Cuando hablamos de la Universidad en general solemos referirnos a ella como el alma mater, alma mater es una locución latina que significa “madre nutricia” o “madre que alimenta”. La Universidad, entonces, nos nutre o nos alimenta intelectualmente.
Esta expresión se usaba en la Antigua Roma para hacer alusión a la diosa madre. La raíz latina mater también está en el origen del vocablo “matrícula”, en este caso a partir del diminutivo de matrix (“matriz”), que es, precisamente, matrícula. En este caso, el sentido apunta a que la Universidad alimenta de conocimientos y cuida de sus alumnos.
¿Por qué —me pregunto— la Universidad ha alcanzado tal importancia y tal trascendencia en el imaginario social del mundo entero? ¿Por qué no las han alcanzado otras instancias escolares y educativas como la primaria, la secundaria o la preparatoria? ¿Por qué reviste tanto valor llegar a la Universidad y formarse en ese nivel?
Desde mi punto de vista, porque la Universidad es, por así decirlo, la culminación, el último escalón, el paso definitivo de todo un proceso de formación académica, humana y social que nos prepara profesionalmente para desarrollarnos como individuos y para cumplir una función en el seno de la sociedad en la que nacimos, crecimos y nos desarrollamos, y a la que debemos servir con capacidad, honestidad y entrega. Si me permiten la imagen, puedo afirmar que la Universidad es el puente que nos lleva de nuestro primer hogar: nuestra familia, a nuestro segundo y definitivo hogar: la sociedad, nuestra sociedad.
Pero creo que hay una segunda razón que explica la importancia y la trascendencia que a lo largo de la historia ha alcanzado la Universidad. Y creo que es el hecho de que a ella llegamos y en ella alcanzamos nuestra mayoría de edad. Y cuando hablo de mayoría de edad me refiero no sólo a nuestra edad biológica o física, esa edad en la que ya somos hombres o mujeres en plenitud de facultades. Tampoco hablo, única y exclusivamente, de la edad cívica, esa edad que nos concede la condición de ciudadanos y que nos permite participar de la vida política de nuestro país y elegir a nuestros gobernantes en todos sus niveles. Estas dos edades son importantes, por supuesto, y juegan un papel determinante en nuestras vidas.
Pero a estas dos categorizaciones yo le agrego una tercera mayoría de edad. Y me refiero a ella como la mayoría de edad emocional, la mayoría de edad que permite hablar de nosotros como seres maduros, como seres conscientes del paso que hemos dado, como individuos que elegimos, voluntaria y razonadamente, la profesión en la que habremos de formarnos, en la que habremos de sentirnos a gusto con nosotros mismos, y que habremos de poner al servicio de nuestra sociedad.
Se trata de una mayoría de edad clave, decisiva, definitoria. De ella depende nuestro futuro como individuos, como profesionales y como integrantes de nuestra sociedad. Hemos tenido tiempo suficiente para alcanzarla y para, a partir de ella, tomar la decisión que nos habrá de marcar para siempre. Hemos ascendido, para ello, todos y cada uno de los escalones previos, hemos dado todos y cada uno de los pasos que hoy, felizmente, nos tienen a las puertas de la Universidad.
En este sentido, necesitamos, además, contar con la seguridad de que el alma mater, el alma nutricia que alimente nuestra formación profesional, sea una Universidad con capacidad humana y material para responder a nuestras expectativas, a nuestros intereses, a nuestras necesidades. Aquí radica otro hecho clave en nuestro futuro. De la elección que en este terreno hagamos depende buena parte de nuestra vida adulta.
De todo esto está consciente la Universidad Veracruzana, la Universidad que a partir de hoy y durante varios años tomará en sus manos su formación profesional. Es una Universidad joven, es cierto. Pero es una Universidad que en sus cortos 73 años de vida ha sabido forjarse una historia, un reconocimiento y un prestigio que, en muchos casos, trascienden nuestras fronteras, lo mismo las estatales que las nacionales.
Es, en primer lugar, una Universidad pública, una Universidad orgullosamente pública, es decir, una Universidad que, a través de los gobiernos federal y estatal, recibe un subsidio público, derivado de los impuestos que el pueblo paga, para cubrir todas sus necesidades y, a partir de ahí, para ofrecer una educación de calidad a sus alumnos, a los hijos del pueblo. Es, en este terreno, una Universidad que sabe cuidar con celo y esmero los recursos financieros que recibe; que da cuenta puntual y precisa del manejo que hace de los mismos. Es, además, una Universidad que sabe salir a las calles a defender su legítimo derecho a contar con dichos recursos cuando gobernantes insensibles y corruptos pretenden escamoteárselos. Así lo puso de manifiesto en fechas recientes, cuando, como un solo ente, toda su comunidad salió a las calles de las cinco regiones en que se encuentra asentada para exigirle al anterior gobierno estatal que le entregara los recursos que legal y legítimamente le correspondían.
Es, a continuación, una Universidad autónoma, es decir, una Universidad que cuenta con la facultad de decidir por sí misma sobre sus tareas cotidianas y sobre su futuro, dotándose para ello, con plena libertad y total independencia, de sus propios órganos de gobierno y de la legislación correspondiente en todos los campos de la labor universitaria. No es posible concebir el correcto y cabal cumplimiento de sus tareas centrales: la docencia, la investigación, la vinculación y la prestación de servicios, si éstas no las desarrolla en un clima de libertad, independencia, respeto y tolerancia.
Es, en tercer lugar, una Universidad que sabe estar a la altura de sus tiempos y de las necesidades que en materia de aprendizaje enfrentan sus educandos. En este mismo terreno, es una Universidad que en estos últimos cuatro años ha realizado un esfuerzo importante y destacable por ver acreditados, por parte de organismos externos, todos sus programas educativos como programas de calidad. Estamos muy cerca de alcanzar este objetivo. Esto garantiza que la calidad que esta Universidad ofrece sea una educación de calidad.
Es, además, una Universidad que ha sabido recoger, incorporar a su seno y alimentar el humanismo como una de las herencias más nobles y generosas que el ser humano ha concebido en su devenir histórico. Es una Universidad a la que, retomando a Terencio, nada de lo humano le es ajeno. De ello da cuenta ese amplio y variado abanico que conforman las seis áreas académicas en que la casa de estudios divide su labor docente: Artes, Biológico-Agropecuaria, Ciencias de la Salud, Económico-Administrativa, Humanidades y Técnica. De ello dan cuenta, también, las grandes fortalezas institucionales como: la Orquesta Sinfónica de Xalapa, el Museo de Antropología de Xalapa, la Organización Teatral y la Dirección General Editorial.
Es una Universidad que, al atender el incremento de la población veracruzana, ha sabido atender sus propias necesidades de crecimiento y las necesidades de crecimiento de nuestro estado. Es una Universidad que ha sabido corresponder a las llamadas vocaciones regionales y poner al servicio de las mismas sus programas educativos, su infraestructura material y su cuerpo docente y de investigación. Es una Universidad que ha sabido estar al lado de las mejores causas del pueblo veracruzano.
Es una Universidad que, fiel a su origen, presta atención especial a la demanda de educación superior en zonas rurales e indígenas de alta marginación. Creó para ello la Universidad Veracruzana Intercultural, que tiene presencia en cuatro sedes: Huasteca, Totonacapan, Grandes Montañas y Las Selvas.
Es una Universidad, en fin, que habrá de formar académicamente a ustedes queridos estudiantes de nuevo ingreso. Pero no sólo profesionalmente, es una Universidad que los formará como seres humanos y como ciudadanos. En otras palabras, es una Universidad que se ha preocupado por cubrir el mayor número posible de aristas humanas, además de las propias de la docencia universitaria: el deporte, la cultura, las artes, en fin, todo lo que de humano hay o debe haber en cualquier proceso de formación íntegral.
Bienvenidos, pues, a la Universidad Veracruzana, su alma mater, su madre nutricia, la madre que los alimentará intelectualmente en el curso de los próximos años. Estoy segura de que recibirán una formación de calidad que los preparará para la vida en su más amplio y rico sentido. Estoy segura, por ello mismo, de que siempre tendrán a la UV como su casa de estudios, como, a partir de hoy, su alma mater. Bienvenidos y felicidades.
Sara Ladrón de Guevara
Rectora