Inés Calceglia *
El asesinato de Ernesto “Che” Guevara en el pueblo boliviano La Higuera, el 9 de octubre de 1967, marca otra de las paradojas que atraviesan nuestra América Latina (AL). Su exhibición inerte como carta de triunfo de sus perseguidores, no fue el final sino el inicio de la emergencia de grupos ideológicos y armados en toda AL. Desde los uturuncos en Tucumán –organizados por su amigo Mascetti– hasta las organizaciones armadas de todo tipo que protagonizaron los finales de los sesenta y los setenta, y que excedieron la matriz ideológica de la Revolución Cubana (ejemplo organizaciones de raíz peronista en Argentina) para adoptar, en ciertos casos, su estrategia militar.
Sus perseguidores, eran los perseguidores del sueño libertario de la AL que –con matices– ronda el ideario regional desde las declaraciones de independencia de la España imperial en decadencia. La relación Estados Unidos de Norteamérica (EEUU)-AL estuvo siempre atravesada de su condición de potencia hegemónica mundial y regional, arrogándose autoridad para burlar los principios del derecho internacional, tales como la NO injerencia en los asuntos internos de los Estados.
Pero ese día en La Higuera, la utopía, no obstante, no había muerto; estaba más viva que nunca. Estaba encarnada en ese hombre vencido recién en la muerte, donde todos resignamos lo que somos. Y sin embargo, su sueño libertario y su coraje tierno inspiraron generaciones de jóvenes que expresaban –en nuestra realidad– lo que en otras latitudes emergía como el movimiento pacifista contra la intervención en Vietnam, el mayo Francés, la primavera de Praga y otras expresiones anti establishment.
Ese hombre inerte, hizo de sus elecciones de vida un desafío a sus tempranas limitaciones de salud, una vocación por amainar el sufrimiento de los más desposeídos como médico en un leprosario y la convicción de que una de las caras de la compasión era la indignación frente a la inequidad. Esas decisiones lo convirtieron para la historia en el ícono de resistencia y rebeldías varias, aún como lo que hoy es una gran paradoja de mercado.
Pero su legado excede el coraje militar, el ejemplo en la zafra siendo Ministro de Industria, la lucidez en la visión estratégica de los países No Alineados, las diferencias con Fidel en su alineamiento con la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas). Su compromiso libertario ya había salido de Cuba antes de que Bolivia fuera su último destino. Su fervor lo llevó a África, donde participó en los tiempos del conflicto etíope-somalí. Así se fue forjando su convicción de levantar en conciencia a toda la AL. Porque como advirtiera en su Discurso ante la Asamblea General de la ONU (Organización de las Naciones Unidas) en 1964: “…porque esta gran Humanidad ha dicho basta y ha echado a andar…”
Su legado es el de la consecuencia con los principios. El de ponerle cuerpo y alma a la creencia en un mundo más equitativo. Es la renuncia al destino personal y familiar para hacerse cargo de su destino colectivo. Es la convicción hecha fibra y sentimiento, y no mera elucubración mental.
Muchas voces criticaron su metodología de armas, aunque compartieran sus ideales.
La trágica realidad actual de toda nuestra América nos devuelve una vez más la misma interrogante: ¿se le puede pedir a las oligarquías, vinculadas por historia y genealogía al capital extranjero, que voluntariamente decidan y acepten compartir una mejor distribución de la riqueza? Tal vez la respuesta puedan darla mejor dirigentes como Luiz Inácio Lula da Silva, Cristina Fernández de Kirchner, Evo Morales, Dilma Rousseff o Rafael Correa, responsables de procesos democráticos que quisieron cambiar el sino de la historia para nuestra región a través del voto popular y hoy son perseguidos por “gobiernos democráticos”, cuya impudicia los coloca sin rubores fuera de los márgenes republicanos, frente al sopor de las sociedades, entretenidas con los medios de comunicación masiva. Salvador Allende también podría dar cuenta de ello. Pero fue asesinado en el lugar al que había llegado con el voto popular.
Sin embargo, en La Higuera no terminaron con ninguno de los legados del “Che”. Nuevas generaciones de jóvenes intentan luchar contra una realidad más densa que la de entonces. La globalización es un aliado del capital. Hay que procurar que también lo sea de los pueblos.
En La Higuera, exhibiendo su cuerpo muerto y sus ojos abiertos, sólo contribuyeron a dejar impreso su legado con letras indelebles en una gran página de la historia por la liberación de los pueblos.
* Lic. En Ciencia Política Universidad del Salvador, Magister en Relaciones Internacionales FLACSO Argentina, Especialista Jean Monnet en Integración Europea, Universitá degli Studi di Milano. Docente universitaria de grado y de posgrado. Autora de La Ley y Ediciones Fabro, con artículos publicados en Italia y Colombia. Jurado y tutor de tesis. Conferencista. Investigadora de temáticas vinculadas a la relación política-justicia, análisis de magistraturas y delitos transnacionales. Colaboradora de la Fundación Giovanni Falcone