Las mujeres todavía no son individuos de pleno derecho, sostuvo la jurista española
“Creo que estamos mejor que nunca, aunque a veces da la impresión de que estamos como siempre”
«Que una mujer tenga derecho a gobernar por ser una ciudadana cualquiera y se apoye exclusivamente en sus méritos, es una gran novedad”
«Hay mucha gente a la que no le gusta la agenda feminista, entre otras cosas porque pierden privilegios”
Adriana Vivanco
Las mujeres de hoy pertenecemos a la tercera gran ola del movimiento feminista y somos afortunadas porque hemos encontrado gran parte del trabajo hecho, aseguró en entrevista Amelica Valcárcel y Bernaldo de Quirós, jurista y filósofa española quien en marzo de este año recibió el Doctorado Honoris Causa por la Universidad Veracruzana.
La autora de Del miedo a la igualdad compartió con Universo su opinión acerca de la relación entre la religión y el feminismo, las perspectivas actuales de este fenómeno político y la lucha por afianzar la solidaridad entre las mujeres.
¿Se puede ser feminista y no morir en el intento?
Nosotras pertenecemos a la tercera ola feminista. La primera fue exclusivamente polémica y se ubica desde el último tercio del siglo XVII hasta la Revolución Francesa, que son 120 años; ahí puedes estudiar la manera en que el feminismo se presentó como parte de la Ilustración.
Éste fue un movimiento polémico y maravilloso que agitó nuestro mundo, ahí el feminismo concurrió por primera vez, pero sólo como base polémica; es decir, lo que le importaba a la gente era hablar de manera intelectual y abstracta de un mundo en que las mujeres tuvieran otras libertades y oportunidades que ahora no tienen, pero nadie esperaba que eso se resolviera, sólo esperaban poder debatirlo.
El debate fue magnífico porque incorporó terminología que luego vamos a utilizar, fue un gran almacén de argumentos con autores espléndidos. Una de las mayores clásicas fue Mary Wollstonecraft, pero antes Poullain de la Barre en 1673 y todos los pensadores ilustrados se manifestaron sobre este asunto.
Cuando la Revolución Francesa dio paso al Estado liberal burgués, las cosas cambiaron muy poco y las mujeres quedaron privadas de cualquier derecho, pues lo que se reconoció cuando apareció esa primera ola feminista concluyó con el régimen de Napoleón, quien hizo leyes racionales que se sometieron a un número limitado de códigos, basados en el Derecho Romano.
En sus grandes códigos las mujeres se convirtieron en muertas civiles, sin derecho a la propiedad, sin patria potestad ni libertad de movimiento, sin poder elegir dónde vivir. Si eran casadas, estaban sometidas a su marido; si eran jóvenes, a sus padres; si eran viudas, a la potestad de sus hijos.
Como resultado de esto, varios delitos fueron imputados a las mujeres, como el adulterio o el aborto. La influencia de estos códigos se mantuvo hasta épocas recientes. Por ejemplo, hasta 1981 la ley española permitía a un marido dar en adopción a sus hijos sin el consentimiento de la madre, o recurrir a la “corrección marital”, es decir, golpear a su esposa si creía que ésta no cumplía con sus deberes.
Yo viví en una España en la que si una mujer era acusada de adulterio iba seis años a la cárcel, hubo que enfrentarse a aquello y no es ninguna broma. ¿Cómo no morir en el intento? El gran feminismo ilustrado tuvo después esta invalidación civil absoluta, pues el feminismo sufragista tuvo que conseguir los derechos educativos, los derechos civiles y los derechos políticos, de tal manera que nosotras, las de la tercera ola, ya nacemos con todo eso hecho, así que no estamos tan mal.
Si pudimos ir a la universidad sin que nos pasara nada, fue gracias al movimiento sufragista; si pudimos acudir a una urna y votar, fue también gracias a dicho movimiento. Creo que estamos mejor que nunca, aunque a veces da la impresión de que estamos como siempre, pero si nos comparamos con cualquier otro lugar donde no haya habido ni ilustración ni sufragismo, nos daremos cuenta de cuál es la terrible diferencia.
¿Por qué eligió el feminismo como bandera de lucha?
Elegí la democracia, más bien. Yo nací en un país que estaba gobernado por una dictadura
que provenía de la Guerra Civil, que fue la peor de las contiendas. Fui una jovencita educada en un país donde imperaba el silencio, de política no se hablaba y todo estaba en manos de la Iglesia, por ejemplo la educación de las niñas. Era más o menos como en Irán, era un lugar con una enorme falta de libertad.
Creo que cuando todas las jóvenes se dan cuenta –a los 12 o 13 años de edad– que les espera un destino de obediencia, de necesidad de agradar, de falta de libertad, tienen que tragarse esa amarga sabiduría y su vida tomará una vía u otra, dependiendo de cómo desean hacerlo.
Eventualmente las jóvenes tienen un momento de enorme rebeldía contra ese destino, pero la rebeldía sola no basta. Es muy fácil acabar con la rebeldía individual; una rebeldía política en unión con otras personas es distinta. Lo que me hizo entrar al feminismo fue la idea de que en mi país el régimen debía ser cambiado por una democracia, y cuando me uní a otra gente en la clandestinidad para luchar por esa democracia me encontré que, en efecto, todos pensaban que había que cambiar la situación, pero opinaban lo mismo que mis padres respecto de lo que la mujer tenía que hacer.
Entonces sufrí un shock, no me explicaba cómo era posible que alguien se creyera a la vanguardia de la innovación, sin preocuparse ni advertir la enorme discriminación existente en razón del sexo, que es fortísima y que padecen las mujeres.
En aquel momento, las leyes civiles de España condenaban a las mujeres, no tenían derecho alguno y el derecho penal estaba sobrerrepresentado para ellas.
Me hice feminista por puro sentido de la justicia, pues no puede ser que el simple hecho de nacer mujer te condene a un destino abierto, pero esto es lo que pasa en la mayor parte del planeta, ser mujer condena a muchísima gente a un destino que nunca elegiría.
¿Considera que un proyecto feminista tiene puntos vulnerables?
No los tiene, lo que sí tiene son muchas enemistades, hay mucha gente a la que no le gusta la agenda feminista, entre otras cosas porque pierden privilegios. También hay personas para quienes un simple cambio resulta demasiado turbador, les gustan las cosas como las vieron siempre y no creen que haya que mejorar nada, pues está todo muy bien.
El feminismo no tiene puntos flacos en específico, pero tiene alguna que otra fuerte enemistad; por ejemplo, las religiones son repositorios o reservas normativas de lo que la gente debe o no debe hacer y no hay ninguna que sea feminista, absolutamente ninguna.
¿Hay alguna posibilidad de coincidencia entre el feminismo y las religiones?
Si nos limitamos a las grandes formas religiosas civilizatorias, es decir, a los tres grandes monoteísmos (judaísmo, cristianismo e islamismo), veremos que en todas sus sociedades la religión ha dado sentido al mundo. ¿Hasta cuándo? Hasta la Ilustración europea, que se deshace de todo el lenguaje religioso, no porque va a acabar con la religión, sino porque dice que no vamos a admitir que la verdadera explicación del mundo esté dada por los relatos religiosos.
Entonces suponemos que la religión da el sentido moral. Si la religión dice que hay que apedrear a la mujer adúltera, ¿esto es realmente el sentido moral? Entonces hay dos tipos de religiones: las que dicen que eso es alegórico, que eso es un mal entendimiento que viene del pasado; y otras que dirán que es palabra de Dios, así que procederán a apedrear a la mujer.
Cuando una religión se ha tenido que medir con la ilustración con la idea de que todo puede ser sometido a examen, a debate y a diálogo, ha tenido que librarse de sus aspectos más feroces y transformarse en otro tipo de civilidad. Otras religiones están en su estado natural y no admiten ninguna idea que no conste en sus textos de una forma clara y admiten todo lo que está ahí, aunque sepamos que es brutal.
El problema es lo que la gente dice de Dios, pero como dice San Pablo en una epístola, a Dios nadie lo ha visto, vemos a la gente con la que anda, y mucha de ella es impresentable.
¿Las mujeres seguimos siendo vulnerables a la represión individual en aras del bien comunitario?
Las mujeres no tenemos todavía el estatuto completo de individuo, incluso en una sociedad tan abierta e igualitaria como la nuestra, pues lo es a pesar de lo que hemos sido.
Las mujeres todavía no somos individuos de pleno derecho, seguimos teniendo deberes especiales, nuestro “yo” sigue hormado de otra manera y nuestra seguridad siempre es menor, porque estamos siempre bajo el juicio y la mirada de otro, aunque no queramos, o bajo los fantasmas que alguien acumula en su cabeza.
Después de 300 años de lucha feminista, ¿qué logros se han alcanzado en lo académico, político y cultural?
En el ámbito político, la presencia pública, y a título democrático poder gobernar, porque alguna mujer gobernó en las sociedades arcaicas, y en las sociedades del ancien régime, pero gobernaban porque pertenecían a líneas carismáticas, a las cuales por permisión divina les había sido encargado el gobierno.
Lo mismo sucedía en los años sesenta y setenta en Asia, que estaba gobernada por mujeres; mientras que en Europa y América nos parecía muy extraño. Había más mujeres, todas en Oriente, que provenían de familias carismáticas: Indira Gandhi, Benazir Bhutto, Sirimavo Bandaranaike; no eran mujeres a las que el poder perteneciera por vía democrática, sino por carisma. Que una mujer tenga derecho a gobernar por ser una ciudadana cualquiera y se apoye exclusivamente en sus méritos, es una gran novedad todavía en trámite, porque tenemos pocas presidentas y su vida es amarga, fíjense en Dilma Rousseff o Michelle Bachelet.
La presencia en la alta educación es un 60-40; 62 por ciento de las mujeres y el 38 de los varones son los que tienen educación superior, esto es una novedad absolutamente antropológica, no ha habido ni una sola sociedad en donde las mujeres tuvieran mayor educación que los varones, y no sabemos qué puede producirse de ahí, porque eso es una novedad total.
¿Todavía existen conflictos de solidaridad entre las mujeres?
Muchos, porque los varones no necesitan solidaridad entre ellos, es decir, para ser machista, para ser patriarcal, para mantener el patriarcado vivo, los hombres no necesitan una solidaridad asertiva, sólo comportarse de una determinada manera.
Ellos tienen esprit de corps, lo que ahora las mujeres no pueden tener, porque no tienen nada entre ellas. Las mujeres necesitan solidaridad porque no tienen esprit de corps, no tienen nada en común. ¿Qué tienen en común quienes están en una posición subordinada? Nada. ¿Qué les enseñó el feminismo a las mujeres? A respetarse a sí mismas, a olvidar que las han puesto en un casillero y que les han enseñado a desconfiar de todas las demás y odiarlas un poco, porque ése es el juego que permite que sigas dominada. Creo que la solidaridad no es inmediata, es una virtud reflexiva.
¿Cuáles son los retos que enfrenta ahora el feminismo?
Nada menos que la globalización. Estamos acostumbrados a decir que estamos en un momento difícil donde las grandes decisiones que rigen el mundo están marcadas por el uso de los depósitos energéticos; esto es, las materias primas están en el fondo de todos los enfrentamientos violentos que se producen en el planeta.
En el fondo, ¿quién tiene qué?, ¿quién puede venderlo y a quién?, nos explica la geopolítica; entonces nuestro mundo está marcado por la tensión de lo que podríamos llamar la era del petróleo.
¿Es verdad que nuestro mundo se enfrenta sólo por los recursos energéticos o realmente tenemos una gran fractura civilizatoria entre las sociedades que admiten –aunque sea tentativamente– que las mujeres son sujetos de pleno derecho y que la religión no debe hormar el conjunto social, sino los pactos libremente asumidos a los que llamamos constituciones, y las sociedades que piensan que existe un buen orden deseado por Dios y que un libro inspirado por él es con lo único que se puede gobernar?
Entonces vemos que las mujeres están en la línea de fractura, a muchas sociedades no les gusta nuestra libertad, no les gusta nuestra igualdad. En determinados países nos miran raro porque tenemos una pinta occidental que se evidencia, aunque no tuviéramos la tez o el pelo de cierto color o forma, a las mujeres occidentales nos ha cambiado el cuerpo.
Cuando voy a hacer investigaciones a algunos países no me queda más remedio que ocultarme un poco y tratar
de ponerme a juego con el ambiente, porque de ser posible no tienes que llamar la atención.
Al principio noté que no lograba mi objetivo, siempre me acababan descubriendo, incluso aunque me pusiera ropa local. ¿Dónde estaba la diferencia?, ¿era por mi peinado? No, era la disposición del cuerpo, la manera en que miras y caminas, la seguridad con la que pisamos el suelo. Los cuerpos encarnan la libertad y cualquiera que vea a las mujeres occidentales verá realmente una manera determinada de ponerse de pie en el mundo, lo cual en otras culturas no existe y ni siquiera muchos varones pueden manifestar esa posición de cierto orgullo al pisar la tierra.
Con esto quiero expresar que las ideas son mundo, están encarnadas en el espacio y en el tiempo; nuestros cuerpos mismos son ideas, traslucimos mucho de lo que creemos simplemente en la forma que miramos y hablamos, en cómo nos dirigimos a alguien, y esto es una novedad tal para las mujeres: poder sentarse como un “yo”, pues yo no soy tú, no soy tu nada; yo soy yo, no soy tu hermana ni tu madre, tampoco tu sierva ni tu ángel de la guarda.
Eso trasciende y hay mucha gente a la que no le gusta, en nuestro mundo también tenemos alguna, siempre hay alguien resistente al cambio, a quien no acaba de gustar que después de todo queramos mirar cara a cara lo que haya, porque la cosa más hermosa de este mundo es el saber y es uno de los grandes retos y de lo que más podemos estar realmente orgullosas.
Gracias al trabajo del feminismo, para mí es una satisfacción haber llegado a un mundo que me permite hacer lo que más me gusta: saber, ver, conocer, ordenar, investigar, diagnosticar, poner una experiencia entera en un orden
tal que se vuelva comprensible. Eso es fantástico.