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¿Cómo
llegar al cosmos?
Alfredo Magaña Jattar (Facultad de Física) |
Uno
de los avances más notables en el desarrollo de la teoría
de los viajes espaciales fue la publicación de la novela
De la Tierra a la Luna, del autor que hoy es considerado
padre de la ficción científica, Julio Verne, ya que
en ella se hace énfasis en la idea de que alcanzar el cosmos
es sólo una cuestión de velocidad.
En la obra, el novelista propuso, a través de una agrupación
de artilleros retirados denomidada gun club, que para alcanzar la
velocidad mínima para vencer la fuerza de gravedad terrestre
(11.2 kilómetros por segundo) debía construirse un
inmenso cañón que funcionaría como impulsor
de una bala modificada para llevar tripulantes.
A pesar de su éxito al calcular con precisión la velocidad
que habría de tener el proyectil, las cosas empezaron a andar
mal desde que planteó un cañón como medio acelerador
(cabe aclarar que es normal que Verne pensara en un cañón,
ya que constituía la máxima tecnología militar
disponible en su época). Veamos algunos detalles.
La cápsula donde viajaría la tripulación debía
tener 2.80 metros de diámetro por el supuesto erróneo
de que un novedoso telescopio podría seguir su trayectoria
hasta la Luna. Debía ser ojival y hueca, con un espesor de
sus paredes de 30 centímetros. Dadas sus dimensiones se requería
un basilisco colosal. De forma totalmente arbitraria fijó
su longitud en 280 metros (cálculos modernos sobre dicho
artefacto estiman una longitud mínima de 900 metros). Para
funcionar, debía ser cargado con 180 toneladas de combustible
denominado algodón pólvora, el cual ocuparía
60 metros de su longitud total. |
Julio
Verne. |
Con
esto, el presidente del gun club buscaba obtener una velocidad de
salida de 16 kilómetros por segundo, ya que esperaba perder
la diferencia por la resistencia del aire. Más adelante en
la novela se sugiere que la resistencia del aire no constituiría
ningún problema, pues el proyectil atravesaría la
atmósfera en pocos segundos dada su gran velocidad.
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Konstantín
Eduardovich.
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A
decir verdad, cuando se usa un cañón de tamaño
normal, en su interior se generan temperaturas de varios miles de
grados debido a los gases altamente calientes de la combustión
de algunos kilos de pólvora. Sin embargo, el arma no sufre
daños debido a que los gases están en contacto con
sus paredes por fracciones de segundo. En el impulsor mencionado
en la novela, 180 toneladas de algodón pólvora habrían
derretido enteramente sus paredes. Suponiendo que tal efecto no
ocurriera, los gases de la combustión se habrían confinado
al espacio entre la base del cañón y la base de la
cápsula ejerciendo una fuerza descomunal que trataría
de expulsar la bala. Por el extremo opuesto se encontraría
un cilindro de aire que al verse bruscamente comprimido por un objeto
que viajara a velocidad supersónica, generaría otra
fuerza de intensidad semejante pero en dirección contraria.
En suma, la cápsula, soportando elevadísimas temperaturas,
se vería oprimida por dos enormes fuerzas antagónicas
que la habrían reducido –suponiendo de nuevo que no
explotara el cañón y que no se fundiera el proyectil–
a una lámina tan delgada como una hoja de papel. ¿Y
qué decir de los tripulantes?
Aun si la bala modificada hubiera resistido las fuerzas de compresión,
los tripulantes habrían tenido que soportar una aceleración
mayor a 59 mil 360 gravedades terrestres (los cosmonautas modernos
soportan apenas entre tres y cinco gravedades terrestres). En otras
palabras, su peso corporal se habría multiplicado por el
mismo factor. Pero en la realidad, el vehículo nunca habría
podido desarrollar tal velocidad y, por consecuencia, tampoco dicha
aceleración. Sucede que la resistencia del aire que tanto
despreció Verne habría hecho caer la cápsula
apenas a unos 30 metros de la boca del cañón.
Hoy está claro que no es posible llegar al cosmos usando
un vehículo con las características del supercañón
descrito. La gravedad y la resistencia del aire resultan ser fuerzas
implacables que deben encarase de otra manera.
Entonces ¿qué se puede hacer al respecto? Para subir
al cosmos se necesita un aparato que pueda desarrollar gran potencia
acelerarando moderadamente, a fin de que los humanos en su interior
puedan soportar las fuerzas generadas. La fase más importante
en la aceleración del vehículo debe activarse una
vez transpuestos los 30 mil metros de altura, ya que allí
la atmósfera carece casi por completo de aire y por ende
su resistencia es nula; en adelante, la nave sólo enfrentaría
la fuerza de gravedad. También, debe ser relativamente barato
y factible de construir.
El vehículo del que hablamos no tardó mucho en ser
propuesto y estudiado. Entre 1880 y 1910, Konstantín Eduardovich
Tsiolkovski, científico e inventor ruso, desarrolló
los fundamentos teóricos del cohete como nave cósmica.
En sus libros Sueños de la Tierra y el cielo y Un cohete
en el espacio cósmico anticipó la existencia de satélites
artificiales; habló sobre los trajes espaciales que habrían
de usar los cosmonautas en sus misiones e incluso pronosticó
la existencia de estaciones espaciales permanentes, y abrió
el camino a la materialización de la tecnología necesaria
para llegar al cosmos cuando explicó el fundamento del cohete
de etapas múltiples y los combustibles que habría
de usar.
(svezda@hotmail.com) |
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