En
el escenario encontramos a más de una docena de actores comprometidos
con sus quehaceres, tratando hasta donde les es posible contar una
historia, mediante los personajes que les ha tocado asumir, usando
sin tacañería su voluntad para lograrlo. La propuesta
escénica les exige disciplina y compromiso que se reflejan
en la concentración, el esfuerzo físico, el volumen
de voz, las calidades de movimiento, la resistencia y la fe en lo
que están haciendo. Por todo esto, que para nada es poco,
y viniendo de alumnos va mi felicitación y respeto por el
trabajo logrado. De verdad, como buenos soldados numantinos han
salido a dar
la batalla.
Todo este empeño y dedicación sin duda no se lograría
si no hay atrás un director convencido y animoso, Fernando
Yralda lo es y lo refleja en sus trabajos. Más allá
de que la revolución o dios le puedan hacer justicia, reconociéndole
lo que es y no es, yo quisiera decir otras cosas, evitando las palmaditas
en la espalda y del halago que eleva el ego.
Como dijeran los entendidos “la buena dirección es
la que no se ve”, esto quiere decir que la impericia en la
dirección de El cerco… se advierte al estar el trabajo
del director por encima de la historia, los personajes, o cualquier
otro elemento. “La mano peluda” del director está
allí, para “lucir” su trabajo. Pero cuando vamos
a ver una obra no vamos buscando encontrar las ideas ingeniosas
del personal que la realiza, cuando las hay, vamos en busca de una
historia que nos conmueva y nos comprometa con lo que vemos.
Pero detallemos algunas cuestiones. En esta puesta en escena el
texto de Cervantes pasa a un segundo o tercer plano, absorbido por
el culto a la imagen. Hay un claro divorcio entre el texto y la
imagen que nos hace pensar en un performance inspirado en la obra
cervantina. Lo cual por supuesto no tendría por qué
no ser, cuando se ofreciera a cambio un producto de mayor aporte
que el que Cervantes nos ha legado, sin embargo no es el caso.
Las palabras en los personajes se vuelven un discurso monótono
al ser enfrentadas como un “cliche”, de cómo
“debe ser” dicha una tragedia. En este sentido, la imaginación
de los creadores se aprecia totalmente reducida. Se olvida que la
palabra en sí misma también es acción, es metáfora
y que por lo tanto es capaz de crear imágenes en la mente
del espectador, sin necesidad alguna de recurrir a la maroma y el
circo. Quizá se piense que los actores al hablar van a ser
aburridos o a que al público se le deben dar las imágenes
masticaditas y en la boca, para que entienda, porque no tiene la
capacidad de hacerlo por sí mismo.
Al optar por el no-realismo quedan literalmente en el aire, elementos
importantes como la muralla, que es sustituida por un arriba y abajo,
donde ambos bandos se conducen sin sentido definido. Hay una clara
desproporción entre numantinos y romanos, siendo mayoría
los numantinos y uno como público, no entiende dónde
está la superioridad romana, más allá de aceptar
por convención un dominio que en realidad no existe. En parte
y como una consecuencia de esto, nunca terminan de ser claros, cuáles
son los motivos por los que un pueblo llega a la resolución
de que la única salida la muerte, lo cual es medular en el
texto. Los irakíes se están rindiendo ante los gringos
y seguro que no es por falta de valor ni de dignidad humana.
Por otro lado, uno se pregunta en qué consiste la actuación,
ya que hay una evidente saturación de efectos especiales,
que en lugar de ayudar, obstaculizan al actor. Ya desde la publicidad
de este espectáculo se señala: “plagado de imágenes
apocalípticas”, que le recuerdan al espectador que
no debe aburrirse porque la historia que se cuenta es muy interesante
y lo debe llevar a “la reflexión en torno a la crudeza
bélica y lo irreductible de la dignidad humana”. Sin
duda, son nobles las intenciones, ¿pero acaso es sólo
mediante la puesta que podemos reflexionar sobre esto?
Cuando precisamente por estos días tan sólo basta
encender la tele o abrir los periódicos para poder contemplar
con toda crudeza, el horror y espanto de ver lo que somos los seres
humanos y apreciar en lo que nos hemos convertido en lo que va de
la historia.
Creo que el teatro es algo más que el simulacro, la apariencia,
el engaño o la vanidad de pretender ser artistas. Es un compromiso
con el público, con los tiempos que vivimos y con la profesión,
sino tenemos la necesidad y las formas decir algo significativo
para el público, es mejor el silencio.
Ahora bien, ubicado su contexto, este trabajo escolar es digno de
verse y discutirse, bienvenido sea como motivo de reflexión
y análisis. En fechas próximas se promete ofrecer
más funciones.
El cerco de Numancia de Miguel de Cervantes Saavedra, dirección
de Fernando Yralda con alumnos de diferentes bloques de la Facultad
de Teatro.
*Roberto Benítez: estímulos
a la creación y desarrollo artístico 2003
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