima del nivel del mar, o hacia climas mucho más cálidos o más fríos, ha sido una proeza de su biología con repercusiones de todo tipo, en su organismo. (En torno a la mexicanidad, 1972).

Para los indígenas, había una íntima relación entre la tierra y el cielo, al grado de considerar a éste, caído, vuelto a levantar; cuatro Bacab lo sostuvieron, uno blanco, al norte; uno negro, uno amarillo, y a falta del rojo la gran madre Ceiba, según el Chilam Balam de Chumayel...

Existía para la tierra una representación espantosa; cuando reseca es calcinada por el Sol, y su piel, su cuerpo, se agrieta en sartenejas peligrosas; así se representa en algunas pictografías... del agua sale, aquí, un batracio, anfibio, y el fuego, la sequía, si se descompasan, resultan enemigos del poder germinal; por eso, una tierra sedienta pide agua, que anuncia el croar de las ranas; y en el Tajín, un extraordinario escultor, plasmó una lápida donde Tláloc con el trepidante dinamismo de Huracán, hace avanzar su fuerte chubasquería sobre cipactli, la tierra contorsionada. (Antigua historia de México, tomo II, 1975).
 
 
Las aparentes demasías del trópico deben ser examinadas acuciosamente sobre una tierra de violencia: lluvias torrenciales con insatisfactorio calendario de distribución, acompañadas de inundaciones catastróficas, en contrapartida, sequías de ocho a nueve meses bajo un Sol de fuego en primavera; no hay nevadas ni heladas, pero tremendos vientos del norte amenazan y acaban con las cosechas y los pastizales.

Una cantidad enorme de malas hierbas ahogan a las plantas de cultivo exigiendo varias labores de limpia, propiciando una desmesurada proliferación de insectos, dañinos muchos; y la humedad volviéndose fungosa; trabajar los pescadores en la noche, tiritando de frío entre las aguas y bajo el acoso de los insectos; trabajar bajo un Sol inmisericorde, asaltado por la garrapata, la pica-pica, el ajuate de los cañaverales, no es precisamente para un pueblo flácido de músculo y voluntad. (Antigua ecología indígena en Veracruz, 1980).

El avenamiento natural de la lluvia es hacia el Golfo, pero resulta notable la carencia de agua subterránea en la huaxteca veracruzana, y la constante, a veces fuerte proporción de caolín en sus arcillas, dándoles una coloración blanquecina, tal vez por lo cual, o por quedar al norte, los huaxtecos prehispánicos tenían al blanco por color emblemático, y al mismo tiempo, la sierra de Chicontepec, escurriendo desde la Sierra Madre Oriental hacia la playa..., formando axilas geográficas de tanta importancia en el movimiento de pueblos y culturas. (Tamiahua, una historia huaxteca, 1981).

Para los totonaca, cualquier agua en la tierra procedía de las nubes; la de los manantiales, arroyos, lagunas, ríos; ¿también la del mar? Quién sabe, tal vez el mar era un gran lebrillo, azul, lleno con agua; cuando crearon sus dioses, para encargarlos de los quehaceres fundamentales, hicieron a un matrimonio, así el varón (Tláloc) proporcionaría el agua del cielo; la esposa (Chalchiuhtlícue) cuidaría las aguas de la tierra. (Los totonaca y su cultura, 1985).

Tuvo su momento dramático, el nacimiento continental del centro de Veracruz; la separación de las tierras y de las aguas, casi grandilocuencia bíblica. Debió comenzar antes, el emerger de las cumbres, para construir la Sierra Madre Oriental, con sus alturas epónimas, el Poyauhtécatl, y el Nahucampétetl. Tal vez ya muy avanzado el proceso, en la Era Terciaria, y desde alturas hoy de unos mil doscientos metros, en forma simultánea y correlativa, el mar bajaba y las cumbres ascendían, dejando en las calizas, petrificado, el testimonio de la fauna marina o de la flora ribereña; por milenios así, hasta ocupar sitio estable, provisionalmente, su litoral. (Historia de Cotaxtla, 1989).

Este núcleo mítico de la pareja de serpientes ya es conocido en las noticias antropológicas veracruzanas por esculturas, pinturas y en tradición oral de indígenas contemporáneos. Tuvo su más remoto principio conocido en un mito dahomeyano, incluido por Blaise Cendras en su Antología negra, según el cual el mundo (esférico) estaba desintegrándose; por lo tanto, fue atado por el par de serpientes...

En códices tal el Dehesa, las culebras llevan los colores azul y rojo, los dos extremos en el espectro luminoso del fenómeno meteorológico, lo mismo que en los relatos aborígenes de la sierra de Zongolica. El relieve del Tajín ya perdió el colorido, sólo queda la epidermis de la piedra. (Las revelaciones del Tajín, 1994).