Karina de la Paz Reyes Díaz
La literatura del Caribe insular se ha caracterizado por narrar los fenómenos naturales de su entorno, la mayor parte de las veces con efectos desastrosos para sus habitantes, expuso Margarita Vargas Canales, presidenta de la Asociación Mexicana de Estudios del Caribe (AMEC), asociación civil.
Vargas Canales presentó la conferencia “La escritura del desastre en el Caribe insular. Desastres naturales y literatura”, como parte de la Jornada Caribeña, el 29 de septiembre, organizada por el Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales, la AMEC, A.C., el Instituto de Investigaciones “José María Luis Mora” y el
cuerpo académico (CA) Estudios Sobre Territorio y Patrimonio Cultural.
“Huracanes, sismos, deforestación, erupciones volcánicas, incendios, y más recientemente los efectos del cambio climático, ocupan un lugar tanto en la narrativa como en la poesía caribeña insular, desde los tiempos en que se tiene registro –como las crónicas de los indios taínos”, explicó la académica.
La Presidenta de la AMEC hizo énfasis en el Caribe francófono, dado que es su región de estudio. En ese contexto, habló de los huracanes, sismos, terremotos, incluso de las erupciones volcánicas que han sido retomados en la literatura.
“La propuesta es, a partir del análisis literario de esta narrativa, encontrar los mecanismos y las formas por medio de los cuales los fenómenos meteorológicos y particularmente los desastres son narrados, contados, recreados, vividos y acaso también imaginados.”
Remarcó que las pequeñas Antillas han sido particularmente vulnerables a estas catástrofes; sin embargo, pareciera que por ser un evento habitual no tomó una forma como un personaje literario principal, salvo contadas excepciones. Los huracanes aparecen en la narrativa contemporánea como preludio de una situación devastadora, ya sea en el plano social o personal.
En otros casos, figuran como parte del paisaje de las islas y para ello mencionó a manera de ejemplo la novela Autobiografía de mi madre de Jamaica Kincaid –que ya fue traducida al español–: “Roseau no era calificada meramente de ciudad, todo el mundo la llamaba la capital de Dominica. También sus cimientos eran frágiles y cada cierto tiempo quedaba asolada por las fuerzas de la naturaleza, un huracán o lluvias torrenciales, agua y más agua cayendo del cielo, como si de repente tuviéramos el mar encima y los cielos debajo”, cita el personaje principal de la obra, Claudette Richardson.
De esta manera, hizo un recorrido por otros escritores como Édouard Glissant de Martinica y Simone Schwarz-Bart de la isla de Guadalupe.
Un fragmento de una de las novelas de Simone Schwarz-Bart describe cómo se vive la estación de lluvias en aquella isla: “Ese año comenzó con una estación de lluvias que sorprendió a todo el mundo. Trombas de agua se abatieron sobre el poblado, transformando los caminos en torrentes lodosos que arrastraban hacia el mar toda la grasa de la tierra. Los frutos corrían antes de madurar y los negritos tenían una tosecita seca que les hacía daño”.