Hasta antes de la década de los sesenta, realizaban su trabajo con obstáculos, resaltó Elissa Rashkin, autora de Mujeres cineastas en México. El otro cine
Claudia Peralta Vázquez
En México nunca ha sido reconocido el trabajo de mujeres cineastas, incluso hasta antes de la década de los sesenta las primeras directoras hicieron su trabajo con mucha dificultad y obstáculos debido a los prejuicios de género, expresó Elissa Rashkin, autora del libro Mujeres cineastas en México. El otro cine.
“Pensaban que una mujer no podía mandar en la casa, en el trabajo, en un set y mucho menos encabezar producciones cinematográficas”, dijo la investigadora del Centro de Estudios de la Cultura y la Comunicación (CECC), en el marco de la celebración del séptimo aniversario de esta entidad académica.
Resaltó que en la obra, iniciada hace 20 años y publicada por la Editorial de la UV, se plasma la situación que enfrentaron las cineastas.
Las directoras tenían que hacer varios actos de performance para ser escuchadas, se ponían pantalón para asumir un papel masculino y así poder entrar a ese ambiente, ya que era una industria cerrada y comercial no abierta a nuevas visiones ni a personas por prejuicios de género.
Sin embargo, subrayó que la expansión de la universidad en México –durante los años sesenta y setenta– y el ingreso de mujeres de forma masiva a la educación superior, fue decisivo para la incursión de este sector al mundo del cine.
En un inicio, fueron la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y el Centro de Capacitación Cinematográfica, las instituciones que abrieron espacios y oportunidades para estudiar cine o arte, de manera académica y no comercial.
“Se puede citar que la primera generación de mujeres directoras de cine surgió en los años ochenta.”
En este sentido, Elissa Rashkin reconoció la función de la educación superior y el cambio que genera en ciertas áreas que limitan a los integrantes de una sociedad.
Existen muchas mujeres involucradas en el estudio y formación audiovisual a nivel nacional e internacional; pese a esto, en México no es trascendente la labor de una mujer cineasta, recalcó. En otras palabras, “la participación de mujeres como directoras de cine sigue siendo baja”.
Ante este panorama, la académica manifestó la necesidad de mantener abiertos espacios de educación, porque este aspecto brinda la oportunidad de crear, producir, pensar y de expresarse independientemente de los límites, restricciones o estereotipos de género.
Por su parte, Daniel Castillo del Razo, estudiante del segundo semestre de la Maestría en Estudios de la Cultura y la Comunicación, narró que el contenido del libro resalta los nombres de Adriana y Dolores Ehlers, a menudo olvidados y menospreciados a pesar de su activa participación como realizadoras en las primeras décadas del siglo XX.
El de Adela Sequeyro, cuyo trabajo rechazó la representación costumbrista de México; o de la célebre Matilde Landeta, quien desde su trinchera logró que el papel de la mujer dentro de la realización cinematográfica tomara relevancia.
Estos ejemplos constituyen un primer referente para entender la evolución de la mujer como creadora, así como su lucha constante en una batalla que aún
se encuentra en disputa.
Otros testimonios de un desafío a la manera en la que el papel femenino era concebido por la hegemonía cinematográfica son los de: Maryse Sistach, Busi Cortés, Guita Schyfter, María Novaro y Dana Rotberg.
Mauricio García García, también estudiante de este posgrado, aseveró que la participación femenina en el cine originó la reflexión en torno a la sexualidad, maternidad, el divorcio, el trabajo, entre otros temas cruciales.