José Manuel Velasco Toro
El 30 de abril se cumplen seis años del fallecimiento del escritor argentino Ernesto Sábato, deceso ocurrido a dos escasos meses de su centenario. Sábato estudió y se doctoró en Ciencias Físicas y Matemáticas, y realizó investigaciones sobre radiaciones atómicas en el Instituto Joliot-Curie en Paris, ciudad donde conoció y quedó prendado con el movimiento surrealista de André Bretón. En 1939, poco antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, se trasladó a Estados Unidos de Norteamérica para trabajar en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT). Al año siguiente retornó a Argentina y desencantado por la deshumanización de la ciencia, decidió dedicarse a la carrera literaria.
Amplia fue su producción literaria y filosófica. La narrativa comprende novela, ensayo, artículos filosóficos y literarios, guión cinematográfico, así como también traducciones científicas como la realizada de la Teoría de la Relatividad de Albert Einstein. Su primera novela, El túnel, se tradujo al francés, inglés y otros idiomas, y fue llevada al cine bajo la dirección de León Klimovsky. Su novela Sobre héroes y tumbas, lo mismo que Abddón el exterminador, constituyen verdaderas obras maestras de la literatura latinoamericana.
Variados son sus ensayos cuya calidad literaria va acompañada de profunda reflexión política y un claro pensamiento social propositivo. En ellos encontramos un emotivo sentimiento de confianza que trasluce la “posibilidad de una vida más humana”. Con entusiasmo y optimismo, Sábato escribió convencido de la grandeza, de la “verdadera dimensión del hombre” cuyo espíritu puede salvar a la propia condición humana.
Fue, y lo será en su palabra inmortal, un creyente, un defensor, un promotor incansable, con la pluma y el pensar, de la libertad como la más noble misión en la vida. Por ella luchó y por ella se consagró en su obra; por la libertad siempre en peligro de sucumbir ante el acecho de los lobos que “contagian a la masa”, la que un mal día se puede convertir “en horda”.
De ahí su grito audible y resonante de esperanza: “Creo en los cafés, en el diálogo, creo en la dignidad de la persona, en la libertad. Siento nostalgia, casi ansiedad de un infinito, pero humano a nuestra medida”, escribió con vehemencia en La Resistencia.
En ese preciso ensayo reflexionó acerca de las implicaciones que traen para la humanidad la globalización, la clonación y la masificación. Recuerda los tiempos de convivialidad entre la gente, la solaz contemplación del sol hundiéndose en el horizonte, la hermosura de los pájaros posándose en sus nidos, el silencio tranquilizador que con su sonido espiritual invita a meditar sobre el sentido de la vida y de la muerte.
Nos dice en La Resistencia: “La vida de los hombres se centraba en valores espirituales (…), como la dignidad, el desinterés, el estoicismo del ser humano frente a la adversidad. Estos grandes valores como la honestidad, el honor, el gusto por las cosas bien hechas, el respeto por los demás, no era algo excepcional, se los hallaba en la mayoría de las personas”. A lo que suma también, “la vergüenza” y el valor que la gente “daba a las palabras”, como otros valores perdidos que debemos recuperar, re-significar. Personas que no se desatendían de los deberes a su cargo, y mucho menos de su compromiso con el lugar que la vida parecía haberles otorgado.
El reflexionar de Sábato nos conduce a mirar lo cerca que está el dantesco abismo abierto por la mundialización. Dinámica que no une culturas, sino las carcome porque impone “sobre ellas el único patrón que les permite quedar dentro del sistema mundial”: el mercado que las hace perder sus valores históricos, sus principios trascendentales y que las pone en peligro de perder su libertad creativa y el sentido de la vida.
Sin embargo. Sí, sin embargo el candor y la esperanza aún están presentes en muchas personas, en multitud de conjuntos sociales, en el corazón de las culturas en las que bulle lo propio y lo universal. Confían en la humanidad, saben del sentido de la libertad, cantan por la paz, plantean una nueva educación para la vida, se movilizan a favor de la equidad económica, contemplan la posibilidad de una nueva democracia, conocen lo que significa la solidaridad y la participación, exigen la universalización del conocimiento, buscan recobrar el camino medio con la naturaleza, se nutren en la esencia de la vida para proclamar la revolución ética.
Candor en la renovación que Sábato visualizara: “Milagro son ellos, milagro es que los hombres no renuncien a sus valores cuando el sueldo no les alcanza para dar de comer a su familia, milagro es que el amor permanezca y que todavía corran los ríos cuando hemos talado los árboles de la tierra”.
Proclama por la vida, ya no por el mercado. Proclama por el hacer ético, ya no por el dejar hacer y dejar pasar. Proclama por la solidaridad planetaria, ya no por la competencia individual globalizada. Proclama por el despertar de la consciencia, ya no por su enajenación materialista.
Ernesto Sábato lo sabía bien, lo intuía con toda pasión y estaba convencido, como lo estamos muchos hoy en día, que es necesario, que urge potenciar un renacer, o mejor dicho, potenciar un nuevo salto evolutivo hacia la consciencia ampliada de la humanidad, evolucionar en el que la educación es fundamental para lograr un hacer ético y creativo: “La búsqueda de una vida más humana debe comenzar por la educación”, insistió Sábato en La Resistencia como lo hizo siempre a lo largo de su vida y en su obra.
En gran medida, la violencia que hoy vivimos y que nos aterra cotidianamente, tiene parte de su origen enraizado en el deterioro educativo. ¿Por qué? Simplemente porque la educación envuelta en sus estructura capitalista del siglo XX, ya no tiene paragón con la dinámica de la realidad social del siglo XXI. Ambos componentes están desfasados uno del otro, tanto en lo cognitivo como en lo emotivo, tanto en lo pedagógico como en lo temporal, tanto en los procesos como en el sentir del aprendizaje.
La actual educación concibe a las personas como objetos que deben ser moldeados para el mercado, cuando somos sujetos, seres humanos con derecho al aprendizaje para la vida y a ser responsables de nuestro propio proceso de aprender. No somos mercancía, por tanto no somos capital humano puesto al servicio del dinero. “No soy sólo lo que compro, por qué lo compro y a quién se lo compro”, señalaron enfáticos niños, jóvenes y mayores en España que se manifiestan por una Democracia Real Ya, organización nacida el 15 de mayo de 2011, cuyo principio es la participación colaborativa y transversal para una democracia real y sin miedo. Grito nada distante de la “batalla por la inteligencia” que naciera con el despertar generacional de 1968.
Ernesto Sábato no es, ni estuvo ajeno al despertar de la inteligencia. Tenía muy claro que la cultura le da forma a la mirada que el ser humano va teniendo del mundo; un molde cultural que se adquiere durante el proceso escolarizado y que es necesario transformar para avanzar hacia la democracia real, la igualdad en el proceso, la solidaridad en la cooperación, el libre acceso al conocimiento en el desarrollo humano, la sostenibilidad de la civilización en equilibrio dinámico con la naturaleza, la felicidad en la equidad.
Sábato dejó dicho, y su palabra revive cuando la leemos y la sentimos, que era “urgente encarar una educación diferente, enseñar que vivimos en una tierra que debemos cuidar, que dependemos del agua, del aire, de los árboles, de los pájaros y de todos los seres vivientes, y que cualquier daño que hagamos a este universo grandioso perjudicará la vida futura y puede llegar a destruirla”.
Destrucción que trágicamente ya está ocurriendo y nos resistimos a creerlo y asumirlo. Y grita Sábato, porque sus palabras son un grito desesperado a la vez que se yergue como agitador de la conciencia: ¡Lo que podría ser la enseñanza si en lugar de inyectar una cantidad de informaciones que nunca nadie ha retenido se le vinculara con la lucha de las especies, con la urgente necesidad de cuidar los mares y océanos!
Vayan estas palabras en memoria de Ernesto Sábato, quien proclamó un real cambio educativo para la vida.