Año 3 • No. 95 • marzo 17 de 2003 Xalapa • Veracruz • México
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Octavio Paz:
mensaje y memoria

Danner González Rodríguez (Facultad de Derecho)
Dentro de la amplia gama de poetas y ensayistas latinoamericanos, pocos son los que pueden preciarse de una obra tan vasta y colorida como la que hacia 1930 comenzaba a esbozar un novel escritor, que 60 años después se convertiría en escritor Nobel.

La obra de Octavio Paz trasciende por su versatilidad, un espíritu agreste que se transforma en júbilo radiante.
Lo mismo escribe sobre amor y erotismo en La llama doble que busca la piedra filosofal en Las peras del olmo o en Libertad bajo palabra, descubre a El mono gramático y se pierde en las tinieblas para desentrañar el misticismo que envuelve a Sor Juana Inés de la Cruz detrás de los hábitos y delante de sus letras.
El laberinto de la soledad es, sin duda, la pieza magistral que retrata al mexicano en una cruda poesía tridimensional y que posiciona a Paz en el Olimpo literario, aún cuando su estilo poético no es menos vivaz, antes bien, innovador, impertérrito, filosófico.

La obra de Paz no es la de un premio Nobel más que alcanza, con dicho galardón, respeto y publicidad –como alguna vez opinara Borges–, sino una oda a la realidad que nos perturba, un constante recordatorio de nuestro veleidoso ser; sus textos poseen una cierta taumaturgia que se apodera del lector en cuanto éste abre su mente y con ello la primera página.

A casi seis años de su muerte, se hace indispensable meditar la literatura de este autor mexicano que nos confirma constantemente que sus letras no son obsoletas, ensayos aburridos y poesía absurda. Mientras corremos por los estrechos senderos de una vida estresante y fatigosa, ese enorme literato nos demuestra que es memoria y su obra es mensaje, nos invita a salir de nuestro laberinto y a soñar con los ojos cerrados, pues los sueños de la razón son atroces.