Itzel Olivares Bruno
Cada vez, con más frecuencia, los estantes de las librerías y bibliotecas se llenan de libros con ilustraciones llamativas que representan lo mismo escenas extraordinarias como cotidianas, con el fin de ser atractivos para los niños, al tiempo que les permiten aprender de sus contenidos.
Las ilustraciones acompañan un texto, o viceversa; el texto es sencillo en la mayoría de los casos pero no por ello está lejos de ser aburrido u obvio; tanto el contenido como la portada son una invitación a que el libro se mire, se lea, y, ¿por qué no?, se toque y se disfrute del olor de sus páginas nuevas.
Al abrir uno de estos ejemplares estamos adentrándonos en la literatura infantil y juvenil (LIJ) que está cobrando una fuerza imparable y que llegó no sólo para quedarse, sino para ser investigada, estudiada y reflexionada por diversos especialistas desde distintas disciplinas, así como impulsada por múltiples casas editoras y autores convencidos de que los más jóvenes tienen también la palabra y la capacidad de lograr que esa palabra sea crítica y responsable gracias al ejercicio de la lectoescritura.
La Palabra y el Hombre hace notar que es uno de los espacios culturales que ya reconoce a la LIJ como medio indiscutible para acercarse a jóvenes y ayudarles a incrementar su capacidad de imaginación y creatividad, entendimiento y reflexión propios del acercamiento constante a la literatura, cualidades que no todas las disciplinas ni saberes otorgan.
Así, el número 33, coordinado por Lino Monanegi, cuenta con la participación y la guía de artículos notables de Laura Guerrero Guadarrama, Marianela Hernández Páez, Esther Hernández Palacios, Luis Arturo Ramos y Guadalupe Flores Grajales, los cuales dentro del dossier de LIJ explican qué es, cuál es su importancia, cuándo surgió, cómo ha cambiado y por qué la LIJ es literatura en sí misma.
Estas miradas breves y concisas pero igual de amenas y valiosas dan como resultado, más allá de un texto objetivo, una percepción personal y experiencia de cada uno al poner en práctica la teoría acerca de la LIJ. Al lado de estos textos se publican “Te miro desde aquí, Miguel” de Eugénio de Andrade y “Pequeño tú no dices nada” de Tasos Livaditis (poetas), con traducción a cargo de Jorge Lobillo.
El punto de convergencia entre los dos textos es la mirada metafórica que un adulto dirige hacia un niño mientras éste crece y en la cual se basa el yo poético para reflexionar acerca del mundo en que se desenvuelve el infante. En “Te miro desde aquí, Miguel”, el miedo y las dudas se hacen presentes, desconfiando del caos en el que son capaces de vivir los seres humanos y el exceso de indiferencia al que pueden someterse.
En “Pequeño tú no dices nada”, de nuevo aparece una completa alusión a las dudas e interrogantes, pero esta vez hacia algo que el adulto piensa que podría formular el niño, concluyendo así que éste no pregunta nada porque “los astros te han enseñado todo”.
Es notoria la diferencia de las cuestiones: mientras un adulto puede pensar lo peor porque conoce los altibajos de la vida, el niño, ensimismado en su juego, posiblemente se preguntaría “si las piedras no sufren / bajo las ráfagas del viento”.
Así como en la literatura, en el terreno de la cinematografía las temáticas, personajes y sobre todo las técnicas de entretenimiento considerado infantil o juvenil avanzan a pasos agigantados.
Ya es un hecho: la época contemporánea muestra un panorama muy amplio de posibilidades de abstracción para distintos gustos y edades. Si de hablar sobre cinematografía “infantil” se trata, es obligatorio admitir que la animación digital ha cautivado no sólo a infantes, sino a grandes de distintas latitudes.
Luis Reséndiz comparte el texto “Cine infantil. Un panorama en mutación”, en el cual describe la travesía que han experimentado los estudios de la animación dominantes en la actualidad. Desde el exitoso y multi-reproductor de arquetipos Disney (en coproducción con Pixar), pasando por el menos renombrado –pero económicamente nada rezagado– DreamWorks, hasta llegar a proyectos más separados ideológicamente como los Estudios Ghibli o el incipiente Laika, el autor nos da un recorrido acerca de cómo estos diferentes imperios de la animación representan la infancia en la variedad de sus películas, así como el contenido y la forma de su tratamiento.
Mientras que Disney continúa distribuyendo cintas como Enredados (la historia de Rapunzel) o Frozen, en las cuales los personajes se adhieren a un modelo ya preestablecido como el héroe o el antagónico, otros parodian los roles que cada personaje juega, mostrando cómo serían si formar parte de esa realidad literaria o cinematográfica no fuera objeto de seriedad por parte del espectador.
Las cintas de Shrek (DreamWorks) conforman un ejemplo al cuestionar la función de cada personaje dentro del filme. De igual manera tiende a suceder en El increíble castillo vagabundo (Ghibli). Al mirar esta multiplicidad de historias en la pantalla grande (muchas de las cuales se han rescatado de la LIJ, por cierto), es notorio que existen inclinaciones hacia finales felices, aunque cada vez más se muestren tonos oscuros como parte de una “didáctica” dirigida hacia jóvenes.
En el imaginario colectivo, al pensar en LIJ saltan a la mente dibujos animados, caricaturas, colores, texturas… en fin, escenarios que sólo podrían existir en la imaginación, en los sueños y que basta que haya un artista visual para que se transformen en ilustraciones.
De eso se encargó Gabriel Pacheco al presentar imágenes extraordinarias que bien podrían reflejar la imaginación de los jóvenes e infantes al momento de realizar la lectura o ensayar un texto pero con la característica de que los colores fríos (azul, escalas de grises, verde) son los predominantes en las figuras de estos personajes, presentes en el imaginario infantil, que remiten inmediatamente a la fantasía: la sirenita y la bruja malvada; un bosque con ramas grises y coloridas flores enmarcando una figura humana en compañía de un gran oso; figuras humanas en solitario que simulan posar para las fotografías de un lente inexistente (que conformaría la mirada del espectador); criaturas y paisajes acuáticos de predominante azul y gris, etc.
Todas estas ilustraciones incluidas en títulos de diversos autores como Octavio Paz, Rudyard Kipling, Véronique Granville y María Baranda, quien dedica un texto al dossier gráfico.
Como es costumbre, la sección “Entre libros”, que dedica sus páginas a las reseñas, en cada número nos muestra gratas sorpresas acerca de las novedades literarias.
Siguiendo el tema de literatura infantil y juvenil, encontramos las reseñas de Mallko y papá, de Gusti (a cargo de Diana Luz Sánchez); ¿Cómo nacieron las estrellas?, de Clarice Lispector (a cargo de Luis Pignatari); La artesana de las nubes, de Bianca Estela Sánchez (a cargo de Rebeca Martínez); Flora y Ulises, de Kate DiCamillo (por Yolanda Fernández Aburto); Buenas noches, Laika, de Martha Riva Palacio Obón (por Claudia Paola Beltrán) y El barco de los niños, de Mario Vargas Llosa (por Lino Monanegi).
La sección “Miscelánea” cuenta con textos muy variados: Katia Escalante comparte un texto sobre Roal Dahl, escritor británico creador de famosos personajes como Matilda y Willy Wonka de Charlie y la fábrica de chocolate, conocidos debido a su traslado a la pantalla grande; con Marco Antonio López accedemos a la inmersión del casi emergente mundo de los denominados booktubers, esos jóvenes que acaparan y encabezan las pantallas de los monitores si de dar opiniones y reseñas literarias se trata; Mario Muñoz, en “Una autobiografía literaria”, recorre su exitoso trayecto a través de las letras, sus inicios y su inclinación por la literatura gótica y la relación de la literatura en general con el cine; Raciel D. Martínez nos adentra en el aniversario número 60 de Rebelde sin causa.
Todo el número 33 de La Palabra y el Hombre podría subtitularse En defensa de la literatura infantil y juvenil, pues la revista se postula como un espacio de respeto e impulso hacia ese género.
Algunos niños y jóvenes juegan e imaginan en el mejor de los casos o, desafortunadamente sufren vejaciones en el peor y no tienen oportunidades de desarrollar sus diversos potenciales; hay desigualdad en todos los lugares del mundo, así como la puede haber en muchas etapas de la vida humana, por lo que no está de más tomarse un poco de tiempo para reflexionar todo el juego, inocencia y perspicacia que los niños y jóvenes aportan al mundo de los adultos.