Melissa Montaño Pérez
José Saramago (1922-2010) debe ser uno de los escritores más rebeldes de la literatura, gramaticalmente hablando. Y sí, muchos dicen “él puede hacer lo que quiera”, porque luego de ganar el Premio Nobel de Literatura hace 19 años, de volver invidentes a sus lectores de Ensayo sobre la ceguera (1995), y de hacernos reflexionar sobre las intermitencias de la muerte en un país donde ya nadie se muere, podemos decir que el portugués tuvo el derecho a escribir como quiera. Después de todo, quién, si no él, para cuestionar a la humanidad con ese tono tan irónico y que tan bien manipuló.
Lamentablemente, ese derecho a publicar historias sin puntos apartes o finales y suspensivos, signos de interrogación, guiones de diálogo y párrafos, no le es concedido a cualquiera que tenga la osadía de hacerse llamar “escritor”. Por ende, quienes aún estamos a la merced de las reglas gramaticales para que nos publiquen nuestras “vergüencitas”, estamos también sujetos a una especie de verdugo encargado de mutilar nuestros escritos, con la excusa de darle un mejor estilo al mismo, o eso dice él.
Y sí, hablo del corrector de estilo, no del editor, porque esta figura ya es algo grave, aunque sí hay que darle su crédito en este reportaje.
Este texto tiene el propósito de mostrar al lector cuál es la importancia de la labor que realiza el corrector de estilo. Para ello se entrevistó a tres académicos de la Universidad Veracruzana (UV), quienes han estado en los zapatos del escritor pero también del corrector, e incluso del editor.
Ángel José Fernández Arriola y Elizabeth Corral Peña, director e investigadora del Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias (IIL-L), respectivamente, así como Agustín del Moral Tejeda, todos profesores de la Facultad de Letras Españolas, charlaron con Universo para compartir sus opiniones sobre el trabajo del corrector de estilo, con base en sus conocimientos y experiencias personales.
Al preguntarles sobre la importancia de que un texto antes de ser publicado pase por un proceso de corrección, Elizabeth Corral afirmó que dicho filtro es necesario para detectar errores gramaticales y ortográficos, y darle un aspecto pertinente al texto, pero aclaró que, en su opinión, el tipo de correcciones que se haga al mismo dependerá del tipo de escrito que éste sea, pues no es lo mismo corregir un texto literario que uno técnico.
El Director del IIL-L, por su parte, dijo que dicho proceso es básico y mencionó la Regla de Oro de las artes gráficas: “Un manuscrito limpio, casi siempre implica una edición limpia, mientras que un manuscrito sucio o defectuoso ofrece demasiados problemas para realizar el trabajo de producción editorial”. Por ende, es importante que cualquier manuscrito que sea sometido a una revisión editorial, sea presentado en limpio, depurado, libre de vicios del lenguaje, repeticiones, errores gramaticales, etcétera, cuya labor corresponde al corrector.
Agustín del Moral opinó que la importancia de esta labor es presentar al lector un texto lo más claro posible, asegurando su mayor legibilidad posible.
Sobre las habilidades que el corrector debe poseer para desempeñar tal encomienda, los entrevistados coincidieron en que éste debe tener un conocimiento suficiente del lenguaje y su gramática, sintaxis, redacción, así como un criterio y un bagaje amplios; en el caso de corregir un texto de un área con la que no está familiarizado, debe informarse adecuadamente sobre el tema.
Del Moral Tejeda afirmó: “Existe una relación directa entre una buena redacción y una buena corrección: quien redacta bien, corrige bien”.
Mientras que Fernández Arriola expresó: “El trabajo del corrector de estilo es un poco cruel, si el trabajo es eficiente y bueno, no se nota. Pero cuando el trabajo es defectuoso o se pasa alguna errata, hay algún problema técnico o inconsistencia, el corrector es quien paga las consecuencias, es el culpable de ese error”.
Otro aspecto en que coincidieron los entrevistados fue en el respeto que el corrector debe tener por el texto, el sentido del mismo, y por el estilo del autor. Así lo afirmó Agustín del Moral: “De entrada, hay que preguntarse: ¿el reportaje o el ensayo histórico viene con un estilo?, ¿el autor tiene un estilo? Es lo deseable. A veces no necesitas saber el nombre del autor del texto; a veces es cuestión de empezar a leer e inmediatamente sabes de quién se trata. Pienso, por ejemplo, en Julio Scherer y los diálogos que construye (o reconstruye), esos diálogos armados a base de frases breves y contundentes; su estilo es inconfundible y ahí qué puedes o debes corregir. Nada. Al contrario, debes respetar el estilo al máximo. Pero a veces también sucede que el texto o el autor simple y llanamente no tienen estilo. En este caso, creo que el corrector puede sentirse en entera libertad de corregir. No se trata, por supuesto, de crear un estilo donde no lo hay, simplemente, de corregir con libertad”.
Por su parte, Ángel José Fernández explicó que, en algunas ocasiones, el autor ha trabajado tanto tiempo en su texto que ya no lo lee, “simplemente pasa la mirada por encima” y no detecta ciertos errores ortográficos y sintácticos, tampoco de estilo. Es en este momento, según él, cuando el corrector debe estar alerta y ser capaz de detectar aquellas equivocaciones que se han escapado.
Elizabeth Corral mencionó que uno de los errores más comunes que el corrector comete a la hora de llevar a cabo su labor es “darse más atribuciones de las que tiene y decidir cambiar más de lo que debe; caer en la hipercorrección o en el descuido, no leer con atención”.
Mientras que Ángel José Fernández opinó que otro error es aplicar su estilo personal en un producto que no es suyo; añadió que se debe tener siempre un respeto absoluto por los textos que llegan a sus ojos.
Ahora bien, en ocasiones tendemos a confundir la figura del corrector de estilo con la del editor. Sobre este punto, Agustín del Moral expresó: “El corrector se mete a las entrañas del texto y a eso se limita: a limpiarle las entrañas; el editor, además de esto, debe tener la capacidad de salirse de las entrañas y de mirar el texto con la idea de tener de él otra perspectiva y desde ésta debe buscar mejorarlo en otro sentido, más que de forma, de fondo.
”Digamos que su objetivo es o debe ser enriquecerlo, hacerlo más universal, más accesible o comprensible en su espacio natural y en cualquier otro espacio al que sea trasladado. Un editor, entonces, va más allá de la mera corrección. Interviene el texto (o interviene en el texto), tiende puentes entre el autor y el lector, le entrega al lector un texto con más y más ricas posibilidades de lectura. Un editor lleva en sí un buen corrector; un corrector no necesariamente deviene en un editor.”
Por su parte, la investigadora del IIL-L dijo que esta figura engloba diversas actividades, pero su principal responsabilidad es “tener un sentido de la forma, no solamente del estilo del texto, sino del conjunto que conforma un texto”.
En tanto Ángel José afirmó: “El corrector de estilo depura el manuscrito, hace las marcas para la imprenta, revisa la puntuación y afina el original para que vaya limpio a la formación. El editor no sólo revisa lo que hizo el corrector, también propone un diseño, propone un tipo, un tamaño de caja o de tipografía, inclusive un tipo de papel o un formato”.
Con relación a los beneficios que traen a los correctores de estilo las nuevas tecnologías, la investigadora respondió que éstas facilitan el trabajo dado que ofrecen diccionarios y gramáticas digitales, así como información inmediata sobre cualquier tema, y recomendó siempre verificar la fiabilidad de la fuente de la que se extraen determinados datos.
Mientras que Ángel José Fernández mencionó que estas tecnologías “abaten tiempos”, agilizan la corrección, además de que ofrecen mayores opciones de diseño que se pueden utilizar en la edición de algún producto artístico, como el InDesign.
Finalmente, cuando le preguntamos al Director del IIL-L qué consejo daría a quienes desean dedicarse a la corrección de estilo, expresó: “Deben ser neuróticos. Un neurótico se fija más en los detalles del texto. Descubre con mayor rapidez los errores; revisa, revisa y revisa”.
Señaló que debe tener mucha información sobre el tema del material que corrige y conocer de cerca las artes gráficas, las técnicas de los procesos de la producción editorial.