Adriana Vivanco
Djahel Vinaver, bailarina, discípula e hija de la recién fallecida Rocío Sagaón, relató para Universo que haber compartido el escenario con su madre fue un honor, pues todo lo que tocaba era creación, tenía mucha imaginación y siempre estaba muy inspirada.
“Cuando David Barrón nos invitó el año pasado a bailar juntas en su proyecto Contiguos fue maravilloso, pues pudimos crear algo a partir de lo que cada quien era; es así que Rocío y yo logramos interactuar a través de la danza de manera muy sensible”, expresó.
La especialista en danza clásica de la India, resaltó la gran admiración por su madre y enfatizó que fue un enorme privilegio poder compartir escenario con ella.
“Rocío Sagaón siempre fue una mujer ávida de conocimiento, de aprender nuevas formas de expresión. Cuando regresé de la India empecé a dar clases en Xalapa para compartir lo que había aprendido y ella fue la primera en inscribirse, fue una alumna muy seria y dedicada, eso permitía que ambas cambiáramos fácilmente de rol y no nos costara trabajo tener claro cuándo me tocaba enseñar a mí y cuándo a ella.
Siempre estuvo abierta a aprender y eso hizo que nuestra dinámica funcionara de maravilla.” Abundó que la sencillez y modestia que acompañaban a Sagaón permitían además que ese proceso se diera de forma natural.
Respecto de su faceta como docente, explicó que Rocío tenía el taller “Danza para sentirse bien”, eso era un reflejo de su perspectiva ante la vida; “para ella vivir era un placer y la danza era un medio de expresarlo, en sus clases enseñaba eso, que bailar era expresarse, ser uno mismo y disfrutar el movimiento”.
Vinaver refirió que su madre adoptó esta forma de ver la vida inspirada en Miguel Covarrubias, amigo entrañable a quien admiró y del que aprendió el arte de la interdisciplinariedad en la que todo está conectado entre sí.
Es así que cuando llegó a Xalapa aprendió a hacer grabado con Fernando Vilchis y Leticia Tarragó, también estudió pintura y en general incursionó en las artes plásticas, pero fue hasta la década de los ochenta que empezó a hacer cerámica y ahí encontró un medio, la cerámica utilitaria y la escultura en cerámica, técnica de la cual sobresale su trabajo más reciente: Las malqueridas, en el que reflejó su postura respecto a la situación política del mundo.
“Era una ávida lectora, el último libro que empezó a leer y no logró terminar fue Musicofilia de Oliver Sacks; ella nunca dejó de aprender y su gran curiosidad por el mundo y admiración por la naturaleza le dieron gran inspiración para su trabajo”, apuntó Djahel.
Al recordar el amor de su madre por la naturaleza explicó: “Eligió Xalapa para establecer su hogar después de buscar junto con su compañero de vida, Georges Vinaver, por varios lugares de México y concluir que la capital veracruzana era el espacio ideal por su tierra fértil y su amplio desarrollo cultural. Ambos lo pensaron como el espacio idóneo para el crecimiento de sus hijos”.
Durante un tiempo la pareja se dedicó a la agricultura, tuvieron vacas y sus tres hijos (Martín, Naolí y Djahel) vivieron rodeados de perros, gatos, tlacuaches, etcétera; durante 15 años vivieron en medio de un aguacatal.
Después llegó la nuez de macadamia, empresa a la que Sagaón dedicó los últimos años de su vida. “Cuidar la finca de macadamia fue nuestro placer compartido, la llevamos ella y yo solas desde 2002 que falleció mi padre”.
Su hija rememoró el entorno en el que se desarrolló la vida de Sagaón y dijo: “El mundo del que ella se rodeó estaba lleno de una vida social muy rica, jóvenes y adultos, compañeras de la época de la danza de oro venían a visitarla y su casa siempre estaba llena de gente. Sus dos días de despedida, de velorio en su propia casa fueron una maravilla.
Mucha gente vino a despedirse, hubo música, danza, poesía; fue un festejo, un homenaje, una ceremonia de despedida con colores, olores y sabores como ella lo hubiera querido”.
Para concluir, Djahel expresó nuevamente su emoción y agradecimiento con la vida por haber tenido la oportunidad de compartir su existencia con Rocío Sagaón: “Es un orgullo haber sido su hija, lo digo por mis hermanos también, es una lección de vida; ella vivió con ese gusto por la vida, jamás se aburrió, nos dio ese ejemplo de ver siempre la belleza en las cosas y en las personas, era positiva y abrazadora, ella acogía, fue madre de muchos.
”Desde la adolescencia aprendí a aceptar a otros como hermanos, adoptó junto con Georges Vinaver a mucha gente con sus grandes corazones. Por ello en su velorio recibió tanto amor de gente como Gustavo Pérez, quien compartió con todos su sentir respecto a ella y dijo: ‘Al pensar en Rocío pienso en la palabra gratitud’, y la verdad es que al entender estas palabras reconozco que Rocío fue muy generosa, sembró en muchos corazones y esa semilla está en el corazón de sus hijos, sus alumnos y todos los que la quisieron”.