Año 3 • No. 96 • marzo 24 de 2003 Xalapa • Veracruz • México
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Francisco Toledo, un pintor con raíces
Emma Cuéllar de la Torre
Reconocido desde muy joven como un gran pintor autodidacta, Francisco Toledo empieza en 1957 estudios en el Taller Libre de Grabado de la Escuela de Diseño y Artesanías del INBA, en la Ciudad de México, para después estudiar pintura en la ciudad de París, en 1960.

Como buen pintor, Toledo es un extraordinario colorista que logra manifestar en su dibujo increíble habilidad y detalle, en su obra podemos apreciar con facilidad una atmósfera soñadora, composiciones que expresan con gráficas sencillas su imaginación, su capacidad en la
integración de los símbolos, originalidad en su temática, en sus obsesiones.

Originario de Juchitán, Oaxaca, la obra de Francisco Toledo comprueba la existencia de una mano izquierda en la pintura hecha por oaxaqueños. Cada elemento sugiere la revelación que descubre otros estados de conciencia, otros mecanismos de conocimientos, y después se plasman como creatividad. Toledo hace de la pintura magia sobre la realidad, sobre el autor, sobre el observador.

Ha trabajado tapiz, grabado, acuarela, óleo y gouache (técnica parecida a la acuarela pero más opaca). Su obra ha sido presentada en diversos recintos del país y en el extranjero desde 1959, además de formar parte de reconocidas colecciones de arte. En 1989 dona una colección de obra gráfica para fundar así, el Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca.

Pintor, dibujante, grabador y ceramista que imprime su sello distintivo en cada una de las disciplinas en las que incursiona, considerado uno de los más importantes artistas contemporáneos a nivel mundial, reconocido especialmente por su labor iconográfica, en la cual retoma elementos de la tradición popular indígena y los coloca a la luz de una lectura contemporánea. En su obra está presente la huella de un pasado milenario que, hasta nuestros días, forma parte de la cotidianidad de América Latina.
Siendo un gran artista, Francisco Toledo se halla en una relación ambigua con la tradición, no puede hacerla a un lado, pero al mismo tiempo su impulso a la creación total tiende a destruirla e invalidarla. Sólo dentro de esta doble relación su obra se realiza a sí misma, su obra auténtica rompe con el pasado, y simultáneamente asegura su continuidad.
Gracias a su particular estilo, la pintura destruye y continúa el pensamiento mágico mítico del México de manera ambivalente y vital. Toledo trata de reinventar los mitos en su pintura dándoles nueva vida, creándolos a partir de las exigencias de la realidad.

Al tomar como tema la vida cotidiana, la vida de la naturaleza en sus formas más humildes, pequeñas e insignificantes para la mirada cotidiana, Toledo busca lo sagrado contenido en ella y su búsqueda nos conduce a la naturaleza misma de lo sagrado, consiguiendo que la realidad inmediata sea la que se haga mítica y se salga del tiempo.

Toledo rompió con toda la monotonía del arte mexicano, todo lo que toca es convertido en un continuo movimiento arraigado en la tradición. Con su obra celebra la gloria de lo terrenal: el deseo, lo más puro y enlutado del hombre, porque en materia de sexo nada es impuro, porque es la afirmación poética del instinto. Toledo es ajeno al pudor, a la noción de pecado, ignora el sexo bárbaro y portentoso del cristianismo.

Su estilo, que va de la simplicidad y limpieza del trazo y las formas al embrollo de la línea achurada y eléctrica, crea claroscuro, modela volúmenes explotando la energía primitiva del color, la potencialidad de los tonos y matices, rozando los resortes del estado de ánimo y produciendo una vibración del espíritu. Actualmente Francisco Toledo vive, a sus 63 años, en un ir y venir entre Oaxaca y la Ciudad de México, esperando impaciente el momento en el que se pueda mudar a un lugar ideal, una ciudad que se parezca a Oaxaca pero sin casas de cultura y sin museos.