Incluso el agua puede ser peligrosa bajo ciertas circunstancias
Jorge Suárez Medellín
Siempre he procurado cuidar mi salud, por eso evito a toda costa que los alimentos que consumo diariamente contengan químicos.
Y es que en la actualidad se oyen cosas horribles. Permítanme que les cuente una pequeña historia para ejemplificar.
Existe una sustancia llamada monóxido de dihidrógeno (MODH), también conocido como ácido hidroxílico, que es el principal componente de la lluvia ácida, acelera la corrosión de los metales y es utilizado, entre otras cosas, como disolvente industrial y refrigerante en plantas nucleares.
Según datos de la Organización Mundial de la Salud, al año mueren alrededor de 359 mil personas en el mundo por inhalación accidental de MODH, y es bien sabido que la exposición a sus vapores –aún durante periodos cortos– puede producir quemaduras severas en la piel. Lo peor del caso es que aun siendo uno de los componentes mayoritarios de diversos pesticidas comerciales, es común encontrar cantidades significativas de monóxido de dihidrógeno en todos nuestros alimentos, e inclusive en las vacunas que los médicos aplican a nuestros hijos.
Quizás ahora usted se pregunte cómo es que las autoridades sanitarias permiten que esta terrible sustancia forme parte de nuestra dieta. La respuesta es que no pueden evitarlo, aunque tampoco es que se esfuercen demasiado, porque al fin y al cabo el MODH no es otra cosa que agua común y corriente.
De acuerdo con las convenciones de la Unión Internacional de Química Pura y Aplicada (IUPAC), organización encargada entre otras cosas de definir los criterios para nombrar a los distintos compuestos químicos, la denominación monóxido de dihidrógeno corresponde a un compuesto en el cual dos átomos de hidrógeno se encuentren unidos a un solo átomo de oxígeno, es decir H2O o agua.
¿Quiere decir esto que el agua es malísima y debemos dejar de tomarla? Pues no, principalmente porque tal cosa sería imposible. Más bien lo que trato de decir es que un poco de conocimientos sobre química es muy útil para ayudarnos a no sucumbir ante la histeria. Es por eso que prefiero que mis alimentos no contengan químicos. Primero, porque es gracias a varios de mis buenos amigos químicos que he aprendido sobre éste y otros interesantes temas; segundo, porque si comenzamos a “comernos” a los químicos, al rato vamos a querer hacer lo mismo con los biólogos,
los ingenieros o los abogados…y bueno, francamente eso no suena muy apetitoso.
Tal vez usted pensó que lo que quería decir es que trato de evitar que mis alimentos contengan compuestos químicos, ¿no es así? Eso también es imposible, debido a que todos los objetos materiales –incluyendo por supuesto a los alimentos– están hechos precisamente de compuestos químicos. Quizá usted imaginó que me refería a los compuestos químicos artificiales o sintéticos, pero me temo que tampoco es el caso.
El hecho de que una sustancia en particular haya sido producida en la naturaleza o en un laboratorio no nos dice gran cosa sobre sus efectos (algunos compuestos naturales como la toxina botulínica son venenosos aun en concentraciones mínimas, mientras que compuestos sintéticos como el edulcorante sucralosa son prácticamente inocuos si se consumen en las cantidades habituales).
Normalmente prefiero que mis alimentos no tengan muchos compuestos tóxicos, pero trato de no olvidar lo que decía Paracelso: “Sólo la dosis hace al veneno”. Hay algunas sustancias como el selenio que en dosis muy pequeñas es esencial para el ser humano, pero en dosis mayores es letal. Como ya vimos, en ciertas circunstancias hasta el agua puede ser peligrosa. Y todo esto que les cuento lo sé gracias a los químicos. Por eso prefiero no “comérmelos”.