Año 3 • No. 96 • marzo 24 de 2003 Xalapa • Veracruz • México
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El cerco de Numancia o de lo que la guerra
nos dicen (I)
Roberto Benitez
En días pasados, martes de carnaval y miércoles de ceniza, los alumnos del Taller de Teatro Clásico presentaron en el Foro de la Facultad de Teatro la puesta en escena de El cerco de Numancia, de Miguel de Cervantes Saavedra.

Este trabajo es resultado de un semestre de elaboración donde los alumnos aplican los conocimientos adquiridos, y durante el semestre siguiente presentan su práctica escénica, poniendo a la consideración del público los logros alcanzados.
Como muchas obras, El cerco… parte de sucesos históricos que luego son trasformados por el poder de la ficción, con un valor artístico propio. Cervantes escribe entre 1581 y 1585 lo acaecido entre hispanos y romanos varios siglos atrás. Cuenta la historia que en el año 137 A.C. Mancino, soldado romano, es enviado por el emperador Pompeyo a conquistar Numancia, y es derrotado por los nativos, acumulando en los siguientes años una serie de derrotas humillantes para Roma.

Es en este ambiente de odio entre romanos y numantinos, macerado durante 60 años, en el que otro romano, Escipión, llega a Hispania, y en 134 A.C. inicia el cerco a la ciudad de Numancia tras una victoriosa campaña, construyendo una barrera con foso de más de nueve kilómetros y cuatro metros de grosor, vigilada por torres cada 10 a 24 metros. El cerco también impedía el acceso por embarcaciones.

Sin ayuda exterior y sin posibilidad de resistencia, Numancia tuvo que rendirse después de más de nueve meses de asedio, y en 133 A.C. fue tomada definitivamente por Escipión, convirtiéndola en un mito.

La anécdota de la obra de Cervantes podría resumirse como la lucha que el pueblo numantino tiene contra el imperio romano, y cómo sus habitantes deciden darse muerte entre ellos y acabar con sus propiedades antes de perder su libertad.

Durante diferentes momentos en la historia, esta obra se ha levantado como bandera que simboliza el heroísmo de un pueblo que aspira a la libertad ante el poder de un imperio que lo somete. En el prólogo de la versión que realiza José Emilio Pacheco, de la cual hasta donde entiendo partió esta puesta en escena, se señalan a detalle diferentes sucesos de la historia de Numancia, la obra y el autor en relación a su contexto, que resultan claves para un mayor entendimiento.

Por ejemplo, Pacheco señala que, a petición de Manuel Montoro, realizó esta versión para ser presentada por la Compañía Nacional de Teatro en agosto de 1973, a muy poco tiempo del golpe militar contra Allende en Chile. Olga Harmony señala: “… aun sin que el montaje se lo proponga, como ocurrió con la versión de José Emilio Pacheco de El cerco de Numancia, de Cervantes, que dirigió Manuel Montoro en 1973, en sus representaciones no dejó de escucharse el grito de ‘Viva Allende’, como ahora se escucharía el ‘Viva el ezln’ (y por cierto, Alicia Martínez montó su versión ‘chiapaneca’ de la obra de Cervantes, a la que tituló
El cerco)”.

Ante el estado de guerra latente que vivimos es obvia la analogía que podemos hacer entre el texto y lo que sucede en estos tiempos en el mundo. Pueblos como el palestino y el iraquí son sometidos a tales cercos, represiones y embargos, que amenazan su existencia como pueblos. Ellos se han atrevido a desafiar los dictados del imperialismo estadounidense que hoy actúa, más cínicamente que nunca, usando “para defenderse” la más deshumanizada brutalidad.

El teatro, como las artes en general, sensible de lo que ocurre con lo humano no puede ser indiferente de lo que sucede con la vida. Pero más allá de señalar la gravedad de los hechos (por si alguien no lo hubiera visto ya), que por supuesto nos rebasan por su complejidad de intereses y matices, está la posición artística que se adopta ante lo que ocurre. ¿Cuál es?, ¿qué se puede hacer más allá de desear y gritar “no a la guerra”?, ¿qué es lo que a diferencia del discurso político o la información periodística el teatro nos puede revelar?

El teatro no soluciona problemas sociales, y si bien nos puede hacer más conscientes, su sentido radica en las manifestaciones humanas que les suceden a los personajes.

Es decir, a partir de la actuación es como descubrimos la condición humana; sus acciones y reacciones nos revelan lo profundo, lo que a simple vista no se puede ver.