Karina de la Paz Reyes
El gran reto de un artista debería ser adquirir la conciencia de la responsabilidad que tiene en una sociedad y sobre todo en una tan “cabrona” como la nuestra. De no tenerla, la obra se vuelve frívola, autocomplaciente, decorativa o solamente mercantil, “ahí sí hay una traición a uno mismo, ni siquiera a la sociedad y eso es muy cruel, es lo peor que le puede pasar a uno”, opinó Abraham Cruzvillegas.
Para el artista multidisciplinario mexicano, en la vida todo es difícil y nada es regalado. Por ello, lo que mejor le ha funcionado es trabajar y mucho, no quitar el dedo del renglón, “no rajarse”.
Aunque pareciera que lo ideal para un artista es vivir de vender la obra creada, que le den espacios en los medios de comunicación y cosas así, no es verdad, según su opinión.
“Lo que sí es verdad y sobre todo en la sociedad que vivimos, injusta, cruel, es que se permita apoyar a alguien para que produzca obras de arte. Eso es realmente el logro”, expresó en entrevista para Universo.
Cruzvillegas es considerado un artista que explora los métodos de creación a través del video, la escultura, la instalación y el performance. Es también uno de los fundadores de La Galería de Comercio, un proyecto que surgió como alternativa a los canales habituales de difusión y que presenta proyectos artísticos públicos y gratuitos en la calle.
¿Qué significa haber nacido en 1968, año considerado como parteaguas en la vida contemporánea del país?
Para mí es muy importante. Sí hay un elemento histórico-político, no porque yo haya nacido en ese año, sino en el mundo había una ola de movimientos libertarios, utopistas si quieres, de los jóvenes.
Es algo de lo que hay que sentirse orgullosos históricamente. El empuje, la energía y el espíritu de los jóvenes del mundo; pero el ir más a fondo nos lleva a pensar en cuáles son las razones que esos jóvenes tuvieron para emanciparse, tomar las calles y protestar.
Creo que lo que hermana justamente a todos esos movimientos es la injusticia. En México, 1968 obvio es un parteaguas que significa la desigual distribución de la riqueza y un Estado que se declaró cínicamente autoritario, brutal, represivo. En ese sentido era necesario que los jóvenes se emanciparan.
Desgraciadamente sirvió para que el Estado tomara esa posición dictatorial y autoritaria que llevó a cosas terribles; es decir, no significó una transformación positiva, sino al contrario.
Es el Estado quitándose la máscara y saliendo a aplastar al opositor y a la fecha sigue sucediendo. La sociedad está peor, la violencia es cada vez más cruel; desde que yo nací el concepto predominante ha sido crisis y creo que eso es lo que ha marcado a mi generación, una crisis permanente.
¿Cómo canaliza Abraham Cruzvillegas, el artista, esta crisis?
Yo he tratado de incluir esa información, esa experiencia mía, mi conciencia, sobre todo lo que pasa en mi contexto, que no es nada más México, sino muchos otros lugares y que pueda ser parte de las obras que hago, pero sin que se vuelva un panfleto.
Incorporarlo obviamente es muy difícil, cómo uno incorpora lo que come, lo que vive, lo que lo hace sentirse bien o mal como parte de la obra, pero sin que se vuelva una cosa ni autobiográfica, ni didáctica.
He hecho obras y proyectos en los que reflexiono no sólo sobre el 68, sino sobre muchas otras cosas y que no están como un contenido literal de la obra, no son temas de la obra, pero son materia prima de ésta, eso sí. En algunos casos he hecho cosas más directas, como una serie de grabados para una trienal de gráfica en Puerto Rico (2008).
Hice un archivo de imágenes, de carteles, de protestas de Latinoamérica, de 1968 para acá justamente. Los reproduje en serigrafía, los imprimí a mano. Eran 40 distintos.
Pero no tienen ese espíritu decorativo, tienen más ese espíritu del cartel, de propaganda. Para mí es como una especie de retrato de esos últimos 40 años en aquel entonces, ahora serían 46. Es un retrato de una sociedad que sigue inconforme, porque las cosas todavía no están bien.
¿El entorno social de México es propicio para su arte?
Creo que lo que hace falta es educación. En realidad muchas de las veces, aunque hay voluntad de aprender y sensibilizarse, como se dice, la gente que va al museo, a un concierto o a comprar un libro tiene una intención, una voluntad que en la crisis se agradece.
Pero también creo que ocasionalmente hay prejuicios, sobre todo en el arte contemporáneo. Muchas veces la gente acude a las exposiciones con cierto grado de prejuicio, y creo que lo que hace falta en todo caso es educación y que la gente pueda apropiarse de las obras como escuchar una sinfonía o leer un poema, igualmente ver una escultura, ver un video o presenciar un performance.
Y que eso signifique una transformación de la sociedad, generar una conciencia para que la gente pueda transformar las cosas, al menos en su entorno más inmediato, en su comunidad, con la gente más cercana. Eso ya es una transformación radical y tendría que suceder de alguna manera de la mano del arte, no que el arte sea una herramienta en el sentido de un dispositivo utilitario, pero tiene la obligación de producir lenguaje y conocimiento. Eso significa poner en crisis los paradigmas, las convenciones.
Entonces tenemos que estar dispuestos, de entrada, a involucrarnos con esa pequeña revolución que significa romper con los paradigmas y las convenciones, de esa manera sí podemos acceder a un nuevo modo de ver la realidad, que es todo para lo que podría servir el arte.
¿Qué papel juega el arte en la crisis de violencia e inseguridad?
Es muy complicado, porque cuando hablamos de arte, hablamos de muchos tipos de arte. Hay arte que tiene una función que no está mal, pero es decorativo y cumple su cometido, satisface una parte de esa construcción cultural del arte.
Pero también creo que como tal, el arte tendría esa posibilidad de generar un espacio de crisis, en el que se pone en crisis a sí mismo. Creo que en algunos casos artistas han logrado generar enunciados, discursos eminentemente políticos sin ser panfletarios, sin que necesite ilustrar esa violencia, esa inseguridad, ese terrorismo de Estado que estamos viviendo. De complicidad, de corrupción, de autoritarismo.
Creo que sí es posible que el arte genere esas plataformas de discusión sobre la realidad y sobre lo que nos toca transformar.
¿Considera que el arte está generando esas plataformas de discusión?
Podría estarlas generando, es lo que quiero decir, que hay artistas que lo están logrando, como Minerva Cuevas, por ejemplo. Creo que ella es una artista ejemplar, es radical, es muy potente, es política pero no es tampoco un arte amargo o de lamento.
Al contrario, el arte de Minerva Cuevas es humorístico, mordaz y creo que sí hace pensar a la gente, y en un sentido real ése es el tipo de cosas que deberíamos al menos proponernos todos los artistas. No necesariamente generar herramientas didácticas para que la gente entienda, porque la gente entiende de todas maneras.
No somos tontos y entendemos lo que está pasando en este país: la serie de simulacros y de puestas en escena sobre el estado de la inseguridad y la guerra contra el narcotráfico. La gente no se hace tonta, solamente creo que ya hay un espíritu de la tranquilidad, porque a veces preferimos voltear la mirada hacia lo que decora o divierte y no a lo que nos hace pensar.
Creo, que en todo caso, que el arte debería tener esa posibilidad, sin ilustrar y caricaturizar la realidad.
¿La situación social del país es materia prima para los artistas?
Cuando hablamos del arte o los artistas hay muchos tipos de arte. Creo que los artistas tendrían que generar su obra o su lenguaje a partir de sus propias necesidades, y hay artistas que tienen necesidades más relacionadas con ese tipo de involucramiento.
Hay artistas como Teresa Margolles, quien ha generado muchas obras que tienen que ver con estos asuntos, pero son las obras que ella hace, de acuerdo con sus propias necesidades y es una artista de Culiacán (Sinaloa). Ella vive cotidianamente esa circunstancia.
Yo vivo otra circunstancia, otra realidad y otro contexto y eso no significa que me evada o que no me toque, pero creo que la manera de aproximarnos, de involucrarnos con esos asuntos, variará de acuerdo a las necesidades de cada artista.
En su momento, el arte postrevolucionario creo que fue también una estrategia del Estado para generar un movimiento muralista y así construir una identidad nacional.
Creo que funcionó, tan es así que no habido un movimiento tan grande hasta ahora, como el del muralismo postrevolucionario. Fue una estrategia cultural desde el Estado concebida de algún modo por José Vasconcelos.
En el México que vivimos ahora no hay una figura como Vasconcelos, ni una estrategia cultural, ni una política cultural como ésa, aun cuando hay Conaculta (Consejo Nacional para la Cultura y las Artes) y todas esas instituciones y plataformas para la producción del arte. No existe un programa como tal.
Afortunadamente, diría yo, porque en todo caso sí se vuelve como una estrategia. Lo que hay son muchas voces, muy distintas, a veces contradictorias, pero también creo que eso es importante en la cultura y desde la producción cultural.
Alguna vez expresó que en el mundo del arte la prioridad parece ser el mercado, ¿la Galería de Comercio es su aportación?
No soy quien satanice o se escape de la estructura del mercado, yo trabajo con galerías comerciales que venden mi obra, los museos coleccionan mi trabajo y obviamente eso me permite seguir generando experimentos, investigar, además de tener una vida medianamente digna, algo que creo que es un derecho de todos.
El trabajo que yo hago ocasionalmente tiene la fortuna de que se vende. Entonces, sería un poco inocente, torpe o estúpido pretender afirmar cualquier cosa en contra de esa estructura, de mi parte al menos.
Pero por otro lado, creo que es posible hacer cosas sin dinero. Muchos de los proyectos que he hecho tienen que ver con eso, con cómo la gente construye sus casas sin dinero y sin ideas ocasionalmente, porque no hay arquitectura, no hay teoría, no hay lenguaje de la arquitectura, simplemente hay necesidades.
Ése es el contexto en el que yo crecí, creo que por eso es tan importante para mí aproximarme al arte desde esa plataforma también, y creo que he hecho arte sin dinero por muchos años.
Para mí la relación con el mercado del arte es muy reciente, no tiene más de 10 años que empecé a vivir de lo que hago como artista. Antes era profesor, hacía ilustraciones, escribía para catálogos, no eran chambas, pero ganaba dinero de eso.
Hice mi obra sin dinero por mucho tiempo y creo que es posible seguir haciéndolo. Hay muchas estrategias artísticas que subsisten sin dinero. En algún momento pensé “después de haber dado clases tanto tiempo a dónde se fue toda la energía que yo invertía en dar clases, dónde están esos alumnos míos”, entonces empecé a imaginar un proyecto en el que pudiéramos hacer obras en el espacio público, la calle, sin dinero.
Pensé en la colonia donde viví más de 10 años para generar algo, ahí, en la esquina donde está la cantina, la escuela, la farmacia e invitar a mis ex alumnos para hacer un proyecto sin dinero, diciéndoles claramente: “Aquí no hay dinero, no hay apoyo, no hay fama, no hay becas. ¿Quieres hacer algo que no produzca objetos, que no produzca mercancías, ni residuos que dañen el medio ambiente e involucre a la gente?”.
Así nació La Galería de Comercio. Fue un proyecto increíble que ya acabó, recientemente. Duró cuatro años sin un centavo. Terminó con (la colaboración de) siete artistas, todos voluntarios. Nadie ganó un centavo, al contrario, entendimos que se pueden hacer cosas así.
No se trata de ser marginal ni de ser héroe. Al contrario, se trata de idear iniciativas que sean inteligentes en ese sentido. Generó mucho y sobre todo (fortaleció) la amistad entre nosotros.