De joven casi no asistía a clases y su generación se burlaba de sus profesores
Edgar Onofre
Al pensador francés Gilles Lipovetsky le gusta, y mucho, la obra del novelista, también galo, Michel Houellebecq. La última semana de abril, el teórico del hiperconsumo contemporáneo visitó durante varios días la Universidad Veracruzana para participar en la Feria Internacional del Libro Universitario (FILU) 2015, así como en otra buena cantidad de eventos.
Durante su visita, celebró una reunión multitudinaria con estudiantes del Área Académica de Humanidades. Presentó su último libro, La estetización del mundo. Recibió el Doctorado Honoris Causa de esta casa de estudios.
Atendió a los medios, lo mismo en rueda de prensa que en exclusiva, y aún se dio tiempo para compartir reflexiones teóricas y pasajes más íntimos sobre su historia personal e, incluso, hablar de sus gustos literarios. “Casi no leo novelas”, dijo al respecto.
“Tengo una sensibilidad quizá demasiado sociológica. La ficción no me interesa mucho, no me gusta perder contacto con la realidad”.
En una de las últimas concesiones que tuvo para con la prensa, aceptó hablar sobre Houellebecq y sobre él mismo a las afueras del Complejo Deportivo Omega, el nuevo recinto de la FILU, vestido de jeans y una playera de algodón, en medio de una oleada de calor inusual en Xalapa y una kermés de mosquitos, sentado en cualquier lado, a la sombra de una puberta jacaranda y tomando un café local en compañía de Magali Velasco, coordinadora de la FILU.
“(Houellebecq) me gusta. Mucho. Hace preguntas verdaderas. Es un novelista que no se contenta con contar historias, con sólo la ficción; tiene una mirada muy pesimista sobre el mundo de hoy, pero extraordinaria. ”Para mí, es el escritor francés más interesante, por mucho.
Tiene el sentido de ver aquello que está cambiando el mundo y lo he leído con gran gusto, aunque no estoy de acuerdo con esa visión que es demasiado pesimista”, argumentó respecto del más polémico de los autores europeos. “No digo que los novelistas sin esta visión sean malos, cada quien hace lo que quiere y puede, pero estoy convencido de que Houellebecq es un novelista que se leerá en el futuro.
Así como Zola, como Balzac, que hablaron del siglo XIX y lo hicieron de tal forma que cuando queremos comprender este siglo los leemos a ellos y a Maupassant. Creo que Houellebecq es de este tipo de escritores.” Lipovetsky atendió a todos durante su visita.
Charló sobre su obra, sobre las marcas y los supermercados, el consumo, el placer; defendió la educación y la libertad y, en la siguiente entrevista, habló un poco sobre sus años de juventud y su personal descubrimiento de sus temas y su obra.
¿Recuerda cuáles eran sus preocupaciones en sus años de estudiante en la Sorbona?
Como muchos estudiantes de la época, estaba en el marxismo, milité en organizaciones de extrema izquierda pero fui sensible a la sociedad que cambiaba y eso, probablemente, fue lo que me condujo a analizar la sociedad.
En aquella época, las cuestiones que me preocupaban y los autores que leía eran Marx, Freud, como muchos de esa generación… Recuerdo que era una generación que se burlaba de los profesores y recuerdo que yo casi no asistía a los cursos, lo hacía todo solo.
Fue una época marcada por el espíritu contestatario. En aquel entonces uno gustaba de autores que no eran académicos, que no te enseñaban en la universidad. Leí autores sobre la revolución y sobre la (hoy extinta) URSS, pero es cierto que no leía mucho a los filósofos que debía leer.
En ese entonces, estuve cerca de un autor que conocen en México, (el filósofo posmoderno) Jean François Lyotard. Fuimos muy amigos, nos conocimos muy bien, él era una persona impresionante, encantadora y muy seductora; fue él quien me introdujo en la cúpula revolucionaria de la época.
Éramos un grupo pequeño. Apenas sumábamos 20 miembros y creíamos que íbamos a cambiar al mundo. Aunque, verdaderamente, no fui un militante serio.
¿Es posible para usted ubicar el momento en que se encontró con
sus temas y, en general, consigo mismo como autor?
Probablemente fue entre 1975 y 1980. Comencé a hacer pequeños análisis y también fui muy cercano a Jean Baudrillard (filósofo posmoderno).
Lo veía seguido, hice mis primeros artículos a partir de sus estudios y por ese entonces también leí autores norteamericanos que me introdujeron a la cuestión narcisista, a finales de los años setenta.
Leer a los americanos fue muy importante, pero lo hice a través de los lentes, del modelo de interpretación de (Alexis) Tocqueville (pensador decimonónico).
Fue a partir de entonces que mi reflexión tornó al individualismo. En 1968-1969 tomé el paradigma del individualismo que recuperé de Tocqueville y lo apliqué a la sociedad contemporánea.
Las preguntas fundamentales de la filosofía, ¿las resolvió, las abandonó? Por ejemplo, la pregunta fundamental de Albert Camus…
Leí a Camus pero no me influyó. Los autores que sí lo hicieron fueron Marx, Nietzsche, Freud. Soy un filósofo, pero mi objeto de estudio no son cuestiones de la filosofía, sino las transformaciones del mundo.
Evidentemente, pensaba en estos temas cuando hice el libro sobre la felicidad (La felicidad paradójica, 2007), que es un tema filosófico, y pensaba en términos de la tradición filosófica; pero mi objeto de estudio es el mundo real, el mundo histórico, no el de hacer comentarios o interpretaciones sobre otros filósofos.
Lo que más me nutre es la observación, así que no soy un buen filósofo. Mi método integra el empirismo y la observación de la realidad. Los filósofos son totalmente abstractos y reflexivos, y yo estoy en un vaivén entre las cuestiones abstractas y la observación concreta.
Pero cuando me hacen este tipo de preguntas no sé qué responder. El tema no me interesa demasiado. No sé si soy filósofo, sociólogo o antropólogo. La pregunta no tiene importancia alguna, ésas son sólo etiquetas sin importancia.
Leer a los pensadores posmodernos parece llevar a la desolación, pero los mensajes que ha dirigido están llenos de vida. ¿Nos equivocamos al leer a los posmodernos?
Yo no soy un pensador hipercrítico. Lyotard y Baudrillard hicieron la crítica de acuerdo con el marxismo dogmático y así se mantuvieron.
Yo lo hice de una forma nueva: trasladé esta crítica a la sociedad pero no como un marxismo estalinista, sino como uno que me llevó a interpretar al mundo con un criterio que no es exclusivamente crítico. Baudrillard y Lyotard son hipercríticos con el mundo moderno, pero mientras los leía reflexioné sobre cosas como su concepto de alienación.
Después de esto me pregunté qué quiere decir la alienación hoy día, ¿estamos todos alienados por el sistema? Poco a poco propuse mi propia lectura de las cosas, no tan hipercrítica, porque creo que el mundo como lo conocemos es paradójico, tiene partes contradictorias y la tarea de los intelectuales es mostrar la complejidad y no la simplicidad, no simplificar el mundo.
Los medios siempre están simplificando la realidad. Un pensador no debe ser un ideólogo. Cuando veo el mundo de hoy veo cosas que están muy mal, es cierto, pero no todo es malo. La pobreza, el clima, el drama individual, los conocemos bien, pero también hay otras cosas.
Es la razón de por qué no soy hipercrítico, porque no considero el mundo como fundamentalmente malo. No es bueno, pero tampoco malo. Además, para mí es importante entender que estamos hablando de otra generación, en términos intelectuales.
La de Baudrillard y Lyotard fue una generación de jóvenes formados antes de la guerra, en el concepto de la revolución, pero ésta ya no tiene más sentido.
Yo no quiero la revolución porque ahí donde la hemos visto, ahí están los resultados: el país más revolucionario de América Latina es el más miserable. El capitalismo no tiene visa y también aportó bienestar, libertades. Hace falta una visión crítica del capitalismo pero no una hipercrítica.
La visión hipercrítica del capitalismo lo suprime del todo, pero una visión crítica diría que hay cosas nada buenas que debemos cambiar, pero que no todo es malo. Entonces, hace falta la crítica del pensamiento hipercrítico porque éste aportó mucha infelicidad.