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Una investigación...¡de
película!
Edith Escalón (Primera de dos partes)
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En
el paraíso tropical donde se encuentra Veracruz, no es nada
raro encontrar mangales a reventar de frutos y familias enteras
recogiendo del suelo y casi por piedad costales y costales de manilas,
allá por Actopan, donde muchos se deleitan con su sabor.
Pero no todo el mundo tiene la misma suerte. En algunos países
una fruta tropical es un lujo que no siempre se puede disfrutar.
Y aunque nuestro país es el segundo productor de mango en
el mundo, sólo superado por la India, no hemos logrado aprovechar
ese potencial. De hecho, de los 23 millones de toneladas de mango
que se producen en el mundo, menos del uno por ciento se comercializa
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internacionalmente
como fruta fresca y el 99 por ciento restante se consume sólo
en los países productores, se desperdicia o se vende como
producto procesado en polvos, concentrados o saborizantes. ¿Por
qué? Bueno, porque aún cuando el mango fresco es altamente
cotizado, comercializarlo requiere ciertos esfuerzos que los países
productores no hemos sabido o podido hacer.
Uno de los retos más importantes es la conservación.
Las manzanas, las peras y en general los frutales de clima frío
se conservan fácilmente en bajas temperaturas sin perder
en el proceso sus propiedades vitamínicas y sus características
básicas, pero hablar de frutas tropicales es otra cosa, porque
ninguna resiste temperaturas por debajo de los 10 grados centígrados.
Éste pequeño problema representa un freno a la exportación,
pues todo el proceso de comercialización en mercados internacionales
se lleva mucho más de los seis o siete días en que,
después de cortados, los mangos se conservan en condiciones
óptimas para ser consumidos. Para darnos una idea del tamaño
de este problema basta recordar que, cuando menos en México,
hasta un 50 por ciento de la producción se pierde por deficientes
sistemas de almacenamiento y conservación. |
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¿Qué
hacer entonces? Los investigadores han encontrado varias soluciones
desde principios de los 90, cuando la tendencia en el mercado internacional
pasó de preferir los polvos de fruta, extractos saborizantes
y enlatados, a buscar lo natural, es decir, frutas frescas sin ningún
tratamiento o mínimamente procesadas, para consumirse tal
cual, como recién cortadas.
Dar solución a este problema fue la meta que se propuso Rafael
Díaz Sobac, investigador de la Universidad Veracruzana y
director de una de las mejores facultades de Química Farmacéutica
en nuestro país (¡la nuestra!). Después de largos
años de estudio, |
su propuesta
se hizo real. Él creó a partir de la goma de mezquite,
un árbol que crece en México desde tiempos prehispánicos,
una cubierta protectora para los mangos que, además de
conservar mucho más tiempo la fruta, no inhibe su maduración
y favorece la inocuidad, que es otro de los requerimientos indispensables
para la exportación. Por si fuera poco, este método
de conservación cuesta 30 veces menos que otros utilizados
en países industrializados.
Para
cualquier científico ésta es toda una proeza, no
sólo por lo que significa en términos prácticos
crear una tecnología que apoye la comercialización
de un producto cien por ciento mexicano, sino porque el escenario
de la ciencia es claramente competido, y muchas veces los reflectores
apuntan sólo hacia los países desarrollados y económicamente
poderosos.
Hasta
aquí todo pinta bien. Los resultados de una investigación
exitosa siempre aparecen en los titulares de los diarios, pero,
aunque se dice fácil, años de investigación
con buenos resultados requieren una completa dedicación,
constancia y rigor metodológico yo diría que necesita
además un profundo y casi irracional amor al arte (o a
la ciencia, da lo mismo, al fin y al cabo la ciencia es el arte
del conocimiento ¿no?). Para Diaz Sobac, creador de esta
“película” como llamó a la cubierta
protectora, y orgulloso admirador del mundo de la química,
el camino no fue diferente. Hace ocho años que empezó
a probar suerte y a aprender de la emoción de los éxitos
y de la frustración de los fracasos.
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Rafael
Díaz Sobac es egresado de la Facultad de QFB de la
uv, director de la misma e investigador del Instituto de Ciencias
Básicas de nuestra casa de estudios, es decir, un elemento
cien por ciento universitario |
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Proteger
la vida, la misión
El primer paso fue definir el tratamiento. Las frutas son al fin
y al cabo seres vivos que se alimentan, respiran, consumen oxígeno
y metabolizan carbohidratos, en un proceso bioquímico perfectamente
orquestado que les permite, como en los seres humanos, tener vida,
alcanzar la madurez, la vejez y algo parecido a la muerte.
Ahora ¿porqué todo el proceso es importante? Fácil,
porque “el reto de conservar las frutas radica en |
entender
desde el punto de vista físico-químico cuáles
son las condiciones más adecuadas para prolongar ese tiempo
de maduración” según explicó el investigador.
Una de las claves de ese metabolismo que tiene que ver con la conservación
es la respiración. Sucede que las frutas, mientras están
en el árbol producen oxígeno y consumen CO2 , pero
una vez cortadas el proceso se invierte, el oxígeno que antes
producían ahora lo consumen y desechan agua y CO2 , igual
que nosotros al respirar.
Los mangos entonces son seres cuya vida va de cinco a siete días,
dependiendo del oxígeno que consuman… del tiempo en
que “respiren”. Así, la clave de la conservación
estaba en lograr que la vida de la fruta fuera más larga,
regulando su respiración, porque si la fruta respira más
lento, todo su metabolismo se hace más lento también.
¿Cómo controlar esa respiración? Aquí
empieza lo complicado. Desde principios de los 80 se propuso el
uso de cámaras de almacenamiento cerradas (atmósferas
controladas) donde las frutas recibieran porciones reguladas de
oxígeno, pero esta técnica resultó viable sólo
para almacenamiento, pues era imposible hacer que los camioneros
que llevaban la fruta de un lugar a otro incluyeran en sus procedimientos
de manejo cámaras de este tipo por los altos costos que representaba.
Esa idea quedó totalmente descartada para nuestro país.
Pero una técnica que los chinos utilizaron hace siglos fue
la base para encontrar un nuevo enfoque en la búsqueda de
la conservación. “Sabemos que ellos enceraban sus frutas
para conservarlas en perfectas condiciones durante varios días,
y pensamos ¿porqué no? Si la clave es reducir la respiración,
en lugar hacerlo mediante un contenedor vamos a ponerle una capa,
una cubierta protectora que los aísle en cualquier lugar
de la larga cadena de comercialización”.
Perfecto, así se abatía un problema de costo, pero
antes de continuar hubo que poner atención a otro aspecto.
La contaminación que muchas de las películas protectoras
causó desde 1980 (hay que recordar el problema que tenemos
debido a los plásticos desechables) creó una exigencia
más en los mercados internacionales: que las películas
de recubrimiento fueran biodegradables.
Para hacer una cubierta que redujera la velocidad de la respiración,
que favoreciera la inocuidad, que fuera económica, efectiva
y además, biodegradable, era necesario recurrir al “mundo
de la química” y buscar entre los biopolímeros
naturales un elemento que pudiera funcionar como base de una cubierta
protectora. |
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