Paola Cortés Pérez
Fotos: Belinda Contreras y Miguel Ángel Sosme
La sierra de Zongolica, ubicada en la zona centro de la entidad, está integrada por varios municipios que tienen una importante población de origen indígena, donde radican mujeres tejedoras de telar de cintura.
Por vez primera en su historia, estas mujeres, oriundas de los municipios de Tequila, Atlahuilco y Tlaquilpa, tienen la oportunidad de tomar sus propias decisiones, gracias a que organizaciones del ámbito federal, estatal y sobre todo la Universidad Veracruzana (UV), han incidido en un cambio ideológico, narró Miguel Ángel Sosme Campos.
Egresado de la Facultad de Antropología de la UV, Sosme Campos realizó su trabajo recepcional “Tejedoras de esperanza. Empoderamiento en los grupos de tejedoras de la sierra de Zongolica”, con el que obtuvo el grado de licenciatura.
Su investigación fue galardonada con los premios “Fray Bernardino de Sahagún 2014” y “Luis González y González” que entregan el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y el Colegio de Michoacán (Colmich), respectivamente.
Tejedoras, fuente principal de la reproducción cultural
Fue en 2010 cuando Miguel Ángel tuvo el primer contacto con la sierra de Zongolica, y posteriormente con las mujeres tejedoras de la región, gracias al vínculo que la Facultad de Antropología tiene con las comunidades indígenas y que, a consideración del joven universitario, “empieza a perderse”.
Recordó que fue el académico David López Cardeña –quien hace algunos años fue el responsable de la línea de investigación de Antropología Social– quien lo acercó a la sierra de Zongolica, en particular a las tejedoras de telar de cintura, para investigar sobre el arte popular y la cultura.
En 2010, durante la visita y recorrido por algunos municipios de la región, tuvo contacto con algunas tejedoras y alfareras, pero también se dio cuenta de los problemas sociales y económicos que sufrían no sólo las mujeres, sino toda la población.
En su tesis no sólo abordó las carencias de las comunidades, también plasmó la transformación de la estructura social de la región, a partir del cambio ideológico de las mujeres.
Ingresar a la comunidad y que las tejedoras permitieran un acercamiento no fue fácil. “Una funcionaria del gobierno estatal se llevó mercancía y nunca la devolvió, tenían el nombre y el cargo. Como yo era el único que sabía leer y hablar español, les ayudé a buscarla. Gracias al apoyo de unos amigos pudimos recuperarlas y regresarlas. Así fue como me gané su confianza y se ofrecieron a colaborar con mi trabajo”, relató.
Tras conocer sus historias, notó que en algún momento las mujeres habían sido víctimas de la violencia, pero a partir del reconocimiento de su trabajo textil, de ganar premios nacionales, viajar, participar en exposiciones y capacitarse en materia de Derechos Humanos, comprendieron que son valiosas, “que no deben padecer la violencia ni la discriminación”.
Estas experiencias, refirió Miguel Ángel Sosme, las condujeron a articular un nuevo discurso y a percibirse de manera distinta. Incluso lograron su independencia económica, tras darse cuenta de que no deben padecer y ser víctimas de la violencia, “cuando son el sostén de la casa”. Estas reflexiones derivaron en separaciones, divorcios e incluso algunas han optado por la soltería.
“Este panorama nos hace mirar a las mujeres con una gran capacidad para transformar su entorno, cuestionar las estructuras sociales y participar en partidos políticos, movimientos sociales, organizaciones campesinas y acceder a cargos públicos.”
Expuso que el objetivo de su investigación fue contar las historias de las mujeres tejedoras, quienes sistemáticamente han sido borradas de la historia del arte, que considera que su trabajo no es tal.
Por ello, su tesis se basó en el trabajo de campo realizado entre 2010 y 2013, periodo en el que tuvo la oportunidad de entrevistar a 17 mujeres pertenecientes a seis grupos de tejedoras, oriundas de los municipios de Tequila, Atlahuilco y Tlaquilpa.
Una de las conclusiones, indicó, es que no se puede estereotipar a las mujeres tejedoras, porque todas tienen características propias y viven distintos procesos de empoderamiento.
“Encontramos mujeres que empiezan a sentir orgullo en vez de pena cuando portan su traje típico, aquellas que han decidido no casarse, las que emprendieron un negocio o incursionaron a la política, que cuestionan, que se han puesto al ‘tú por tú’ con los caciques de la zona. Encontramos una pluralidad en las mujeres de la sierra de Zongolica”, reiteró.
Expuso que ahora entienden que son fundamentales para la reproducción y el mantenimiento de su cultura, de ahí que hayan optado por enseñar a los niños varones el uso del telar de cintura, “saben que si ellas no enseñan y comparten su conocimiento, su cultura morirá”.
Dijo que su tesis “es una enseñanza para la sociedad entera y un ejemplo claro de que cuando se lucha en estructuras desiguales e injustas, si no es posible transformarlas del todo, se puede sembrar la semilla de la conciencia. Éste es el mayor aprendizaje, su ejemplo es la mejor de las enseñanzas que me puedo llevar”.
Los premios son para la Facultad y la Universidad
A decir de Miguel Ángel, los premios que le otorgaron el INAH y Colmich no son un logro personal, sino resultado del trabajo en equipo con académicos y tutoras, “de las enseñanzas de mis maestros, de lo aprendido en las aulas, de lo que se vive en la Facultad. Estos premios son para mi Facultad y para la Universidad en la que crecí”.
La tesis premiada es consecuencia del arduo trabajo realizado a lo largo de dos años, uno dedicado a la investigación en campo y otro a la redacción, “pero valió la pena, aunque por momentos pensé que nunca la terminaría”.
Mencionó que dichos galardones son significativos e implican un gran compromiso social, ya que su trabajo destacó entre los realizados por estudiantes de prestigiosas instituciones de educación superior de todo el país.
Sosme Campos reconoció que la obtención del Premio “Luis González y González”, del Colmich, uno de los más reconocidos en el área de las humanidades, le cambió por completo la perspectiva sobre la antropología: “Ya no quería saber nada de la disciplina, por eso me metí a la Maestría en Ciencias Sociales (que actualmente cursa en el Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales), pero la vida me regresó al lugar donde pertenezco, a la sierra de Zongolica, donde sigo trabajando”.
Consideró que lo importante no es ganar premios y compartir el conocimiento sólo con estudiantes y maestros, sino retribuir a la comunidad involucrada en el trabajo de investigación.
“Quisiera seguir trabajando en proyectos dentro de la comunidad, retribuir a la Universidad a través del trabajo de difusión y hacer un poco de denuncia, pues en la sierra de Zongolica pasan muchas cosas porque las condiciones son un tanto adversas, no solamente para las mujeres, en general para toda la población”.
Mi vínculo con la UV es añejo
Miguel Ángel Sosme, oriundo de Coatzacoalcos, tuvo su primer acercamiento con esta casa de estudios cuando tenía entre 16 años, mientras estudiaba en el Centro de Idiomas y prestaba servicio social en la biblioteca del campus ubicado en su ciudad natal.
En el periodo que estuvo en la biblioteca, recordó, las secciones de Ciencias Sociales y Humanidades estaban olvidadas: “Cuando no tenía nada que hacer revisaba los libros de antropología, sociología e historia, y fue ahí donde nació mi gusto por las comunidades y particularmente por la cultura”.
Fueron las lecturas de algunos ensayos de Carlos Montemayor, y en especial el libro Hasta no verte Jesús mío, de Elena Poniatowska, que lo impulsaron a dedicarse al periodismo, primero, y después a la antropología social, disciplina que terminó por cursar en la máxima casa de estudios del estado.
“Leer sobre textiles indígenas fue muy importante para mí, porque me llevó a sentir pasión por el arte popular del país; trabajar con las mujeres que laboran el telar de cintura me ayudó a darme cuenta de todo el proceso creativo y de todos los avatares de la producción, de las estructuras injustas, del regateo, de la discriminación. Todo esto marcó mi gusto por la antropología y un día vi que la UV ofrece esta carrera”, narró.
Apoyo familiar
Tomar la decisión de estudiar Antropología fue un duro golpe para sus padres, comentó Miguel Ángel entre sonrisas, sobre todo para su papá, quien deseaba que su hijo cursara alguna de las ingenierías que se ofrecen en el campus Coatzacoalcos-Minatitlán.
“Recuerdo que compraron una casa cercana al campus para que mi hermana y yo estudiáramos alguna ingeniería. Mi padre dijo: ‘la universidad les quedará muy cerca’. Cuando les dije que estudiaría Antropología, les pegó muy duro, tardaron en asimilarlo.”
Sin embargo, dijo sentirse agradecido con su familia, porque lo apoyaron incondicionalmente a lo largo de toda la licenciatura, incluso hasta que concluyó su tesis. “Cuando estás consciente de este apoyo te esfuerzas más, yo me sentí un poco obligado a trabajar muy duro en la licenciatura”, compartió.
Al preguntarle si fue difícil su estancia en Xalapa, Miguel Ángel respondió que no extrañó Coatzacoalcos, dado que en la capital del estado pudo hacer las cosas que siempre quiso: estudiar pintura, un poco de cerámica e incluso tomar clases de canto. Además pudo visitar un sinnúmero de ocasiones el Museo de Antropología de Xalapa. “Mis papás sabían que estaba feliz, creo que por eso me apoyaron incondicionalmente”.