Las mujeres ahora tienen un rol doble en la sociedad, pero tendría que estudiarse por clase, etnia, etcétera
Lucero Mercedes Cruz Porras
Nancy Fraser es una de las voces con mayor impacto en los estudios de género y la teoría feminista dentro de la tradición académica contemporánea. La intelectual norteamericana ha develado, desde hace más de cuatro décadas, una corriente de pensamiento crítica que parte de la filosofía para cuestionar las identidades establecidas en torno a la mujer en la sociedad capitalista moderna.
En el marco de un debate efervescente sobre los valores culturales que ubican a las mujeres en un sistema de violencia cotidiana, la profesora de Ciencias Políticas y Sociales en la Nueva Escuela de Nueva York reflexionó acerca del proceso de configuración del feminismo como terreno de investigación a lo largo de su trayectoria.
Por ejemplo, hizo notar cómo las mujeres profesionistas de clase directiva o administrativa están contratando a mujeres pobres para realizar las labores domésticas en sus hogares y cuidar a sus hijos, acción con la que recrean “un tipo de división de clase en la que ofrecen un sueldo muy bajo, sin derechos ni protección laboral a mujeres vulnerables, creando una nueva cadena de represión”.
¿De qué forma se desarrolló el feminismo como campode estudios teóricos?
Hay que destacar que el feminismo como campo de estudios teóricos surgió de un movimiento social. Cuando era una estudiante recién graduada y una profesora joven se vivía un tiempo con intensa militancia del feminismo radical y del feminismo social con el cual yo simpatizaba; en ese momento generábamos preguntas con mucha profundidad teórica, tratábamos de entender la forma en que la subordinación de las mujeres funcionaba en la sociedad, cómo sus causas tenían raíces hondas y por qué era tan difícil cambiar esta ira institucionalizada.
En mi caso, traje una perspectiva no ortodoxa a mis cuestionamientos acerca del género, su relación con la igualdad, la segregación racial, las clases sociales y el capitalismo; en este sentido, comenzamos a asumir en grupo estas preguntas, más que teóricas como políticas, descifrando todo lo que estaba pasando y lo que deberíamos hacer. Después retomamos estos puntos cuando nos integramos a la academia; muchas de nosotras éramos muy activas en la fundación de programas de estudios sobre la mujer –que no existían como tales, ni siquiera eran llamados estudios de género.
¿Cómo fue el proceso de reconocimiento de esta actividad académica?
Cuando estábamos en la fundación de estos programas de estudio, yo estuve en contra de un cierto tipo de feminismo separatista, que dividía las cuestiones de género de los tópicos de raza, clase y capitalismo; por ello siempre traté de desarrollar el feminismo social, pero muchos colegas dentro de la academia tenían perspectivas distintas. Lo único que puedo decir es que fue una época muy emocionante, de mucho intercambio entre las disciplinas y el activismo, ello produjo un gran cambio que se explica por dos motivos.
Por un lado, las mujeres de la academia interesadas en el género comenzaban a especializarse más y este campo ya estaba en vías de normalizarse e institucionalizarse. Por otra parte, el movimiento feminista estaba en transformación, se convirtió –más allá de ser un movimiento social militante– en un grupo de interés que trabajaba, en lo que respecta a nuestro país, con el Partido Demócrata –que era más abierto que el Republicano– o con organizaciones no gubernamentales (ONG); entonces, el movimiento estaba cambiando y eso caracterizó un método de trabajo más académico y menos conectado con algún tipo de activismo militante.
¿Cambió también la recepción de su trabajo?
Nuestro campo de estudios es visto desde fuera de diversas maneras, pues hay muchos colegas que lo ven con escepticismo, generalmente compañeros ajenos al tema; en este punto hubo muchas dificultades, puesto que desde el inicio estuvo presente la idea de que los estudios de género no son realmente un campo académico, sino político, y que no pertenecen realmente a la universidad. En esa etapa, lo abordábamos principalmente mujeres, pero teníamos problemas constantemente en nuestros departamentos con otros colegas; yo era la única mujer en el Departamento de Filosofía y me miraban de forma sospechosa por mi interés en el género… éramos una minoría de profesoras que dentro de nuestras secciones nos encontrábamos aisladas, pero que nos uníamos por un interés compartido.
En cuanto a las redes interdisciplinarias, hubo algunas, como la antropología, con mayor cercanía a los estudios de género; pero áreas como las ciencias duras rechazaban este trabajo. El problema que surgió con esta división, fue que nos convertimos en una especie de gueto en el que sólo conversábamos internamente y fue negativo para disciplinas como la filosofía, que necesitaban la provocación de nuestras voces, y para nosotras, pues necesitábamos un mayor intercambio para desarrollar nuestras ideas. Actualmente la filosofía feminista es más aceptada en los Estados Unidos de Norteamérica, pero es mínima la apertura en comparación con otras vertientes de las humanidades.
¿Qué sucede con la mujer en el siglo XXI?
En oposición con los hombres, las mujeres tienen una responsabilidad abrumadora en cuanto a las labores domésticas y todo lo que conlleva la reproducción dentro de la sociedad; por otra parte, las mujeres son obviamente vulnerables a la violencia, a los asaltos sexuales… sin embargo, cuando se rebasan estas generalidades para una reflexión pormenorizada, es muy importante ubicar sobre qué tipo de mujer se habla en la contemporaneidad; no creo que se pueda hablar de un rol.
En el presente siglo ha devenido una tremenda afluencia de mujeres en la fuerza de trabajo remunerada, son números masivos –no son solamente mujeres jóvenes que trabajan por algunos años antes de casarse y tener hijos, o mujeres de la clase trabajadora que viven una presión económica fuerte–, son mujeres de todas las clases, etnias y estados civiles. Estas cifras son específicas de nuestro periodo y de nuestra forma de capitalismo, donde no se ha generado una repartición justa del trabajo doméstico: las mujeres actualmente laboran doble turno, tienen dos trabajos, y sufren grave problema de estrés por la falta de tiempo.
Por tanto, las mujeres ahora tienen un rol doble en la sociedad, pero tendría que estudiarse por clase, etnia, etcétera. Existe un sector significativo de mujeres profesionistas de clase directiva o administrativa que tienen una buena preparación –en algunos casos son profesoras en universidades, en otros son ejecutivas, abogadas–, este pequeño porcentaje tiene mucha influencia y una voz muy importante en la sociedad, debido al privilegio de la educación. No obstante, estas mujeres que reciben un sueldo razonablemente bueno, contratan mujeres pobres –muchas veces inmigrantes– para realizar las labores domésticas en sus hogares y cuidar a sus hijos; entonces entablan un tipo de división de clase en la que ofrecen un sueldo muy bajo, sin derechos ni protección laboral, creando una nueva cadena de represión.
En cuanto a la academia y la comunidad científica, puedo comentar que las mujeres siguen mostrando muy bajos índices de representación en los cargos altos. Creo que ha habido un cambio en el feminismo que confunde las necesidades e influencias del pequeño grupo de mujeres adscritas a los cargos de poder –dentro de su vida profesional–, con las perspectivas de todas las mujeres.
¿Cómo hablar de equidad en un país como México, con elevados niveles de violencia de género?
La forma de hablar sobre equidad es decir que no la tenemos, la susceptibilidad a la violencia es un sensor fundamental de su existencia; la igualdad medida en manos de otros es un signo de que hay grupos que no viven un estado pleno de derechos, no gozan de protección legal por parte del Estado y no tienen alternativas para salir de algún ciclo de abuso que no les permite tener libertad ni una calidad de vida estable. México tiene muchas crisis de violencia paralelas –como la del narcotráfico– que se vinculan y expresan también con la de género; entonces, empezar a tratar la equidad desde su vulnerabilidad y falta de condiciones de justicia es asertivo para adentrarse en el problema de la discriminación en materia de diversidad sexual.
Tengo que decir que en mi experiencia de vida he notado que se han logrado avances remarcables en cuanto a derechos, como el del matrimonio igualitario, que a pesar de que muchas personas se han posicionado en contra se ha logrado establecer; no creo que este derecho pueda ser arrebatado fácilmente a la población gay, porque es una decisión que muestra un progreso constitucional. Ver el rostro humano de este tipo de conflictos, visibiliza y cambia estructuras sociales; la gran pregunta –al menos en los Estados Unidos de Norteamérica– tiene que ver con las personas transexuales que sufren segregación en los espacios públicos –hasta en las mismas universidades.
¿Cuál es su línea de trabajo más reciente?
Trabajo en un marco de análisis de la crisis actual del capitalismo, una crisis que, además de ser económica, se relaciona con el impacto ecológico, los problemas de estrés laboral que repercuten en las mujeres y las nuevas formas de cuidado e interacción para las próximas generaciones de familias, y por supuesto, con la crisis política que desdibuja consecuencias terribles para la democracia.
Todos estos asuntos de gravedad son aspectos de una misma crisis compleja que está arraigada en el capitalismo, particularmente en la forma en que lo vivimos, que es el capitalismo financiado y el neoliberalismo. Estas formas ponen muchas presiones en el planeta; en este hábitat donde los humanos, la naturaleza y los animales nos desenvolvemos en un orden político pobremente democrático, que empuja a las personas hacia la desposesión de la tierra, de los servicios públicos, de su tiempo… y de su vida misma.