Músicos analizaron el futuro de este género
Karina de la Paz Reyes
El son jarocho vive por un lado una época privilegiada y de auge, pero por otro enfrenta el reto de no estandarizarse para cumplir con los parámetros del mercado mundial de la música, coincidieron Andrés Moreno Nájera, Ramón y Gilberto Gutiérrez, Rubén Vázquez Domínguez y Camil Meseguer.
Los cultores del género y músicos fueron reunidos para participar en el Coloquio Veracruzano de Otoño 2014 “La música veracruzana. Historia, prácticas, retos”, organizado por el historiador Enrique Florescano Mayet con el apoyo de la Universidad y la Secretaría de Educación de Veracruz.
El viernes 31 de octubre desarrollaron la mesa de diálogo “Renovación y revalorización del son jarocho”, moderada por Andrés Barahona. En ella hablaron de este género musical, con base en dos preguntas: ¿qué cambios se observan en el repertorio y la dotación instrumental de los grupos jarochos actuales, con relación al legado musical de los predecesores? y ¿qué tipo de desafíos enfrenta hoy un cultor jarocho para conservar y a la vez renovar su legado musical? Andrés Moreno, músico tradicional de Los Tuxtlas, al sur de Veracruz, y reconocido recopilador de la tradición del fandango y el son jarocho en aquella región, destacó la importancia que la música tiene en las comunidades, muy diferente a la manera en que se vive en las zonas urbanas, pues allá antiguamente había sones para todo: los velorios, las bodas y otras fiestas comunitarias.
“Los músicos en mi región, en la parte de la sierra náhuatl y también en la de los popolucas, tomaron el son como parte de su vida; ya no es como se hacía hace 50 años, pero sigue estando presente en la vida comunitaria, creo que eso lo mantiene, cosa que no sucede en el medio urbano.”
Moreno Nájera comentó que en las comunidades étnicas se conserva la forma de tocar pausada, llamada “son abajeño”, pero fuera de ahí la forma de ejecutar el son ha cambiado.
“Yo pienso que se debe construir a partir de lo que está, porque hay sones que debemos tocar así, no los debemos cambiar para no descomponerlos ni destruirlos, algunos cumplen funciones dentro de la comunidad y al alterarlos cambian el panorama”, dijo.
También lamentó que las afinaciones de los instrumentos estén en proceso de estandarizarse, dejando de lado las diferentes y viejas formas de hacerlo que hay en las comunidades.
“En la actualidad, cuando vamos a un fandango escuchamos solamente una misma afinación, y se le ha quitado esa riqueza que da el chinalteco, la media bandola. Se le ha quitado ese juego de los dedos para darle el sonido que enriquece la música.” Ramón Gutiérrez, músico tradicional de Tres Zapotes, Santiago Tuxtla, y fundador del grupo Son de Madera, comentó acerca del auge que vive el son jarocho, pero también de sus retos.
“Uno de ellos es conservar las afinaciones, las formas, porque también el comercio ha influido mucho en lo que es la música, no sólo veracruzana, sino del mundo”.
Además, comentó que él viene de la tradición sonera, misma que respeta y está en el sentido de que se conserve, pero también es parte de la innovación, de la recreación del género.
Para Camil Meseguer, músico originario de Xalapa, director ejecutivo del centro cultural La Casa de Nadie y fundador del grupo Sonex, el son jarocho está tomando un desarrollo armónico, rítmico y melódico muy interesante, y hay mucho registro de cómo se ha ejecutado en varias generaciones.
“Entonces, se pueden tomar valores de cada generación, se pueden tomar anotaciones de cada momento y se pueden hacer composiciones hermosas, distintas, nuevas, contemporáneas y también hacer descomposiciones; se pueden hacer tantas cosas con el son jarocho porque ha crecido, es enorme, ha llegado a todo el mundo”, opinó.
Rubén Vázquez, arpista oriundo de Tierra Blanca, expresó que él forma parte de aquellos que tocan vestidos de blanco, “de los mal llamados músicos marisqueros”.
Dijo no saber por qué esa discrepancia y esa división tan grande dentro de los que ejecutan la música jarocha. El arpista lamentó que sean estigmatizados por el modo de vestir, por tocar en escenario o por acompañar a ballets folklóricos, “siendo que la música veracruzana es sólo una música”.
Gilberto Gutiérrez, uno de los impulsores de la reivindicación del son jarocho tradicional (campirano) y fundador del grupo Mono Blanco, señaló que la Universidad todavía no está a la altura de las circunstancias para impulsar la conservación de esta tradición.
Comentó que quizá nunca hubo tanto repertorio como en la actualidad, pero igual que antes no todo lo que se compone entra en el concepto de son; en cuanto a la instrumentación, es una época “privilegiada”, pues hubo un tiempo en que era regional y hoy en día los distintos instrumentos se mezclaron.
“En mi opinión existe una orquesta jarocha, sólo que siempre estuvo dispersa.” Destacó que actualmente una de las labores más importantes es la realización de talleres comunitarios y trabajar con jóvenes talentos, en una relación de discípulo-maestro, donde el primero sea el depositario de los conocimientos.
“Es un buen momento para que el cultor jarocho, todo aquel que quiere ayudar a preservar el legado, tome la iniciativa”. Por otro lado, Gilberto Gutiérrez lamentó que la gran oferta de talleres, cuyo único fin es el económico y sin elementos pedagógicos, sólo ha generado un gran número de alumnos con información mal asimilada.
“Creo que el gran problema para que un cultor creativo renueve su legado, es la mala relación que tiene con el Estado. Por lo general el creador es un ser pensante, este hecho le molesta al Estado, que quiere creadores a modo, que no cuestionen las cosas que están mal y recurre al bloqueo. En el caso de Veracruz, invierten más en otros géneros que en los de nuestra cultura”, añadió.