La lectura forma seres más críticos, sensibles y tolerantes
Karina de la Paz Reyes Díaz
Ana Laura Delgado estudió la Licenciatura en Historia en la Universidad Veracruzana, fue ayudante de investigación del historiador John Womack, ocupó varios cargos públicos, pero encontró su realización en la edición de libros para público infantil y juvenil, textos que se distinguen por las ilustraciones que los acompañan.
En su opinión, a este sector social se le debe plantear en las obras literarias la vida tal cual es, incluso con temas como la violencia, la adopción y la pobreza, “no crearles un mundo de fantasía”.
Ana Laura Delgado fue entrevistada para Universo minutos después de participar en la FILU, donde habló de Ediciones El Naranjo –empresa que constituyó en 1994 y que desde 2004 comenzó la publicación de literatura infantil y juvenil.
¿Por qué eligió estudiar historia en la Universidad Veracruzana?
Estudié en la Universidad Veracruzana porque soy de Veracruz. Nací en Córdoba y la UV es el lugar lógico, para nada pensé en irme a la Ciudad de México.
Opté por historia porque me gustaba conocer el pasado y lo que me platicaban mis abuelos. Fue una decisión natural. Mi mamá quería que fuera contadora pública, pero en ese entonces estudiaba piano, soñaba con ser historiadora y pianista; por eso, aunque le prometí que el siguiente año me inscribiría en contaduría, lo hice en piano, pero nunca tuve instrumento.
Al año me di cuenta que en todo salía bien, menos en entonación, y para un artista ésta es muy importante, por eso me concentré en estudiar historia.
Egresé de la UV con una tesis sobre el movimiento obrero en Ciudad Mendoza. Fui ayudante de investigación de John Womack, junto con el colega Bernardo García Díaz (integrante del Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales), quien sí escribe libros de historia.
Después me fui a vivir a México y trabajé en el Archivo General de la Nación (AGN) y unos siete años estuve alrededor de los archivos, promoví que aquí se abriera el Archivo General del Estado, que no existía.
Enseguida, empecé a hacer libros de historia de Veracruz, pero no sabía que me iba a apasionar tanto, me dejó de interesar ser directora del AGN. Así fue como empecé en esto de la edición, hace 25 años, con Veracruz: Imágenes de su historia, y nunca más dejé de hacer libros.
¿Qué le apasionó de la edición y qué dejó de apasionarle de la historia?
Desde jovencita me gustó la fotografía y con mi primer ahorro lo que hice fue comprarme una cámara profesional. Asistí a la Facultad de Artes Plásticas, donde tenía algunos amigos (que ahora son muy famosos, como Javier Pucheta), quienes me enseñaron cómo revelar y tomar fotografías. Porque tenía un proyecto que me interesaba mucho, con todo un sentido histórico: rescatar fotografías de cada ciudad del estado.
Así empezamos, junto con Bernardo García, a presentar fotografías que se llamaban Las imágenes de Santa Rosa, Las imágenes de Córdoba, y vimos que tenía mucho éxito. Llegado el momento planteamos el proyecto como un libro, como un estudio monográfico que en ese entonces no existía, y con toda la pasión pensamos en hacer algo significativamente diferente, que se pudiera vender, crear un fideicomiso para hacer libros, y empezamos con la colección Veracruz: Imágenes de su historia.
Algunos títulos no los alcanzamos a sacar, pero al mismo tiempo hicimos 11 tomos de literatura viajera, otros catálogos y el proyecto del libro La cocina veracruzana, porque desde niña he sido cocinera, mi abuela fue cocinera, y yo sigo siendo cocinera.
De ahí se volvió mi pasión y soñaba con publicar libros de poesía para adultos, pero seguí varios años haciendo otro tipo de libros por encargo –como catálogos de arte.
Ahí me di cuenta que no había desarrollado algo para lo que tenía cierta sensibilidad, es por ello que ahora en los libros de El Naranjo pongo tanto énfasis en la ilustración. Antes no estaba engarzada esa sensibilidad, no estaba explotada.
Lo que ahora busco es que los niños exploten la sensibilidad del arte con los libros que publicamos, por eso es que cada uno es un libro único en tamaño y formato.
¿Es una lucha publicar libros para niños y jóvenes en México?
Yo creo que todos los trabajos siempre tienen sus pros y contras. En el caso de la literatura, ser una editorial independiente en México tiene mucho valor, porque el mercado inclina a nuestros niños hacia lo que le conviene; nosotros ofrecemos otras alternativas que no tienen nada que ver con Walt Disney y el libro fácil, que muchas veces tiene ausencia de texto literario.
Nosotros lo que buscamos es ser agentes de la cultura, publicar textos que tengan valor literario, por eso han sido premiados por encima de otros.
El Naranjo es un proyecto de vida para mí, yo sueño con que México pudiera leer más. Si nuestros niños leyeran más, serían más críticos, sensibles, tolerantes y también habría mejores gobiernos, porque no nos podrían engañar como
lo hacen.
Sobre lo digital, tenemos el 80 por ciento de nuestro catálogo ya convertido (a ese formato). Buscamos siempre hacerlo atractivo para los lectores, pero sabemos que en la era digital los que se conservarán son los libros-objeto, y muchos de los que hemos publicado entran en esa categoría.
En ocasiones los papás buscan evitar temas tabú. ¿Qué temas le hacen falta a la literatura infantil y juvenil?
Hay una resistencia de los papás, porque todos queremos proteger a los niños. Por ejemplo, con toda la tradición que hay en México sobre la muerte, no quieren sea un tema tocado por sus niños.
También se piensa que no debes hablarles de que hay niños adoptados o que tienen una preferencia sexual diferente. Pero qué pasa si tú le cuentas una historia donde él saca sus conclusiones, por ejemplo sobre el bullying. Y si luego lee otro libro, como Temible monstruo, historia en la que un personaje es considerado monstruo simplemente porque no lo conocen, ¡cuántas veces tenemos todos esos prejuicios y no los queremos decir!
Cuando publiqué la novela para jóvenes Para Nina. Diario de una identidad sexual, me advirtieron varias cosas, pero yo quise probar, porque creo que debemos ser tolerantes y respetar al diferente. De ahí han salido muchos otros temas.
¿Es fundamental que la literatura infantil y juvenil hable de pobreza, violencia, discriminación, aborto?
Sí, porque ésa es la vida. El niño se está enfrentando a eso. Se enfrenta, quizás, a un papá que es feo, a una mamá gritona; entonces, tú como editor no puedes decir “no, en este libro la mamá no puede gritar y no vayas a decir que llegó el abuelo y se tomó un tequila”.
No puedes crearle al niño un mundo de fantasía, irreal. Además, muchas de las películas para niños son más agresivas y crudas, pero no hay sustancia literaria.
¿Qué desafío tienen Ediciones El Naranjo y usted?
Como persona, lograr hacer libros cada vez de mejor calidad. Creo que todos los que trabajamos deberíamos pensar así: “cómo hago mejor mi trabajo”.
Como empresa, sueño que nos lean muchos, y nunca lo pienso desde el punto de vista económico, quiero que tenga sentido lo que hacemos y también para que la gente que trabaja con nosotros (escritores e ilustradores) vea que hay futuro en El Naranjo.
¿Cómo llegar a los niños y jóvenes de las zonas rurales o marginadas?
Para que la literatura llegue a las comunidades de México debe intervenir el gobierno. Las autoridades tendrían que hacer planteamientos más severos de qué hacer y cómo, pero si nuestros gobernantes no leen cómo van a querer hacer una política real a favor de la lectura. Es imposible. Es como un papá que no es deportista, su hijo no será deportista.
Para que llegue la literatura a las zonas marginadas se requiere del esfuerzo del Estado, y por ahora no lo distinguimos.