Año 3 • No. 97 • marzo 31 de 2003 Xalapa • Veracruz • México
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El cerco de Numancia
o de lo que las guerras nos dicen
Roberto Benitez* (Segunda y última parte)

Sobre El cerco de Numancia, de Fernando Yralda, ya he comentado en la nota pasada aspectos del texto y contexto de esta obra dramática de Cervantes, junto con algunas apreciaciones sobre la pertinencia de su elección. Pero ahora me centraré en la puesta en escena que es donde sucede el teatro realmente. El texto sólo es una parte de lo que le da concreción al teatro: una obra dramática relevante no necesariamente dará por resultado un espectáculo relevante.
En el escenario encontramos a más de una docena de actores comprometidos con sus quehaceres, tratando hasta donde les es posible contar una historia, mediante los personajes que les ha tocado asumir, usando sin tacañería su voluntad para lograrlo. La propuesta escénica les exige disciplina y compromiso que se reflejan en la concentración, el esfuerzo físico, el volumen de voz, las calidades de movimiento, la resistencia y la fe en lo que están haciendo. Por todo esto, que para nada es poco, y viniendo de alumnos va mi felicitación y respeto por el trabajo logrado. De verdad, como buenos soldados numantinos han salido a dar
la batalla.

Todo este empeño y dedicación sin duda no se lograría si no hay atrás un director convencido y animoso, Fernando Yralda lo es y lo refleja en sus trabajos. Más allá de que la revolución o dios le puedan hacer justicia, reconociéndole lo que es y no es, yo quisiera decir otras cosas, evitando las palmaditas en la espalda y del halago que eleva el ego.

Como dijeran los entendidos “la buena dirección es la que no se ve”, esto quiere decir que la impericia en la dirección de El cerco… se advierte al estar el trabajo del director por encima de la historia, los personajes, o cualquier otro elemento. “La mano peluda” del director está allí, para “lucir” su trabajo. Pero cuando vamos a ver una obra no vamos buscando encontrar las ideas ingeniosas del personal que la realiza, cuando las hay, vamos en busca de una historia que nos conmueva y nos comprometa con lo que vemos.

Pero detallemos algunas cuestiones. En esta puesta en escena el texto de Cervantes pasa a un segundo o tercer plano, absorbido por el culto a la imagen. Hay un claro divorcio entre el texto y la imagen que nos hace pensar en un performance inspirado en la obra cervantina. Lo cual por supuesto no tendría por qué no ser, cuando se ofreciera a cambio un producto de mayor aporte que el que Cervantes nos ha legado, sin embargo no es el caso.

Las palabras en los personajes se vuelven un discurso monótono al ser enfrentadas como un “cliche”, de cómo “debe ser” dicha una tragedia. En este sentido, la imaginación de los creadores se aprecia totalmente reducida. Se olvida que la palabra en sí misma también es acción, es metáfora y que por lo tanto es capaz de crear imágenes en la mente del espectador, sin necesidad alguna de recurrir a la maroma y el circo. Quizá se piense que los actores al hablar van a ser aburridos o a que al público se le deben dar las imágenes masticaditas y en la boca, para que entienda, porque no tiene la capacidad de hacerlo por sí mismo.

Al optar por el no-realismo quedan literalmente en el aire, elementos importantes como la muralla, que es sustituida por un arriba y abajo, donde ambos bandos se conducen sin sentido definido. Hay una clara desproporción entre numantinos y romanos, siendo mayoría los numantinos y uno como público, no entiende dónde está la superioridad romana, más allá de aceptar por convención un dominio que en realidad no existe. En parte y como una consecuencia de esto, nunca terminan de ser claros, cuáles son los motivos por los que un pueblo llega a la resolución de que la única salida la muerte, lo cual es medular en el texto. Los irakíes se están rindiendo ante los gringos y seguro que no es por falta de valor ni de dignidad humana.

Por otro lado, uno se pregunta en qué consiste la actuación, ya que hay una evidente saturación de efectos especiales, que en lugar de ayudar, obstaculizan al actor. Ya desde la publicidad de este espectáculo se señala: “plagado de imágenes apocalípticas”, que le recuerdan al espectador que no debe aburrirse porque la historia que se cuenta es muy interesante y lo debe llevar a “la reflexión en torno a la crudeza bélica y lo irreductible de la dignidad humana”. Sin duda, son nobles las intenciones, ¿pero acaso es sólo mediante la puesta que podemos reflexionar sobre esto?

Cuando precisamente por estos días tan sólo basta encender la tele o abrir los periódicos para poder contemplar con toda crudeza, el horror y espanto de ver lo que somos los seres humanos y apreciar en lo que nos hemos convertido en lo que va de la historia.

Creo que el teatro es algo más que el simulacro, la apariencia, el engaño o la vanidad de pretender ser artistas. Es un compromiso con el público, con los tiempos que vivimos y con la profesión, sino tenemos la necesidad y las formas decir algo significativo para el público, es mejor el silencio.

Ahora bien, ubicado su contexto, este trabajo escolar es digno de verse y discutirse, bienvenido sea como motivo de reflexión y análisis. En fechas próximas se promete ofrecer más funciones.

El cerco de Numancia de Miguel de Cervantes Saavedra, dirección de Fernando Yralda con alumnos de diferentes bloques de la Facultad de Teatro.

*Roberto Benítez: estímulos a la creación y desarrollo artístico 2003