Definida por Henestrosa como la mejor bailarina contemporánea de México, es una figura esencial de la danza mexicana
David Sandoval Rodríguez
El 17 de agosto falleció una figura emblemática de las artes en México, Rocío Sagaón, quien tuvo una fructífera trayectoria artística que abarcó ocho décadas como bailarina, actriz, escultora y ceramista. En mayo fue reconocida por la Universidad Veracruzana (UV) con la exposición virtual Rocío Sagaón: el estilo que baila, disponible en el sitio: http://bit.ly/1Lnnzg8
Definida por el escritor oaxaqueño Andrés Henestrosa como “la mejor bailarina contemporánea de México”, Sagaón nació el primero de mayo de 1933 en la Ciudad de México con el nombre de Rosa María López Bocanegra, y fue hermana del reconocido fotógrafo Nacho López.
Siendo niña, su familia se trasladó a Mérida, Yucatán, y fue ahí donde surgió su inspiración para tomar el camino de la danza de la mano de José Antinous, bailarín que vivió en su casa durante la infancia y le despertó el interés para que a los ocho años comenzara sus estudios con Nina Shestakova.
Desde pequeña estuvo rodeada por artistas y creadores, por tal motivo en su casa ensayaba Antinous con una bailarina de Bali mientras ella observaba.
“Decía que antes de dormir le daba un beso en la frente y lo sintió como el sello de la danza; desde ahí podemos ver su naturaleza poética, artística y creativa”, comentó Nahomi Bonilla Sainz, directora de la Facultad de Danza de la UV.
En 1948 ingresó a la Academia de la Danza Mexicana; en 1949 fue becaria y tuvo como maestros a Guillermo Keys, José Limón, Lucas Hoving, Xavier Francis, Doris Humphrey, Anna Sokolow, Ana Mérida y Nini Theilade.
Debutó profesionalmente en el Palacio de Bellas Artes con Sueño de una noche de verano, versión de la coreógrafa Ana Mérida; en esa época conoció al artista Miguel Covarrubias, quien se inspiró en ella para crear sus imágenes y le sugirió el nombre de Rocío Sagaón que le acompañó por siempre.
Para Sagaón, “el cuerpo femenino es el principio y el final de todo, el mapa de una censura pero también de un descubrimiento, de un génesis, los trazos que delinean la máscara que constantemente utiliza el cuerpo para transformarse, avanzando por esa sensibilidad, ese color, llamado México”, refiere el texto que acompaña la exposición virtual.
Debut cinematográfico y formación en el extranjero
En 1950 el actor y director de cine Emilio “El Indio”Fernández le invitó a protagonizar al lado de Pedro Infante la película Islas Marías, donde fue inmortalizada para la posteridad en una secuencia donde baila a la orilla del mar.
Como narra la propia bailarina en el libro Mujeres de danza combativa, de Margarita Tortajada Quiroz, fue becaria, junto con Martha Castro, Valentina Castro, Beatriz Flores y Guillermo Keys, para realizar en 1951 cursos de verano en Estados Unidos, en el Connecticut College y en Jacob’s Pillow, donde conoció a destacadas figuras de la danza como Martha Graham, Ruth St. Denis y Ted Shaw.
“Allá bailamos Tonantzintla; José Limón había planeado esa coreografía con Miguel Covarrubias inspirados en la iglesia de Tonantzintla. Limón estuvo trabajándola como ejercicios pero se volvió una coreografía redonda”, narró Sagaón a la autora.
Alrededor de 1952 se inició como coreógrafa con la obra colectiva Muros verdes, interpretada por el Ballet Mexicano de la Academia de Bellas Artes, apuntó Bonilla Sainz. Para 1953 destacó a nivel mundial al participar con Antonio de la Torre, Olga Cardona y Guillermo Arriaga en Zapata, coreografía con música de José Pablo Moncayo, que fuera estrenada el 10 de agosto del mismo año en el Teatro Nacional Estudio de Bucarest, Rumania, en el IV Festival Mundial de la Juventud Democrática.
Posteriormente el propio Nacho López publicaría un libro con las imágenes del ballet y un poema de Alfredo Cardona Peña, como se puede apreciar en la misma exposición.
En ese año fue nombrada maestra y bailarina de la Academia de la Danza Mexicana, donde bailó El pájaro y las doncellas, La luna y el venado, Norte, La manda, Tzócatl, El sueño y la presencia, La poseída, Fecundidad, El renacuajo paseador, La hija de Yori, Tierra, El chueco, Los cuatro soles y Redes, entre otras piezas.
En 1957 fundó el Ballet Contemporáneo, en colaboración con Guillermo Arriaga, Alma Rosa Martínez y Evelia Beristain; dos años después, Sagaón recibió el premio como mejor bailarina de danza por la Unión de Críticos de Arte.
Al ser integrante de diversas agrupaciones como el Ballet de Bellas Artes y el Ballet Popular de México, creado por Josefina Lavalle, realizó extensas giras visitando países como Italia, Hungría, Checoslovaquia y Francia; asimismo participó nuevamente en el Festival de la Juventud, en la entonces Unión Soviética y posteriormente en China.
Para 1959 viajó a París, Francia, donde se integró a la compañía Les Ballets Modernes de Paris, dirigida por Françoise Dominique, y formó parte del Instituto de Investigación Coreográfica de la Danza Moderna en la misma ciudad.
En 1960 regresó a México y sus participaciones en películas se volvieron más frecuentes, Sagaón aparecería nuevamente en la gran pantalla en la cinta semi-documental Torero (1958) de Carlos Velo, pero quizá sea más recordada en la película de 1964 En este pueblo no hay ladrones, dirigida por Alberto Isaac, con guión del propio Isaac y Emilio García Riera, basados en el cuento homónimo de Gabriel García Márquez, publicado en el libro Los funerales de la mamá grande.
En el reparto aparecen el mismo García Márquez como un fugaz boletero del cine del pueblo, el actor y cineasta Julián Pastor encarna a Dámaso y Rocío Sagaón personifica a su mujer embarazada que lavando ajeno lo sostiene, mientras que Juan Rulfo y Carlos Monsiváis son jugadores de dominó, Leonora Carrington es una de las feligreses que asiste a la iglesia donde el cura, Luis Buñuel, predica contra los ladrones y pecadores.
Además aparecen jugando al billar José Luis Cuevas y el propio García Riera, mientras que María Luisa “La China” Mendoza trabaja en un cabaret. Dicha interpretación le valió a Sagaón en 1965 el premio a la mejor actuación femenina en el Primer Festival de Cine Experimental.
“Permanentemente insistió: lo mío es la danza, yo lo que quiero es bailar, no soy actriz. Aun así el cine la atrajo muchas veces”, compartió Bonilla Sainz.
Xalapa se convirtió en su hogar
Rocío Sagaón llegó a vivir a Xalapa en 1966 y comenzó a trabajar con la Compañía de Danza de la Universidad Veracruzana bajo la dirección de Manuel Montoro.
Para 1969 volvió a la pantalla con la película Mictlán de Raúl Kamffer y en 1978 participó en su película Ora sí vamos a ganar.
En 1970 dirigió una serie de espectáculos de vanguardia a través del proyecto “Danza Hebdomadaria”, donde logró reunir a más de 50 artistas en el Teatro de la Danza.
Sagaón se inició en la danza hindú en 1981 y a mediados de esa década fue nombrada representante de la Alianza Internacional de la Danza en México; en 1985 organizó la Primera Semana de la Danza en Xalapa, en colaboración con la UV, y fundó con Nora Satonowski el estudio de danza “Zopilote” con un curso impartido por Simbo Ah-Bu-Ba, maestro de danzas africanas.
“Ahí fue mi primer contacto con la maestra, era alumna en ese momento”, refirió la directora, “sabía que era una maestra sin precedentes y creo que no hay todavía alguien con una trayectoria como la suya”.
Para esa época, Sagaón ya visualizaba una transición de la danza moderna hacia la contemporánea, proveniente de esa visión nacionalista preveía un cambio en la concepción de la danza, agregó.
“Rocío Sagaón es una mujer que nunca dejó de hacer arte, de hacer danza, era su parte humana, era espontánea, nunca fue de una tendencia, siempre tuvo su propia perspectiva del arte, de la danza, por lo tanto era alguien que siempre proponía, tenía algo nuevo, algo diferente porque era ella misma con su visión del mundo, de la humanidad, porque además era una persona sumamente informada, incluso más que varios contemporáneos y al opinar era acertada.”
Refirió que en alguna ocasión conformaron un grupo de alumnos que la buscó para proponerle participar en el proceso de elección de la dirección de la Facultad, a lo que Sagaón respondió con un mensaje en el que proponía, entre otras cosas, que los alumnos no tuvieran que cumplir con un horario fijo e impartir diversas corrientes dancísticas; ahí los jóvenes se dieron cuenta que sus ideas eran muy libres y sería difícil empatarlas con los requerimientos administrativos de una institución educativa.
“Regresamos felices y tristes porque sabíamos que dentro de una institución esto no era posible, su propuesta era maravillosa porque era una idealista eterna y se lo agradecimos.”
A diferencia de otras figuras significativas de las artes, Sagaón acudía continuamente a los eventos organizados por la Facultad de Danza, en numerosas ocasiones participó haciendo comentarios, relatando sus anécdotas o experiencias y externaba opiniones respecto al trabajo de los nuevos creadores, hecho por el cual pudo ser conocida por las nuevas generaciones que ingresaron a la Facultad.
La última coreografía que realizó Rocío Sagaón fue en 2014 en colaboración con su hija Djahel Vinaver y el maestro David Barrón en la obra Contiguos, espectáculo auspiciado por el Instituto Veracruzano de la Cultura (Ivec) y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta).
Entre los numerosos reconocimientos que recibió destacan la Medalla “Una vida en la danza” del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) en 1991; en 2001 el Instituto Internacional de Teatro dependiente de la UNESCO le entregó la Medalla “Mi vida en el teatro”, y en 2013 recibió la Medalla “Miguel Covarrubias” que otorga el INBA.
Como creadora plástica
Su incursión en las artes plásticas comenzó a mediados de la década de los ochenta de la mano de Leticia Tarragó y Fernando Vilchis, quienes le alentaron y orientaron para realizar grabado.
“Desde este momento a la fecha Rocío alternaría entre las artes plásticas, la danza y el teatro”, observó la Directora de la Facultad.
“Cuando tocamos una pieza de cerámica”, escribió Sagaón, “tocamos las manos de quien la hizo, tocamos una parte de sus sueños. El barro unido a las manos conlleva alegrías, lágrimas, suspiros, memorias antiguas y actuales. Vidas no vividas, vidas truncadas y anhelos, algunos convertidos en realidades”.
Así presentó en 2010 la serie Las malqueridas, integrada por 17 esculturas en barro de alta temperatura (cono 9) que representan la violencia hacia las mujeres quienes “no han podido denunciar su maltrecha existencia, sus voces han quedado sumergidas en el lodo del tiempo”.
Una de sus características es que simbolizan a mujeres que llevan en sus manos una vasija como “símbolo de que contenemos, damos a luz y somos proveedoras de vida”.
El texto de sala de la exposición virtual acerca de Las malqueridas dice: “La belleza oculta será un principio que pruebe el camino de una resistencia, el cual hace del límite una de las formas más aguerridas de la identidad. (…) Es de este principio del que surgen Las malqueridas, la obra plástica más orgánica y ambiciosa de Sagaón, la cual abreva de la política diaria a que el cuerpo femenino es sometido en países no sólo del medio y el cercano Oriente, sino también en cualquier rincón del mundo.
Encadenadas, violentadas, privadas de su forma original, las mujeres que desfilan por esta serie son la acumulación de un dolor que es a la vez una textura, unas telas, unas dimensiones, las cuales en lugar de ahogarlas se convierten en el vehículo de su liberación, en el triunfo de la forma y de los materiales”.
La impronta que ha dejado en los jóvenes creadores no se ciñe a las artes escénicas y visuales, también los creadores y diseñadores de vestuario mexicanos la han considerado un referente de la tradición que se refleja de nueva cuenta en su exposición.
Vanessa Guckel, diseñadora y creadora de la marca Cihuah de origen franco-canadiense, retomó la figura de Sagaón y el huipil para crear interpretaciones contemporáneas sobre la prenda; en el mismo sentido, el diseñador Roberto Sánchez expresó: “(como ella, yo busco) encontrar la mexicanidad a través del cuerpo, del concepto transmitido en conjunto y como un mensaje, no sólo como una pieza representante”.
Su ejemplo es en realidad un camino a seguir, aseveró Bonilla Sainz, porque poseía un cúmulo de cualidades que posiblemente son “inalcanzables, considerando las circunstancias, su fortaleza, la suma de todas estas cosas que la hace una más de las inalcanzables en el sentido del ejemplo”.
Asimismo destacó como una gran cualidad su capacidad de estar aprendiendo de manera constante, con una apertura a escuchar y contribuir a la formación de jóvenes de varias generaciones.