Paola Cortés Pérez
La vida que llevan las personas involucradas en la zafra de la caña de azúcar es cada vez más difícil, expresaron cortadores y cocineras que participaron en la Mesa 5 “Actores sociales del azúcar ayer y hoy: testimonios”, del III Coloquio “La caña de azúcar: dinámicas sociales y espaciales ayer y hoy”, organizado por el Instituto de Investigaciones Histórico-Sociales (IIH-S).
La charla se llevó a cabo el 6 de octubre en el Auditorio “Gonzalo Aguirre Beltrán” del IIH-S, con la participación de Zita del Carmen Ramón Díaz, ingeniera química; Ángela Ramírez, cocinera de cuadrilla en Alto Lucero, así como Mauro Rodríguez Ramírez y Andrés Ramírez, cortadores de caña del mismo lugar, bajo la moderación de Martha García.
Ángela Ramírez, quien ha trabajado durante 25 años en los lugares donde se realiza la zafra, preparando los alimentos para los cortadores, expresó que “la vida de la caña es muy triste, pasan mucho sufrimiento y malos tratos por parte de los patrones”.
En una ocasión, recordó, le pidió a su esposo que la llevara a los cultivos de caña donde él trabajaba. Durante su estancia, presenció que la cocinera y su marido abandonaban el trabajo.
“Sentí mucha tristeza al pensar que los cortadores no tendrían qué comer, así que, a escondidas de mi esposo, tomé lo que había y preparé lo que pude. Cuando llegaron del corte empezaron a comer y así decidí seguir cocinando para ellos.”
Desde ese momento, Ángela Ramírez, su esposo y su hija van de zafra en zafra para alimentar a los cortadores, tienen que llegar con ocho días de antelación, al inicio de la cosecha, para levantar la galera en donde vivirán y cocinarán. Su trabajo concluye hasta las 11 o 12 de la noche, con la limpieza de todo el lugar.
“Se empieza a las cuatro de la mañana, con la preparación del café para el desayuno, así como de los cerca de 70 morrales para los cortadores. Mientras, mi esposo busca alimentos económicos y corta la leña para toda la semana.”
Pedro, esposo de Ángela, también es responsable de preparar los baños y los lugares en donde dormirán y revisar que cuenten con agua y luz. “A los patrones poco les importan las condiciones en las que viven los cortadores, sólo se preocupan por sus ganancias”, señaló.
Hace algunos años, agregó Ángela, los patrones proveían verduras, frijol o huevo para la comida; sin embargo, ahora los cortadores tienen que pagar sus alimentos y su salario no les alcanza para una buena comida.
“Los patrones no quieren dar ni para el café, desde hace 10 años he puesto de mi bolsa para que por lo menos tomen un café, lo hago con mucho gusto y me siento muy feliz al ver sus caras contentas cuando se lo toman por las mañanas.”
Condiciones laborales
Mauro Rodríguez empezó a cortar caña a los 13 años de edad, ganaba entre mil 500 y dos mil pesos a la semana y el producto de su trabajo llegaba hasta 19 toneladas.
Inició como cortador y después fue responsable de transportar a los trabajadores a otros estados, principalmente Michoacán y Quintana Roo.
“Durante siete años hice esto para un ingenio de Michoacán, a donde llevé alrededor de 100 personas. Regresé a cortar a Veracruz, en este lapso se presentó la oportunidad de llevar gente a Chetumal –2010 y 2011–, donde me surgió un problema con mis huesos.”
A lo largo de los años, se dio cuenta de que “los trabajadores están solos, no hay quién los ayude, ni los patrones; no tienen un médico que los atienda, son mal pagados y están mal alimentados.
”No tengo palabras para expresar el sufrimiento que pasa un cortador. Todos hemos pasado por esto, a todos nos tratan igual, quién sabe qué pasa en la empresa cañera que maltrata a sus trabajadores. Eso sí, nos tienen de 6:00 a 19:00 horas bien trabajados, pero mal pagados, mal comidos, maltrechos”, agregó.
Ahora, a sus 50 años de edad, Mauro ha dejado este trabajo por la enfermedad en los huesos que padece: “No voy porque ya no hay dinero, entonces para salir a sufrir mejor me quedo en mi pueblo a sembrar frijol”, lamentó.
Andrés Ramírez, quien desde los 15 años de edad trabaja en el corte de la caña, afirmó que “el productor no sabe del sufrimiento que se traga el cortador, no sabe lo que se siente tomar agua caliente mientras estás en la zafra. Sufrimos más que un animal”.
Violencia de género
La mayor parte de la vida de Zita del Carmen Ramón Díaz, originaria de la cuenca del Papaloapan, transcurrió en un ingenio, pues proviene de una familia dedicada al corte de la caña.
Para la ingeniera química, quien se ha desempeñado profesionalmente en los ingenios de Tres Valles y Nuevo San Francisco, ubicado en Ciudad Lerdo de Tejada, lo más valioso es el buen trato y reconocimiento a los trabajadores, en especial a los cortadores.
“He trabajado en los dos polos de la industria cañera: en el primer ingenio había mucho apoyo económico; mientras que el segundo recibió poca inversión y se fue a la quiebra.”
Contó que mientras trabajó en el ingenio de Tres Valles tuvo la oportunidad de concluir sus estudios profesionales y escalar a un puesto mejor. Se tituló de ingeniero en química, pero “estos años fueron muy pesados, durante la mañana trabajaba y después de las siete de la noche me dedicaba a terminar mi tesis”.
Mencionó que durante años se dedicó completamente al ingenio, hasta que fue aprobada una cláusula en los contratos que impedía que hijos de cortadores pudieran ocupar cargos, porque “consideraban que no podían estar en ambos lados, ser juez y parte”.
Pero ese no fue el único obstáculo al que se enfrentó, “es muy difícil desenvolverse en un ambiente laboral donde predominan los varones; por ser mujer, los compañeros no te dejan avanzar profesionalmente, te difaman, hablan mal de ti, critican tu trabajo, te ponen el pie y si eres guapa incluso te acosan sexualmente”.
Por último, dijo que para los patrones los trabajadores son objetos, no valen nada, no es importante para ellos el tiempo que han dedicado a la productividad del ingenio.