Claudia Peralta Vázquez
Geney Beltrán Félix, tutor de Narrativa del Programa de Becas de la Fundación para las Letras Mexicanas, aseveró que la desesperanza, la injusticia, la pobreza y la violencia en las obras emblemáticas de Juan Rulfo, lo hacen ver como el confabulador magistral del “fatalismo mexicano”.
“Hay manera de imaginar un libro de Juan Rulfo sobre la Alemania nazi o sobre el imperio mexicano de Maximiliano de Habsburgo”, expresó durante su participación en el Noveno Curso de Creación Literaria para Jóvenes 2017, que se realiza desde el 19 y hasta el 30 de junio con la participación de 26 estudiantes de 11 entidades del país.
Beltrán Félix destacó que cada escritor joven no sólo debe hacerse de herramientas técnicas para potenciar su talento, sino también descubrir qué, por qué y para qué desea escribir.
Juan Rulfo, aseguró, es un ejemplo claro de un escritor con tales características. Al reflexionar en torno al libro de cuentos El llano en llamas y a la novela Pedro Páramo, obras que bastaron para que el escritor fuera reconocido como uno de los grandes maestros de la narrativa hispanoamericana del siglo XX, resaltó que además de un entorno seco y hostil, lo que define a los seres humanos de Rulfo es el carácter alevoso, mezquino y adversario de sus acciones.
El oriundo de la ciudad de Culiacán, Sinaloa, y autor de la novela Cartas ajenas y Cualquier cadáver, subrayó que la mayor parte de los personajes de Rulfo viven en la miseria, sufren los excesos del poder y ellos mismos responden con intemperancia.
Estos dos libros son un desfile de cuadros extremos de pobreza, violencia, injusticia en el campo jalisciense entre el Porfiriato y la Guerra Cristera.
Atribuyó estas ideas al hecho de que el escritor, originario de Apulco, Jalisco, nació en los tiempos finales de la lucha revolucionaria, fue huérfano en su niñez y testigo de brutalidades entre soldados y cristeros.
Después, habría de darse a conocer durante la década de los cincuenta, en los momentos capitales del milagro mexicano del autoritarismo presidencialista.
Por ello, se comprende por qué su obra nace con un puñado de negaciones desde el primer renglón de “Nos han dado la tierra”, cuya primera versión fue publicada originalmente por la revista Pan de Guadalajara, en 1945.
El discurso, dijo, se rehúsa a levantar la visión del escenario, dibuja lo que no existe, la naturaleza que describe es un paisaje árido en donde no hay verdor ni asideros para la vida, es una pura carencia la relación de su ser.
Los personajes de este relato son cuatro campesinos que han peregrinado temiendo que no se podía encontrar nada al otro lado, al final de esa llanura plagada de grietas y de arroyos secos que el gobierno –durante el reparto agrario– ha entregado para su cultivo.
La travesía parece terminar cuando descubren que hay un pueblo cerca, pero la señal de vida humana es de hecho animal.
El narrador señala: “Se oye que ladran los perros y se siente en el aire el olor del humo y se saborea ese olor de la gente como si fuera una esperanza”.
Mencionó que Rulfo es un ejemplo –como habría muy pocos– del artista para quien la materia de lo que trata y los asuntos de su narrativa parecen insobornables.
La medida de su vigencia como narrador universal se puede inquirir desde la naturaleza inmediata y local de sus historias y por la sombría visión que las convoca, concluyó Geney Beltrán.