La Universidad ofrece especialización sobre el tema
Felipe Garrido
Durante siglos México fue una nación de analfabetas. ¿Cómo podía educarse y progresar, si su gente no sabía leer y escribir? Lo fue aun después de que se aquietó aquel huracán de sangre y fuego que dejó al país en ruinas, y el presidente Obregón creó la Secretaría de Educación Pública (SEP), y las campañas de José Vasconcelos dejaron en claro que de muy poco sirven los maestros improvisados y que para formar lectores no basta con producir y repartir libros.
Veinte años después de que Vasconcelos hubo dejado su enorme despacho en la SEP, llegó a ocuparlo Jaime Torres Bodet, quien fue dos veces (1943-1946 y 1958-1964) secretario de Educación –el más importante que hemos tenido–, y puso el acento donde hacía falta: libros de texto gratuitos, aulas en todo el país, más y mejores maestros, profesionales de la enseñanza, capaces de acercar a sus alumnos a los libros y a la escritura. Entonces sí, el analfabetismo empezó a retroceder.
En 1943, cuando Torres Bodet llegó por primera vez a la SEP, era de 48 por ciento; en 1964, cuando terminó su segunda gestión, se había reducido a poco menos de 30 por ciento.
En 1970 México tenía 48 millones de habitantes, casi 26 por ciento de analfabetos y un nivel de escolaridad de tres años y medio.
Para 2010 el analfabetismo se había reducido a siete por ciento, y la escolaridad había aumentado a ocho años y medio. En esos 40 años la población del país había crecido de 48 a 112 millones. En ese tiempo también se hizo evidente que la alfabetización no es suficiente.
Es indispensable, pero si no se va más allá de una lectura y una escritura meramente utilitarias, no alcanza a formar lectores capaces de escribir y, en consecuencia, no logra detonar los procesos de desarrollo que el país necesita. Porque de eso se trata; de que la educación, la cultura, la escritura, la lectura, los libros y las nuevas tecnologías nos lleven a vivir mejor.
En 2010 México tenía 34 millones de alfabetos: cuatro millones de lectores; 30 de alfabetos no lectores –incapaces de ir más allá de la lectura y la escritura utilitarias–. Una población inservible para alcanzar un verdadero desarrollo, y un desperdicio enorme de oportunidades, tiempo y dinero, de los gobiernos y las familias.
Existe una relación directa entre el nivel de lectura de los estudiantes y su rendimiento. En promedio, los mejores alumnos son mejores lectores y escriben mejor que sus compañeros. Existe también una relación directa entre el nivel de lectura de un país y su nivel de desarrollo.
En las naciones donde se vive mejor se lee y se escribe más. En el último tercio del siglo XX el mayor reto para los mexicanos era lograr que la mayoría supiera leer y escribir. Ahora es que al terminar la educación básica –con mayor razón la superior– los jóvenes –incluidos los maestros, en primerísimo lugar– hayan sido formados como lectores capaces de producir textos.
Queda pendiente, además, la tarea de hacer lectores que escriban a los ahora más de 30 millones de alfabetos no lectores –muchos de ellos maestros– que hay en el país. La lección de Torres Bodet debe ser aprovechada: la tarea es inmensa y delicada. No puede quedar en manos de promotores de la lectura y de la escritura meramente improvisados. Es urgente lograr su profesionalización.
En este sentido la Universidad Veracruzana ofrece la Especialización en Promoción de la Lectura, que tiene como objetivo que sus egresados cuenten con las competencias que les permitan diseñar, implementar, evaluar y mejorar programas para la promoción de la lectura en diversos soportes y contextos.
Es decir, programas que formen lectores autónomos capaces de comunicarse de forma oral y escrita con eficacia. La información del programa puede consultarse en www.uv.mx/epl